En mi pecho anida la jara
y mis manos llevan el olor de la
flor del cantueso.
El aire de la dehesa me susurra
al oído
los quejidos de los toros y el
trémulo canto
de los petirrojos y las
abubillas.
Es como un concierto sagrado.
Mi piel se reviste del frescor
de los humedales y pastizales.
Al filo de la
soledad, mi alma busca la calma
en la última
luz que acaricia la hierba
y la
serenidad de las charcas.
La paz está
ahí,
entre la
sencillez de las encinas y alcornoques,
en la quietud
de los robles y quejigos.
Siento
felicidad al agarrar la mano de mi hijo,
que resiste
la dureza del recorrido
en dirección
a la Ermita del Cristo de Cabrera,
donde una
talla de madera románica
escucha el
dolor y el amor de los romeros.
El campo me
habita por dentro.
Atado al
silencio, he dejado atrás la tristeza
y algo dice a
mi corazón
que el cielo
y la tierra caminan a mi lado.
Voy con Dios.
Eso es todo.
Autor : Juan Carlos López Pinto
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