No queremos dejar
pasar la oportunidad que nos brinda este 1 de noviembre, día de difuntos y por
ende de viejas tradiciones, para hacer una reflexión, como siempre, sin ánimo
de sentar jurisprudencia.
Durante las últimas
semanas hemos recibido en los “buzones” de este Cuaderno numerosas
invitaciones, eventos e incluso críticas a las fiestas de este día, no todas,
como es de imaginar, arraigadas secularmente en nuestra tierra.
Nadie es ajeno a la “inevitable”
marea de “extranjerización” que hemos sufrido en las últimas décadas, y más que
extranjerización, podría matizarse con exactitud con esa manida palabra que
muchos traen a cada paso. “Americanización”.

La provincia de
Salamanca tiene dos “citas” inexcusables pare este día de Difuntos, la primera
de profunda raigambre religiosa, es la visita obligada al Campo Santo donde
reposan los antepasados. Cita que ya de por sí causa controversia, por aquello
de haberse convertido la honra en algo así como un “día de la vergüenza”. Aunque
no será aquí y ahora donde nos extendamos en una crítica a la flor marchita del
panteón.
Nuestra comarca, además
de la peregrinación al cementerio, guarda en sus tradiciones una fiesta más “pagana”.
El sur de la provincia de Salamanca (particularmente las sierras de Béjar,
Francia y Entresierras) comparte una hermandad cultural de sustrato celta con
algunas provincias de su entorno. Entre otros frutos de esa ascendencia común,
se cosecha cada año, en el contexto del 1 de noviembre, la costumbre de la
calbotada, calbochada o magosto.
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Oficina Turismo de Salamanca |
Se trata de una
tradición en torno al calbote o castaña asada, que genera liturgias colectivas de rango lúdico hoy, pero ritual en otro tiempo,
tanto en el ámbito doméstico del hogar como en el naturalista del campo.
Casi todas las localidades de nuestro entorno proporcionan vigencia a esta costumbre arraigada, que aporta uno de los rasgos de identidad a la fiesta de Todos los Santos y Los Difuntos, junto a las visitas y ornamentación de los cementerios, que reavivan cíclicamente los últimos vestigios del culto a los muertos.
Casi todas las localidades de nuestro entorno proporcionan vigencia a esta costumbre arraigada, que aporta uno de los rasgos de identidad a la fiesta de Todos los Santos y Los Difuntos, junto a las visitas y ornamentación de los cementerios, que reavivan cíclicamente los últimos vestigios del culto a los muertos.
Vecinos
y asociaciones vecinales se han esmerado en los últimos años, en ese afán muy
loable de intentar mantener el patrimonio cultural, en preparar fiestas de la
castaña, salidas senderistas a los bosques anejos, calbotadas sobre llamas y
calderos… Tradición, por supuesto, a la que este Cuaderno intentará dar la
mayor cobertura posible.
Pero…
¿y qué pasa con Halloween (o jalogüin)? Decíamos que hemos recibido en los
buzones de esta plataforma algunas “críticas” veladas o abiertas, que van en
esa dirección, la de “promocionar” o dar “bola” a una tradición completamente
ajena a nosotros. Creo que Cuaderno de Entresierras está fuera de sospecha en
cuanto a promocionar las tradiciones de la tierra. Por ello mismo nos
entendemos libres de expresar nuestra opinión. Y es que los eventos de
Halloween, nos gusten más, menos o nada, son ya parte de nuestra realidad. En
realidad, valga la redundancia, es una cuestión cultural que hace tiempo dejó
de estar bajo control. En un mundo dominado y “manipulado” por el marketing,
primer arma del comercio masivo y en última instancia del Dios Dinero, se hace
realmente difícil mantener la identidad propia. Y seamos serios ante la
evidencia: en un mundo donde el marketing lo es todo, entendamos que Halloween
es un producto con el que ninguna tradición comarcal puede competir. Los “americanos”
saben vender sus productos como nadie y este es uno más. Pónganse en el pellejo
de aquellos a los que va dirigida la “campaña publicitaria”. Los niños.
Entre
una fiesta que consiste en “ir a llorar al cementerio” y en nuestro caso,
pasarse por el campo a recoger castañas y posteriormente asarlas, enfrentado a “disfrazarse
de monstruos y marchar casa a casa a conseguir caramelos”… ¿hay color?
Perdonen
la similitud, pero dudo mucho, en el mundo en que vivimos, que un niño prefiera
jugar a las “bogallas” que hacerlo en una PlayStation. Por tanto, no olvidemos
las tradiciones propias, cultivémoslas e inculquémoslas en la generación
venidera para que no se pierdan. Pero no demonicemos lo ajeno. O mejor. Hagamos
lo que hacen los americanos. Adaptémonos al “mercado”.
Vayamos
vestidos de monstruos a recoger esas castañas y asarlas en el caldero con
conjuros de “truco y trato”. Vendamos el producto como buenos comerciales. No queda
otra. Pues si no lo hacemos serán ellos, “los extranjeros” los que copien nuestra tradición sin
problemas y la mimeticen dentro de alguno de sus rituales.
Solo un último apunte. Felicitamos desde Cuaderno de
Entresierras a todos los que desde nuestros pueblos intentan arraigar nuestras
tradiciones. Lo que no nos parece de rigor es recibir críticas por “dar
publicidad a Halloween en este pueblo” cuando “lo nuestro es el magosto” y
encontrarnos con la sorpresa de que nadie en “ese pueblo” se ha molestado en
preparar una “calbotada” como Dios manda. Ni siquiera aquel que “amargamente”
se queja de que se le dé publicidad a lo “de fuera” y no a “lo de la tierra”.
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