viernes, 1 de noviembre de 2013

Sobre castañas y otros frutos de los dioses

No queremos dejar pasar la oportunidad que nos brinda este 1 de noviembre, día de difuntos y por ende de viejas tradiciones, para hacer una reflexión, como siempre, sin ánimo de sentar jurisprudencia.
Durante las últimas semanas hemos recibido en los “buzones” de este Cuaderno numerosas invitaciones, eventos e incluso críticas a las fiestas de este día, no todas, como es de imaginar, arraigadas secularmente en nuestra tierra.
Nadie es ajeno a la “inevitable” marea de “extranjerización” que hemos sufrido en las últimas décadas, y más que extranjerización, podría matizarse con exactitud con esa manida palabra que muchos traen a cada paso. “Americanización”.
Por supuesto nos referimos a Halloween y su implantación cada vez más extensa en este nuestro país, desplazando otras tradiciones seculares más añejas y más “de la tierra”.
La provincia de Salamanca tiene dos “citas” inexcusables pare este día de Difuntos, la primera de profunda raigambre religiosa, es la visita obligada al Campo Santo donde reposan los antepasados. Cita que ya de por sí causa controversia, por aquello de haberse convertido la honra en algo así como un “día de la vergüenza”. Aunque no será aquí y ahora donde nos extendamos en una crítica a la flor marchita del panteón.
Nuestra comarca, además de la peregrinación al cementerio, guarda en sus tradiciones una fiesta más “pagana”. El sur de la provincia de Salamanca (particularmente las sierras de Béjar, Francia y Entresierras) comparte una hermandad cultural de sustrato celta con algunas provincias de su entorno. Entre otros frutos de esa ascendencia común, se cosecha cada año, en el contexto del 1 de noviembre, la costumbre de la calbotada, calbochada o magosto.
Oficina Turismo de Salamanca
Se trata de una tradición en torno al calbote o castaña asada, que genera liturgias colectivas de rango lúdico hoy, pero ritual en otro tiempo, tanto en el ámbito doméstico del hogar como en el naturalista del campo.
Casi todas las localidades de nuestro entorno proporcionan vigencia a esta costumbre arraigada, que aporta uno de los rasgos de identidad a la fiesta de Todos los Santos y Los Difuntos, junto a las visitas y ornamentación de los cementerios, que reavivan cíclicamente los últimos vestigios del culto a los muertos.

Vecinos y asociaciones vecinales se han esmerado en los últimos años, en ese afán muy loable de intentar mantener el patrimonio cultural, en preparar fiestas de la castaña, salidas senderistas a los bosques anejos, calbotadas sobre llamas y calderos… Tradición, por supuesto, a la que este Cuaderno intentará dar la mayor cobertura posible.
Pero… ¿y qué pasa con Halloween (o jalogüin)? Decíamos que hemos recibido en los buzones de esta plataforma algunas “críticas” veladas o abiertas, que van en esa dirección, la de “promocionar” o dar “bola” a una tradición completamente ajena a nosotros. Creo que Cuaderno de Entresierras está fuera de sospecha en cuanto a promocionar las tradiciones de la tierra. Por ello mismo nos entendemos libres de expresar nuestra opinión. Y es que los eventos de Halloween, nos gusten más, menos o nada, son ya parte de nuestra realidad. En realidad, valga la redundancia, es una cuestión cultural que hace tiempo dejó de estar bajo control. En un mundo dominado y “manipulado” por el marketing, primer arma del comercio masivo y en última instancia del Dios Dinero, se hace realmente difícil mantener la identidad propia. Y seamos serios ante la evidencia: en un mundo donde el marketing lo es todo, entendamos que Halloween es un producto con el que ninguna tradición comarcal puede competir. Los “americanos” saben vender sus productos como nadie y este es uno más. Pónganse en el pellejo de aquellos a los que va dirigida la “campaña publicitaria”. Los niños.
Entre una fiesta que consiste en “ir a llorar al cementerio” y en nuestro caso, pasarse por el campo a recoger castañas y posteriormente asarlas, enfrentado a “disfrazarse de monstruos y marchar casa a casa a conseguir caramelos”… ¿hay color?
Perdonen la similitud, pero dudo mucho, en el mundo en que vivimos, que un niño prefiera jugar a las “bogallas” que hacerlo en una PlayStation. Por tanto, no olvidemos las tradiciones propias, cultivémoslas e inculquémoslas en la generación venidera para que no se pierdan. Pero no demonicemos lo ajeno. O mejor. Hagamos lo que hacen los americanos. Adaptémonos al “mercado”.
Vayamos vestidos de monstruos a recoger esas castañas y asarlas en el caldero con conjuros de “truco y trato”. Vendamos el producto como buenos comerciales. No queda otra. Pues si no lo hacemos serán ellos, “los extranjeros”  los que copien nuestra tradición sin problemas y la mimeticen dentro de alguno de sus rituales.
Solo un último apunte. Felicitamos desde Cuaderno de Entresierras a todos los que desde nuestros pueblos intentan arraigar nuestras tradiciones. Lo que no nos parece de rigor es recibir críticas por “dar publicidad a Halloween en este pueblo” cuando “lo nuestro es el magosto” y encontrarnos con la sorpresa de que nadie en “ese pueblo” se ha molestado en preparar una “calbotada” como Dios manda. Ni siquiera aquel que “amargamente” se queja de que se le dé publicidad a lo “de fuera” y no a “lo de la tierra”.

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