martes, 19 de agosto de 2014

Colmenar de Montemayor, una joya desconocida

ALBUM FOTOGRÁFICO COMPLETO
Fotografías : MARIANA LORCA
Enclavada entre los dos bastiones colosales de la Sierra de Béjar y la de Francia, surgida de entre los berruecos que por estos pastos llamaron “canchos”, custodiada por el río Cuerpo de Hombre desde su hondonada y con avanzada soldadesca formada por castaños centenarios, el municipio de Colmenar de Montemayor ve pasar la vida mansamente, suavemente…
La Torre de Colmenar
Existen pueblos desconocidos, o conocidos sin que la vista (o las guías turísticas) le presten la más mínima atención, como si el relieve de un lugar requiriera de un castillo o una catedral para conseguir empaque.
Y eso que lo tuvo. Y de importancia. Al castillo nos referimos. La primera referencia histórica de Colmenar data del año 1215, cuando Alfonso IX, rey de León, realiza una permuta con la Orden del Hospital de Jerusalén diciendo : “…quanto habetis in turri de Colmenari, cum domibus et vineis et pertinentis suis” Esa “torre de Colmenar”, hoy desaparecida, señala la existencia de una antigua fortificación, seguramente rodeada de un pequeño poblado.
La historia de Colmenar, como su vida, también ha pasado suavemente, al menos en lo que a referencias bibliográficas se refiere. La segunda vez que la pluma menciona estos parajes es en el Libro de Montería, de Alfonso XI (1311-1348) donde se cita la “Xara de Colmenar”
Con la creación del Concejo de Villa y Tierra de Montemayor, Colmenar sale de las brumas de la especulación y entra de lleno en la historia, tomando apellido toponímico de su nuevo señor y convirtiendo aquel “lugar de colmenas” con una torre legendaria en el respetado Colmenar de Montemayor.
Los herederos de la torre
La historia de Colmenar la dictan sus piedras. Solo hace falta pararse en sus rincones y escuchar. Enclavado entre cebadas planchas de granito, como si los edificios hubieran surgido de entre sus rendijas prietas, el pueblo aun guarda el esplendor de antaño. Casas de mampostería, dinteles, pesadas jambas, algún blasón descolgado… el viejo caserío de este pueblo salmantino deja asomar rincones detenidos en el tiempo, calles estrechas y en recoveco, pasadizos, el añejo “corral de concejo”…
Antes asegurábamos, con poco tiento, que Colmenar de Montemayor carece de catedral. En el estricto término así es, pero bien hay que aclarar que la iglesia de Colmenar bien pudiera considerarse la catedral de la “entresierras bejarana”. Mole ciclópea y única en sus detalles, de planta basilical y una sola nave, le juega el terreno una mala pasada: rodeada de los altos canchos parece más nimia de lo que es. En su interior, como en las viejas cajitas de música, guarda algunos tesoros desconocidos, como el imponente retablo que preside y suscribe el ábside.
Colmenar conserva otros edificios de interés. La ermita del Santo Cristo del Humilladero, datada en el siglo XVI, es cobijo del Cristo de la Salud, una notable talla barroca a la que los colmenarejos profesan honda devoción. O las casas nobiliarias; la del Chantre, fechada hacia 1700, mandada construir por el chantre de la catedral de Coria Don Juan Sánchez Grande de Antequera y que cierra la Plaza Mayor; o la monumental Calle Mayor, foco típico de cámaras y atenciones, con algunos edificios que dictan un pasado esplendoroso.
¿Y si el mejor reclamo fuese un amanecer?
Todo esto es reclamo secundario ante el mayor tesoro que guarda Colmenar de Montemayor. Enclavada en mitad del circo natural que forman las Sierras de Francia y Béjar, los cerros que rodean el pueblo son el mejor mirador a ambas sierras, a los hielos perpetuos bejaranos y al recio bastión de la Peña de Francia, incólume flámula hacia el oeste. Aupado a los eternos “canchos” puede el visitante señalar con el dedo los pueblos serranos a un lado y otro del paisaje: Sequeros, Villanueva, Valdelageve, Lagunilla…
Aquí anida el buitre, el cárabo, el azor, el búho real y el águila culebrera… también presentan armas los zorros, los tejones y los jabalíes… Y entre los berruecos, entre pilones escalonados que recogen las aguas puras de estas latitudes, como vigilantes de esa vida centenaria, de esa vida suave y mansa, yacen los imponentes castaños, soldados del calendario que van dando sentido al pasar del tiempo.
Aquí está el mayor tesoro de Colmenar, su castillo o su catedral o su sinagoga singular. Pues dicen, y no se equivocan, que los amaneceres y atardeceres desde este lugar son los más bellos de toda Salamanca. A la sombra del castaño centenario, con el fresco que baja de los neveros serranos, puede uno imaginarse la vieja Torre de Colmenar y a los reyes, después de una larga jornada de caza, detenerse un tanto a contemplar el paisaje teñido de fucsia, de bermellón, de añil… y pensar: ¿qué mejor lugar que este para luchar por un reino?

Fuente :
 "Colmenar, antesala de la Sierra de Francia"
Pedro Sánchez - Inocencio García


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