ENTRESIERRASrd | La
compañía teatral 'Lazarillo de Tormes' lleva su obra 'Teresa, la Jardinera de
la luz' hasta el convento de Porta Coeli en El Cabaco
A Teresa de Jesús, mujer seductora por
naturaleza, nada le parecería más seductor que el convento del Zarzorso, en El
Cabaco, para recibir a la obra de teatro que con tanta pasión y rigor la está
presentando durante este año del centenario de su nacimiento por todas las
localidades de nuestra geografía que de este montaje han querido disfrutar.
El
grupo de actores del Lazarillo de Tormes de la ONCE, se transforman en
personajes del siglo XVI, en el que vivió Teresa, para dar vida a un grupo de
monjas carmelitas que llegan a la iglesia de Alba de Tormes, donde se
encuentran con un enviado de la inquisición que les interroga cruelmente acerca
del comportamiento de su madre y no les permite pasar con ella sus últimos
momentos.
Con este sencillo argumento y con una duración
de algo más de una hora, los espectadores se sumergen con facilidad y
concentración palpables en la vida de una Teresa que se la empieza a entender
como santa por su total integridad como mujer en este mundo, y más
concretamente en el suyo. Trabajadora incansable por las mujeres de su tiempo,
esclavas en un mundo de hombres que no las amaba y no las dejaba elegir a quien
amar. Teresa les presentó a Dios y las hizo libres. A partir de ahí todo
resultaba fácil, hasta el hecho de acceder a la cultura y ser feliz en lo
cotidiano. Sólo las normas establecidas por el mundo levantan los muros de la
injusticia. Esta paradoja convierte a la carmelita en la reina de las paradojas
y en un lenguaje plagado de ellas consigue explicar su apasionada relación con
Dios.
…sus
hábitos del color del camino…
¿Quién mejor que un grupo de monjas saben de
esto? Abrir las puertas de su convento, su iglesia, y en definitiva su vida,
elegida libremente en estos términos, no es más que abrir sus ventanas por las
que cada mañana entra la luz que ilumina su existencia. El público se siente
transportado a otro mundo sin moverse del sitio, porque en el convento del
Zarzoso y su entorno incluido, se confabulan todos los elementos para que esta
obra cobre especial sentido.
Era fácil imaginar al grupo de monjas carmelitas aproximándose al monasterio entre las encinas de la dehesa charra, sorteando zarzas para que sus mulas no se lastimen. La tarde va cayendo entre luces rojizas y sus hábitos del color del camino que los impregna de polvo, las envuelve con su estameña de lana de cordero que las protege del árido frío del otoño castellano. Las mulas quedan a la puerta y las hermanas entran decididas por el arco de medio punto que da acceso a la iglesia del convento.
Era fácil imaginar al grupo de monjas carmelitas aproximándose al monasterio entre las encinas de la dehesa charra, sorteando zarzas para que sus mulas no se lastimen. La tarde va cayendo entre luces rojizas y sus hábitos del color del camino que los impregna de polvo, las envuelve con su estameña de lana de cordero que las protege del árido frío del otoño castellano. Las mulas quedan a la puerta y las hermanas entran decididas por el arco de medio punto que da acceso a la iglesia del convento.
Inician un avance solemne hasta el altar,
polvorientas, cansadas, pero elegantes y dignas. Allí arriba, las esperan unas
figuras que resumen la esencia de su madre. En el centro, la Virgen asciende al
cielo, como lo está a punto de hacer Teresa. A un lado donde como bien se
significa en su hornacina lateral, la Luz de un crucificado refleja toda la que
su jardinera ha sembrado en el mundo. Desde este momento, todo lo expuesto en
los textos de esta bella obra de teatro adquieren su total dimensión. Los
espectadores sobrecogidos esperan que las carmelitas desaparezcan hacia las
dependencias del convento para ver a su querida Teresa, mientras las ven
evolucionar por el altar ante un dominico que, en lo alto del púlpito, las
provoca para dar lugar al relato de una historia tejida a base de hechos
históricos, situaciones cotidianas para las hermanas, retazos de unas
personalidades firmes y voluntariosas, ante las injusticias y difamaciones
hacia su maestra, que les cede sus poemas, fundaciones y palabras claves de su
existencia, para que elaboren la defensa que hará que el pobre y confundido
reverendo se arrodille ante ellas deslumbrado por la luz de la verdad de esta
gran mujer.
Ante la
Señora de Porta Coeli
Las franciscanas del monasterio del Zarzoso,
sonríen cómplices entre los espectadores, mientras se deleitan como todos ellos
por la buena selección musical de piezas del siglo XVI, que interpreta de forma
sublime el maestro organista que emula la figura del músico Salinas coetáneo de
la santa. Una tarde completa que aplaude a un completo montaje teatral, en un
marco de excepción de nuestra tierra salmantina. Dentro del convento, la figura
de Nuestra Señora de Porta Coeli, vela por sus hijas, que no dudan, después de
asistir emocionadas al final de esta emocionante obra, que estaría abriendo la
selecta puerta celestial para Teresa de Jesús.
El campo
de zarzas
Situado a los pies de la Sierra de Francia, este
bello monasterio del siglo XV toma su nombre de la finca en la que está
ubicado. A mediados de este siglo, una ilustre y noble familia propietaria de
este paraje de la dehesa salmantina, decide construir este precioso edificio
para acoger a un grupo de ejemplares mujeres que querían dedicar su vida a
vivir en recogimiento y oración. Así fue como se edificó este complejo conjunto
en medio de un campo de zarzas y encinas y se fundó la orden de las hermanas
franciscanas de la Tercera Orden de san Francisco. La austeridad de esta orden,
al igual que la de las carmelitas descalzas, es conocida y a pesar del paso de
los siglos, el grupo de hermanas que habitan este monasterio siguen con su
forma de vida sencilla y austera que invitan a conocer a todo aquél que desee
compartir una temporada de convivencia con ellas. Se dedican, además de a sus
momentos de oración, a su huerto, a pastorear su pequeño rebaño, a la
elaboración de sus dulces y la atención de los huéspedes que las visitan. Nadie
que por allí ha pasado ha permanecido indiferente ante la belleza de los
atardeceres de estos parajes o la exquisita delicadeza de sus famosas obleas.
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