Gloria era
el verte correr entre carrizos y pastizales,
¡mírate!,
ahora a duras penas de las entrañas naces.
¡Oh, agua!
tú llegada exhausta, la fuente aguarda;
precursora de pilas bautismales,
de caños
herrumbrosos en ágoras silentes,
sedientas de
bullicio, calladas, olvidadas en el tiempo,
sin corros
ni algaradas, alrededor
ni el goce
volandero de los pájaros se escucha,
ni sus
abluciones diarias.
Atrás quedan
los cánticos, los aguardos y sus cuitas,
los
encuentros, arrieros al despuntar el alba.
Sin porte
regio, ni digna de una aljama,
testigo mudo
¡cuánto callas!
No dejaste
que el porcellino en tú seno se aliviara,
convirtiera
en figura broncínea, sombra épica a tu lado,
rechazaste
su custodia aguerrida, la grata compañía;
Moisés con
su vara, hubiera apagado vuestra sed.
¡Ahí te ves!
consumida en tu propia decadencia.
Sólo un
tímido bisbero, apesadumbrado, amargo,
quejido
agónico, ahogado entre zarceras y secarrales,
te alarga la
monótona soledad.
ALBERTO
PAREDES
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