Cuando
hablo de cosas importantes con amigos, a veces sale a relucir el desierto
carmelitano San José de Batuecas. “¿Desierto?” –me preguntan. Entonces aclaro
que no lo es como el Sahara. Al contrario, éste está en un valle muy verde,
lleno de vegetación y vida, con un lindo río. Les digo lo que me contó el P.
Ramón, que hace siglos los comarcanos de la región aseguraban que en el valle
había seres extraños, duendes y trasgos. En fin, seres de musgo y liquen más
que de dunas. Se fueron al llegar los santos ermitaños. Además, el río se bifurca
en dos brazos, que rodean los edificios, de modo que dondequiera que estés, si
afinas el oído, puedes oír su “música callada.” Juan
Yennis, carmelita de San Antonio, Texas.
Acostumbrados
como estamos a que nuestros conventos y monasterios sean pasto de los montes y
protagonistas de listas rojas sobre patrimonio, a veces es bueno escuchar a los
últimos moradores de alguno de nuestros lugares sagrados. Más allá de la fe, o
de la creencia (o de la decepción que algunos se llevan por encontrarse estos
lugares habitados y por tanto cerrados al público) es bueno escuchar el latido
de los que moran en estos parajes solitarios.
Aquí
se reproduce un extracto de la entrevista al Padre Ramón, Carmelita del Santo
Desierto de San José de Batuecas. Desierto de vida y música callada.
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