viernes, 22 de julio de 2016

"Eran las chicas libres de compromiso las que tocaban el palore"

ENTRESIERRASrd | Una mirada a una tradición musical perdida en Cabezuela de Salvatierra. "El progreso terminó con los bailes públicos y la emigración de la juventud terminó con los bailes de salón"
© Ricardo Pedro García Martín Con el paso de los años mi memoria va quedando por el camino. Me afianzo en los recuerdos del ayer, para mejor llevar la madurez, viviendo feliz el presente, riéndome del pasado y sin preocuparme el futuro.
Son las añoranzas de mi pueblo, Cabezuela de Salvatierra, donde tuvo lugar mi niñez y juventud, las que más me apasionan. Expongo la realidad de la vida con cierta ironía, para que quienes lo lean, tomen a risa lo que algunos tuvimos que vivir rodeados de escasez y miseria. Hoy les traigo una de las diversiones de la juventud en mi pueblo.
He indagado y observado, pero no ha sido posible hallar ni ver el “Palore” utilizado en Cabezuela de Salvatierra cuando yo era un niño, como instrumento musical.
Se trataba de un instrumento de percusión, que acompañado de los cánticos de las vocalistas, trascendía una música agradable y bailable.
Tan singular instrumento, se componía de una pala de acero, en buen estado, de las que en cada casa había para recoger la basura u otros quehaceres. La percusión sobre ella se hacía con un orejero de madera dura, de los aplicados en los arados romanos para hacee los surcos, de ahí su nombre de “Palore”, pala-orejero.
En las tardes de los domingos y festivos, las adolescentes del pueblo paseaban en comparsas por las inmediaciones de la vía férrea y carretera N-630, bajo las miradas observadoras de los mancebos del pueblo y forasteros que a él acudían
Concluidos los paseos de la tarde, a la luz de la luna, “cuando la había”, toda la juventud se congregaba en la plaza del pueblo, junto al ayuntamiento. Al carecerse de luz, no se apreciaba la polvareda que se preparaba en un instante.
Con tanto polvo, varias parejas se retiraban hacia los puntos donde menos había, bajo la mirada de los vigilantes de la noche que éramos los niños, recibiendo algunos que otros capones, de aquellos mozos que veían frustradas sus intenciones.
Eran dos o tres chicas libres de compromiso, las que constituían el grupo que tocaba el “palore”, y hacían de vocalistas. Subidas en los poyos de piedra y cemento, cantaban al unísono, canciones llenas de romanticismo y cierta picaresca, acordes con la resonancia del singular instrumento musical.
La combinación de las canciones con el redoblar del orejero sobre la pala de acero, producían un sonido rítmico agradable y bailable. Si se perdía el ritmo no importaba, la oscuridad de la noche lo disimulaba todo.
En aquellos conciertos musicales al aire libre, los niños teníamos la misión de impedir con nuestra presencia, que los mozos lugareños o forasteros pasaran los límites del respeto y buenas costumbres. Nuestra vigilancia no podía impedir los besos robados, que las parejas se daban aprovechando la oscuridad.
El progreso terminó con aquellos alegres y divertidos bailes a aire libre, en los que todo era amistad y familiaridad. Fue la iniciativa privada del Señor Melquiades la que limitó los bailes solo para mayores, abriendo un salón con música de manubrio, al que se accedía mediante pago, vetando la entrada de los niños, al no disponer de dinero para pagarla.
No pasó mucho tiempo y el señor Melquiades, traspasó el manubrio a mis padres, comenzando los bailes en nuestro salón. Para aquellos mis amigos que no tenían los quince o veinte céntimos de peseta, su entrada era gratuita.
A mi hermano José y a mí, los padres nos encomendaron el cobrar las entradas y hacer de músicos. Era divertido, el manubrio tenía 12 canciones prácticamente iguales, y dependiendo del ritmo con el que se diera a la manivela, eran más o menos alegres.
Se comenzaba con un ritmo rápido y alegre, animando al público a entrar. No había hora para finalizar, por lo que una vez cobradas las entradas, si no había consumo en el bar, se bajaba el ritmo, convirtiendo los bailes en tristes y aburridos, invitando a la geste a marchar, repitiendo una y otra vez la jota de despedida
El progreso terminó con los bailes públicos, y la emigración de la juventud terminó con los bailes de salón, quedando únicamente en el recuerdo de quienes vivimos aquella época.
Aquellos primitivos instrumentos, fueron sustituidos por el despilfarro en determinadas fechas de costosos conjuntos, que solo entretienen a los músicos y no divierte a nadie. En nada se parecen a los alegres y divertidos bailes de aquella época, con “El Palore” primero, el manubrio después y la dulzaina y el tamboril en las fiestas del pueblo.  




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