viernes, 25 de noviembre de 2016

El trabajo de la piconera

ENTRESIERRASrd | En tiempos de frío y nieve, es bueno mirar bajo las faldillas y atizar el brasero… aunque nos salgan 'cabras'
Todo el mundo sabe, por insistencia de la canción popular, que "Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena", y se tiene una vaga idea, si el recuerdo no falla, de una mujer "arremangada" y encorvada realizando alguna labor.

Lo que no todos saben, y a partir de ahora a nadie pasará desapercibido, es que la mujer morena del pintor andaluz está… escarbando un brasero.
"En los fríos inviernos de esta comarca, lumbre y brasero van unidos de la mano. Con las sobras de la primera se da cuerpo al segundo, con ese cisco hecho a puro pulmón y sudor. De ahí que dicte el refrán, lo de he estado a hacer cisco, así me caliento dos veces'.
El brasero, el tradicional, el de cisco, picón, ceniza, badila y faldilla, ha caído en desuso. En realidad, suponemos, hemos sido los medios de comunicación los que hemos tenido buena parte de culpa de enterrar estos ancestrales calefactores. De vez en vez, como una retahíla o un rosario, van saltando noticias aquí y allá de la intoxicación, en algunos casos con resultado de muerte, de alguna persona por inhalación de los gases del brasero.
Tales desgracias ocurrieron, ocurren y ocurrirán, si la crisis continúa obligando a las buenas gentes de este país a recurrir a la sabiduría de antaño para calentarse las pantorrillas. Eso sí, nos negaremos a denostar un invento, sencillo y económico como pocos, que puso calor (y hasta sabañones) en las carnes de generaciones de salmantinos.
"La mesa camilla era como el parlamento invernal. Las faldillas telón de escenario, cada cual en su sitio, porque cada cual, incluso en esto, le gusta guardarse el lugar, que no calienta lo mismo junto al relente de la ventana. O, en caso del padre, para ver la televisión de frente, privilegio de patriarca".
No serán pocos los que recuerden el turno de badila, cuando el calor amaina, para escarbar la brasa, todos apretados con las faldillas a la cintura, o hasta el cuello cuando se viene de pelar el carámbano, y concursando por aguantar el primer golpe de la brasa tomando aire.
"Bajo la mesa, tanto nos arrimábamos, pero tanto, tanto bullíamos el brasero que se llenaba las piernas de cabras. La piel ya roja y coloreada a ronchones y que daba para la pregunta, en el remango del pilón. Pero, mozo… ¿cuándo te has metido al brasero que te has llenado de cabras?"
El brasero es símbolo de otra época y su olor aún se guarda en el cajón de esas cosas que nunca acaban de borrarse del todo. Ahora, cuando veamos el cuadro de Julio Romero de Torres, admiraremos, claro, a la mujer morena, pero también daremos su justo valor al trabajo de la piconera y el brasero que atiza a sus pies.

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