ENTRESIERRASrd | En
tiempos de frío y nieve, es bueno mirar bajo las faldillas y atizar el brasero…
aunque nos salgan 'cabras'
Todo el mundo sabe, por insistencia de la
canción popular, que "Julio Romero de Torres pintó a la mujer
morena", y se tiene una vaga idea, si el recuerdo no falla, de una mujer
"arremangada" y encorvada realizando alguna labor.
Lo que no todos saben, y a partir de ahora a
nadie pasará desapercibido, es que la mujer morena del pintor andaluz está…
escarbando un brasero.
"En
los fríos inviernos de esta comarca, lumbre y brasero van unidos de la mano.
Con las sobras de la primera se da cuerpo al segundo, con ese cisco hecho a
puro pulmón y sudor. De ahí que dicte el refrán, lo de he estado a hacer cisco, así me caliento dos veces'.
El brasero, el tradicional, el de cisco, picón,
ceniza, badila y faldilla, ha caído en desuso. En realidad, suponemos, hemos
sido los medios de comunicación los que hemos tenido buena parte de culpa de
enterrar estos ancestrales calefactores. De vez en vez, como una retahíla o un
rosario, van saltando noticias aquí y allá de la intoxicación, en algunos casos
con resultado de muerte, de alguna persona por inhalación de los gases del
brasero.
Tales desgracias ocurrieron, ocurren y
ocurrirán, si la crisis continúa obligando a las buenas gentes de este país a
recurrir a la sabiduría de antaño para calentarse las pantorrillas. Eso sí, nos
negaremos a denostar un invento, sencillo y económico como pocos, que puso
calor (y hasta sabañones) en las carnes de generaciones de salmantinos.
"La mesa camilla era como el
parlamento invernal. Las faldillas telón de escenario, cada cual en su sitio,
porque cada cual, incluso en esto, le gusta guardarse el lugar, que no calienta
lo mismo junto al relente de la ventana. O, en caso del padre, para ver la
televisión de frente, privilegio de patriarca".
No serán pocos los que recuerden el turno de
badila, cuando el calor amaina, para escarbar la brasa, todos apretados con las
faldillas a la cintura, o hasta el cuello cuando se viene de pelar el
carámbano, y concursando por aguantar el primer golpe de la brasa tomando aire.
"Bajo
la mesa, tanto nos arrimábamos, pero tanto, tanto bullíamos el brasero que se
llenaba las piernas de cabras. La piel ya roja y coloreada a ronchones y que
daba para la pregunta, en el remango del pilón. Pero, mozo… ¿cuándo te has
metido al brasero que te has llenado de cabras?"
El brasero es símbolo de otra época y su olor
aún se guarda en el cajón de esas cosas que nunca acaban de borrarse del todo.
Ahora, cuando veamos el cuadro de Julio Romero de Torres, admiraremos, claro, a
la mujer morena, pero también daremos su justo valor al trabajo de la piconera
y el brasero que atiza a sus pies.
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