ENTRESIERRASrd | Ricardo
Pedro García vuelve a traer una mirada a los viejos tiempos, y su sabiduría
milenaria, de las gentes de la comarca
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Ricardo Pedro García Martín Cabezuela de Salvatierra es una población enclavada en una
zona que hace 65 años era eminentemente agrícola y ganadera. Cada sábado en
Guijuelo se celebraba mercado de ganado, acudiendo tratantes y particulares
para comprar y vender animales.
Cuando los tratantes de ganado vacuno compraban
el número suficiente de animales, cuyo destino era el matadero, contrataban
grupos de hombres jóvenes, que por la carretera 630 y sus inmediaciones, los
conducían en la tarde noche del sábado, recorriendo a pie los 48 kms. que separan
Guijuelo de Salamanca.
Uno de esos sábados, cuando la manada era
conducida por el término de Cabezuela de Salvatierra, un toro eral con
manifiesta bravura, se alejó del grupo, perdiendo el control sobre él sus
conductores.
Oculto entre los trigales, fue visto por el
guarda José “Malos Vinos”, mi padre, que acercándose al novillo y ver su
arranque, solicitó la colaboración de Juan Manuel “Rosquillas” que no dudo en
prestársela.
Con su pareja de vacas perfectamente domadas,
controladas con la voz, Juan Manuel las encamino hacia el eral. Cuando las
vacas y novillo estuvieron juntos, fue suficiente la voz de Juan Manuel para
que las vacas le siguieran y tras ellas el novillo, hasta el corral de concejo.
Una vez dentro del corral, llamando por el nombre a la vacas las hizo salir,
dejando solo al novillo.
Desde las paredes del corral, los niños sin ver
el peligro, llamábamos la atención del utrero, envistiendo hasta las
inmediaciones de la vertical donde estábamos, momento en el que nos ocultábamos
tras la pared.
Juan Manuel “Rosquillas”, hombre duro y maduro,
experimentado en la doma de animales, vio algo en el novillo que llamó su
atención. Cuando el tratante propietario del eral se presentó en Cabezuela,
Juan Manuel no dudó en hacerle una oferta por él, cerrando el trato con la
entrega a cambio de una dócil vaca vieja.
La transacción fue considerada por los vecinos
como una locura, por las dificultades de su doma y el peligro para la
población. A nada ni a nadie prestó atención Juan Manuel, sin pérdida de tiempo,
protegido por sus vacas, entró en el corral de concejo y con toda precaución,
colocó sobre los cuernos del novillo el lazo de una soga, y tirando de ella lo
amarró a las columnas de mueco.
Amarrado el novillo, Juan Manuel puso sobre la
cabeza de la vaca más grande un fuerte yugo, y acercándola al eral lo unció, a
la vez que colocó un narigón en sus narices, todo a pesar de su resistencia y
bravura.
Con la pareja acoplada no dudó salir al campo,
caminando en varias direcciones hasta tener controlada la situación,
repitiéndolo varios días, hasta conseguir realizar las labores agrícolas.
Es la experiencia de la vida, la que en un
hombre rudo y duro como Juan Manuel “Rosquillas” enseñó, lo que en los libros
no está escrito, consiguiendo con su bravura dominar a la fiera, haciendo de él
un fiel amigo y noble buey.
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