ENTRESIERRASrd | Una
mirada a los secaderos tradicionales que antaño inundaban las casas de la
comarca
No había casa en nuestros queridos pueblos que
no tuviera su catedral, su Capilla Sixtina (y embutida) con las piedras de
clave repleta de manjares colgados boca abajo que ponían los dientes largos.
En aquellos tiempos, en los de las matanzas de
verdad (no estas de pega que la moda ha puesto en solfa a base de preparativos
etnográficos), las despensas iban recogiendo manjares para darles curación.
La habitación había de ser especial. Con
ventilación escasa y oscuridad ya sea en verano como en invierno para mantener
la temperatura. Como una verdadera Cueva de Altamira que esconde los tesoros en
el techo. Cada casa tenía una habitación reservada como secadero; la despensa,
el fondo de la cocina o la alcoba del hijo que se fue a la mili y ya no volvió
(ni sabiendo que le esperaban las mejores viandas del mundo).
Hasta las telarañas sabían que su paso era
temporal. Cabe imaginar, aunque aún hoy pueda disfrutarse del espectáculo, ese
techo de madera, aguijoneado por clavos, y en cada punta un chorizo, un salchichón
o las morcillas, ejército en que cada cual tenía su sitio guardado del año
anterior. Y del otro. Y al frente de todos ellos, capitán y coroneles, los dos
jamones y las paletillas (primas pobres) que ponen recto al más rebelde.
Allá al fondo el rinconcito "de poner los
huesos en sal", junto al tocino. También las tinajas de barro, donde se
guardarán los embutidos una vez curados, para conservarlos frescos.
Bien se dice aquello de "salado dura todo
el año" o lo del "zamarro y morros bien adobados, tasajos para el
año".
Será Dios ir a la iglesia a rezar los domingos,
y saberse los responsos, y las canciones del Patrón. Pero más se rezaba,
seguramente, y se reza, porque la Catedral de Invierno mantenga a buen recaudo
nuestras oraciones de magro y pimentón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario