ENTRESIERRASrd | Una
mirada a la histórica estación de tren de Béjar desde la novela 'Los Hijos de
Qerma'
Apenas en un suspiro, el que medió entre las
vaharadas de humo lanzadas por la locomotora al aire nebuloso de la ciudad, el
andén se llenó de una marabunta de gente variopinta. Camineros, marchantes,
banqueros, cobranzas que venían detrás de alguna deuda, algún oriundo que
regresaba a casa y otros tantos viajeros que llegaban con sus mejores galas en
busca de trabajo.
Tal si un niño hubiera vaciado de golpe su
estuche de lápices de colores sobre el pupitre, así se llenó el andén de la
estación y en un santiamén, como los dedos que se entrecruzan, los vagones
descargaron la mercancía humana y fueron completados casi al instante por otros
tantos que marchaban al sur, a Extremadura o Andalucía, después de hacer
negocios en la ciudad salmantina.
En el mismo suspiro, el del agudo silbido del
guardagujas, el tren partió con ese chasquido de abuelo achacoso al que le
cuesta incorporarse del escaño. La estación de tren de Béjar, vértebra de la
gran espina dorsal de la Vía Férrea de la Plata, vivía exclusivamente para
estos momentos de actividad pasajera. (Marzo de 1910)
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