ENTRESIERRASrd | Una
mirada a otro de los oficios perdidos del mundo rural: el de las aguaderas
Aquello del cántaro y la fuente, que tanto juego
ha dado y da para cantares, refranillos y chascarros, debió ocurrírsele al
cuentista que al paso de caravana por algún pueblo, vio a las mujeres corajudas
y "cabezonas" oficiando de aguaderas o aguadoras.
En los tiempos que vuelan, donde el agua viene
cañería mediante y el simple gesto de abrir un grifo ha sepultado milenios de
preocupaciones por tener el agua cerca, se ha olvidado también ese viejo
oficio, el de las aguaderas, que tanto iban a la fuente, al caño chico, al
grande o al caozo en busca del precio elemento, que cuesta menos que el oro y
más que cualquier piedra preciosa.
Porque eran ellas, las mozas, las que antaño
tenían por encomienda el tener las tinajas siempre a punto, al fresco de la
alacena o del lugar más umbrío de la casa. Agua traída a fuerza de brazos y
cabeza bien puesta. Y también en este oficio de aguadera había su picaresca.
Las mozas, al bajar el sol, se ponían "más
majas", con el cántaro bajo el cuadril y llenas de garbo y salero salían a
buscar el agua a la fuente. Que este, ya se sabe, no era un paseo "de ir
por ir", sino que tenía sus protocolos y su cortejo. Unas para que las
viesen los mozos del pueblo que al atardecer regresaban a casa de las tareas
del campo. Y siempre había una mirada picarona que pretendía ser furtiva y
hasta el apuntador echaba misa de la misma.
Las que se ya se hablaban con algún muchacho
(que es un paso más avanzado en estos menesteres del amor), utilizaban el
"lleva y trae" del cántaro para echar un parlao, junto a la fuente,
como quien no quiere la cosa. Con su manual bien interpretado de risas, miradas
y roces descuidados.
Que en el turno de palabra, y con el
atolondramiento que trae la palabra de cortejo, algún cántaro se iría al suelo
por descuido.
Nada grave, claro está, sino cosas comunes de la
vida. Solo era agua corriente. Porque se vivía sencillamente. O sencillamente…
se vivía.
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