ENTRESIERRASrd | Nos
acercamos hoy a la figura de Daniel García, hijo de Valdefuentes de Sangusín,
que lleva los sabores de la tierra a uno de los restaurantes más afamados de
Bilbao: Zortziko
Hay algo en la particular cadencia del
zor-tziko, quizá ese suspiro de melancolía que recorre incluso sus momentos más
vivaces, que lo hace complicadísimo de interpretar para los músicos foráneos. | EL CORREO |
Este hijo de agricultores salmantinos no sólo ha
sabido entender como pocos la idiosincrasia gastronómica bilbaína, sino que ha
convertido en sinónimo de buena mesa el nombre de la tradicional danza vasca
que se despliega con elegancia en ocho compases. Con la perseverancia del
corredor de fondo y una curiosidad que sigue intacta pasados los 60, Daniel
García protagoniza una historia de superación que daría para una ópera.
El primer verso de su balada se escribe muy
lejos de Euskadi, en el diminuto pueblo de Valdefuentes de Sangusín. Un pedazo
de tierra, un puñado de gallinas y nueve bocas que alimentar componían la
fortuna de sus padres. Todos arrimaban el hombro para arañarle al campo algo
que echar a la cazuela. También Daniel, que con 8 años ya se recuerda
trabajando. Tareas sencillas pero laboriosas, que ayudaron a forjar en él un
respeto reverencial por todo lo que brinda la naturaleza. En casa se ganó fama
de comilón y a fuerza de colarse en la cocina no tardaron en colgarle el
delantal. En aquella economía de subsistencia que se alimentaba de lo que
brinda la huerta o el gallinero, a él le toca muchas veces preparar el
condumio. A los 12 su vocación está clara, «y eso que no había visto un
cocinero en mi vida», así que al terminar la escuela se puso en camino. «El
pueblo no me ofrecía ningún aliciente».
La segunda estrofa lo presenta boquiabierto
frente a la gran vidriera de la Estación de Abando. Bilbao era literalmente «la
primera ciudad que veía en mi vida» y, de oídas, algo así como «La Meca de la
gastronomía». Aquel chaval al que todo le sorprende -«hasta ver un barco flotar
en la ría»- pasa del fogón en la casa del pueblo a las cocinas del hotel
Carlton, «mi gran escuela».
Allí aprendió las bases de la cocina de corte
internacional, afrancesada, que entonces se estilaba en los hoteles. Hoy
reconoce que «era una carta aislada de la ciudad, pensada únicamente para los
huéspedes», pero valora esos cimientos sobre los que ha edificado su propio
imaginario gastronómico.
Tercer compás. Sólo tiene 22 años pero la
inquietud le puede. A la edad en la que hoy muchos estudiantes tocan su puerta
para hacer prácticas, él se puso al frente de un negocio en el que la familia
había depositado muchas esperanzas. «Me hice mayor antes de tiempo», reconoce.
En aquel primer restaurante, en las afueras de la ciudad, García ganaría horas
de vuelo y mucho oficio, pero seguía con el ojo puesto en el público bilbaíno.
El 23 de diciembre de 1981 alumbra el primer
Zortziko, en la calle Licenciado Poza. «Ese año hice todo lo posible por no
jugar a la lotería», confiesa. ¿Acaso le parecía forzar a la suerte?
«Simplemente quería levantar mi restaurante con esfuerzo y con el
reconocimiento del público» LEER ARTÍCULO COMPLETO
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