domingo, 14 de enero de 2018

El jabón de sosa

ENTRESIERRASrd | Una mirada a la sabiduría ancestral de la comarca que lavó ropas y curó heridas durante décadas
Finalizadas las matanzas, y aprovechando las “gorduras” sobrantes (que nunca eran las del cuerpo propio), envueltas con las grasas de freír el tocino y las “pieles” de algún jamón, se hacía el jabón de sosa, que hizo escuela durante siglos como mejor limpiador, desinfectante y mejor aliado de la misa del domingo.

Ya se sabe aquello que dicta que “del cerdo se usan hasta los andares”, y en esto no se equivocaba ni siquiera en lo más metafísico de su sentido animal, que llamando cerdo, puerco, marrano, cochino y todas las etcéteras, quien iba a pensar que hasta las grasas del animal iban a servir para lavar la ropa o hasta las heridas, por mandado del médico o el practicante en situaciones de falta de botiquín.
Este jabón casero, que aún hoy adorna alguna alacena, era maña de unas horas. Tantos quilos de grasas por tantos quilos de sosa. Y agua al cuezo. Primero se pesa la grasa , después se añade la sosa y por último el agua cociendo. Se remueve durante un buen rato, hasta horas en ocasiones si cuesta tomar forma, palo en mano.
Que era este, el palo, la prueba del éxito. Cuando se sostenía de pie en el caldero era la señal de que el jabón había tomado cuerpo. Entonces se llevaba al “cajón” y se dejaba enfriar hasta el día siguiente para cortarlo con un cuchillo de buen filo.
Pasado un mes se metía en un saco del sobrado, a la espera de la utilidad semanal, cuando tocaba bajar al río a lavar la ropa, a ungirle la herida al zagal que se arrastró donde nunca debió o a venderlo a terceros, si las grasas del cebón de matanza no fueron suficientes para tanta suciedad.

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