ENTRESIERRASrd | Se cumplen 100 años del terrible otoño,
cuando la gripe asoló Castilla y León, con una tasa de mortalidad en todas la
provincias de 190,5 fallecidos por cada 10.000 habitantes | Escurial de la
Sierra rinde homenaje a través de una exposición al médico rural Saturio
Serradilla que retó a la gripe en esta zona de Las Quilamas con pocas
herramientas más que sus instrucciones higienistas y un puñado de frascos
© Diario de León-Sonia Calleja «Esta
de ahora no es cosa de broma, señor Rubes. Es una gripe que no se pasa con dos
días de cama y un sello de aspirina». Así resumió en 'Mi idolatrado hijo Sisí'
Miguel Delibes el terrible fantasma que asoló pueblos y ciudades enteras en
1918, una gripe contra la que se agotaban los remedios, las ideas y las
fuerzas. No había herramientas para frenar una pandemia devastadora que superó
en víctimas a la I Guerra Mundial -entre 50 y 100 millones-, y que se propagó
como la pólvora en Castilla y León, uno de los territorios más azotados de
España.
La cara más virulenta
del virus comenzó a expresarse hace ahora cien años, con la llegada del otoño,
tras una primera oleada en primavera. La provincia de Burgos experimentó la
tasa de mortalidad más alta de España en estos meses con 167,7 fallecidos por
10.000 habitantes. La 'influenza' fue muy cruel también en Zamora, Palencia,
León, Segovia, Salamanca, Valladolid y Ávila, las ocho incluidas en la lista de
las 13 provincias españolas más afectadas. Todas superaron las tasas de 109,5
fallecidos, según uno de los estudios más completos sobre los patrones de
mortalidad que firman Gerardo Chowell, Anton Erkoreka, Cécile Viboud y Beatriz
Echeverri-Dávila.
La gripe mataba en horas
a mucha gente joven, sobre todo a adultos de entre 25 y 30 años, y pronto
comenzó a llenar de esquelas los periódicos y los libros de difuntos de los hospitales,
aunque mucha gente moría en casa, sobre todo en los pueblos, donde las
condiciones sanitarias complicaban los cuadros y donde se prohibieron ferias y
mercados, toda clase de fiestas, espectáculos y actos públicos en lugares
cerrados y mal ventilados.
El riego se hizo
evidente en pueblos como Pozal de Gallinas (Valladolid), donde la gripe
explosionó un 10 de septiembre después de haberse celebrado una corrida de
novillos a la que concurrieron muchas personas de Medina y de Pozaldez. «La
epidemia atacó en masa a todo el vecindario, hasta el punto de tener cerca de
500 invasiones en un pueblo que sólo tenía 140 vecinos». Así lo dejó escrito el
inspector provincial de Sanidad por aquel entonces, el doctor Román G. Durán,
en un artículo publicado en el número de mayo de 1920 de La Clínica Castellana.
En este boletín oficial del Colegio de Médicos de la Provincia de la época
compuso una memoria descriptiva de la situación y de cuya lectura se puede extraer
la angustia y desolación que sufrió durante toda la epidemia.
Rogativas a la Virgen
Tal era la desesperación
que las autoridades no atinaban a frenar la propagación de la enfermedad. Es
más, en algunos casos ayudaron a difundirla aún más. El 13 de octubre, en
Valladolid se trasladó a la patrona, la Virgen de San Lorenzo, a la catedral y
se celebraron varias rogativas por la extinción de la epidemia. En la edición
del 14 de octubre de El Norte de Castilla se podía leer: «Numeroso público
presenció su paso en todo el trayecto con gran recogimiento, siendo muchos los
fieles que acompañaron a la imagen de la patrona. En muchas casas las familias
que tienen enfermos dirigían sus ruegos a la Virgen».
Mientras, en Zamora, el
26 de octubre se sacó en procesión a la Virgen del Tránsito, cuando aún la
catedral continuaba cerrada para evitar contagios. Algunos autores, como
Beatriz Echeverri y Francisco Javier García-Faria del Corral, atribuyen la alta
tasa de contagios a actos religiosos masivos como estos.
Preservar la salubridad
A medida que avanzaba el
otoño, las esquelas copaban las portadas de los periódicos; los productos de
zotal inundaban las secciones de 'propaganda', y las autoridades aprobaban
instrucciones para preservar la salubridad. Se habilitaron locales para aislar
a los primeros enfermos; se establecieron medidas higiénicas para limpiar las
calles, conductos de agua, pozos, sumideros y fuentes, y se obligó a enterrar a
los fallecidos lo más rápido posible, sin velatorio ni exposición en las
iglesias, y siempre al anochecer o al amanecer y por el camino más corto
posible. Éstas fueron algunas de las órdenes sanitarias aprobadas por la Junta
Provincial de Sanidad de Valladolid del 27 de septiembre, fecha en la que se
declaró de forma oficial la epidemia.
En Palencia, el
Ayuntamiento creó un servicio de policía urbana para comprobar que en los
barrios se cumplían los mandatos municipales; prohibió las coladas en la
Dársena porque había un lavadero público; dio un plazo de «15 días para dotar
de aguas a los retretes de edificios enclavados en calles con alcantarillas» y
ordenó que el número de retretes fuera «proporcional al de vecinos y no sólo
uno por casa». Además, vetó la cría de cerdos y conejos en las casas, según
recogió el escritor, periodista e historiador palentino Pedro Miguel Barreda
Marcos en un artículo sobre la epidemia publicado en 2009 por la Institución
Tello Téllez de Meneses.
El consuelo del médico de cabecera
La gripe del 19 no
entendió ni de sexos ni de clases. Morían hombres y mujeres, ricos y pobres y
médicos, muchos médicos, por el continuo contacto con los enfermos. Los que
lograron hacer frente al virus casi fallecían de agotamiento, en especial en
los pueblos, donde no daban abasto al estar al frente de los municipios de su
partido y de aquellos que habían perdido al médico titular. Y es que los
voluntarios no llegaban como se hubiese deseado, pese a los constantes anuncios
de reclamo publicados en la prensa. También, muchos no pudieron ayudar por
falta de vehículos oficiales, según denunció el Colegio de Valladolid.
La labor de aquellos
médicos rurales que salvaron cientos de vidas; que no cejaron en fijar medidas
sanitarias e inculcar todo tipo de precauciones quedó en muchos casos relegada
al anonimato. No fue el caso del doctor Saturio Serradilla Vicente, médico de
Escurial de la Sierra (Salamanca), que retó a la gripe en esta zona de Las
Quilamas con pocas herramientas más que sus instrucciones higienistas y un
puñado de frascos de quinina, salpirina, enjuagues y alcanforado.
Su ámbito asistencial
estaba formado por Escurial de la Sierra, Hondura, Corral de Garcíñigo,
Moraleja, Coquilla, Segoyuela y los Arévalos. De sus 1.076 habitantes, 778
fueron víctimas de la gripe. Su obligación, pero sobre todo sus principios
éticos le llevaron a asumir el cuidado de los enfermos de los partidos
colindantes de Linares y Navarredonda, donde los titulares causaron baja. Lo
recuerda a Ical Joaquín Sánchez, que lleva diez años investigando sobre la vida
de Saturio Serradilla y a quien el destino le permitió descubrir la historia de
este médico, un ejemplo de humanidad. El carácter burgués de don Saturio no
impidió que recorriera a lomos de su caballo y de sol a sol hasta el último
rincón de La Calería, donde «suministraba leche a los enfermos sin recursos y
los aliviaba con las medicinas que él mismo pagaba».
Homenaje al médico rural
Durante la pandemia,
Saturio Serradilla fue ante todo persona. Esta entrega le valió, a instancias
de los ayuntamientos de Navarredonda, Tejeda, Berrocal de Huebra, Bárbalos,
Herguijuela de la Sierpe, Linares, Valero y Escurial, la concesión de la Gran
Cruz de Beneficencia con distintivo morado y negro, el 6 de octubre de 1923,
cinco años después de aquella gripe que sirvió para medir el valor humano de
los médicos rurales. Hasta qué punto fue querido que aquel título, otorgado por
el Gobierno, se materializó en una cruz de oro que pagaron los vecinos con una
colecta y el Colegio de Médicos de Salamanca.
Ahora, 100 años después,
de la mano de Joaquín, el pueblo ha decidido recordar que es lo que es gracias
a aquel doctor, hijo predilecto del pueblo. Saturio Serradilla cuenta desde
este mes con una escultura frente a su casa. Se denomina Génesis; la firma el
artista local Severiano Grande, y rinde homenaje a todos aquellos médicos
rurales que muchas veces cayeron enfermos no por gripe, sino por agotamiento.
El recuerdo lo completa una exposición, organizada por Joaquín Sánchez, que
puede visitarse hasta el 4 de noviembre en el Ayuntamiento de Escurial.
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