David Panchuelo Corresponsal Cuaderno de Entresierras |
Subí a los altos de Aldeacipreste como quien sube al cielo. La
falta de hábito sobre la bicicleta se dejó notar en las pendientes y repechos
que dibujaba la carretera en aquella ladera cubierta de pinares. Pasado un
regato y, tras la enésima curva, la cerrada arboleda poblada de aves vocingleras
dio paso a un paisaje abierto, salpicado de rocas y trillados herbazales.
Poderosas vacas torcían la mirada, sin apenas inmutarse, al ver pasar tan
triste figura por la carretera.
Y así, de pronto, me vi transportado a esas
brañas de la Cordillera Cantábrica, esos prados de alta montaña poblados por
los casi míticos vaqueiros y sus
ganados, cunas de infinidad de leyendas y verdaderos refugios del sentimiento
de absoluta libertad.
Así me sentí al contemplar tan extraña
estampa, donde el campo abierto es propiedad del ganado y los hombres han de
cercar lo que no quieran que sea hollado por sus pezuñas. Es ese monte comunal
del que Aldeacipreste es hoy día orgulloso reducto, entre las dos grandes
sierras de la provincia de Salamanca.
Al fondo se vislumbra la ciudad de Béjar e, hiriendo el cielo, los cielos de Valdesangil |
Canchaleras tras las que se asoma, en la lejanía, la Peña de Francia |
Tras tanta ensoñación poética y evocaciones de un nunca vivido
Romanticismo del siglo XIX, bajé al pueblo, ya sin esfuerzo, no sin antes
esperar a que un formidable ejemplar bovino cruzase tranquilamente la carretera
en pos de unos breos que asomaban
desafiantes tras la cuneta opuesta.
Me interné por sus estrechas calles, admiré
las robustas casas de piedra y saludé con un buenas tardes a cuanto vecino me encontré. Al pasar junto al
Ayuntamiento pude observar su curioso escudo, que me encantó por su simple
originalidad.
Llegué luego a la plaza de la iglesia, de
formidable torre campanario, donde un nutrido grupo de aldeaciprestanas
conversaban alegremente a la vez que se afanaban en la limpieza del portal de
entrada al templo.
El antiguo potro de herrar, colocado en el
centro de la plaza, remataba el conjunto, pleno ya de tipismo.
Fui a continuación en busca de la ermita,
teniendo que lamentar por el camino algún que otro traspiés arquitectónico, y,
tras hallarla junto al cementerio y fotografiarla, volví a la carretera para
seguir, finalmente, mi camino.
El pueblo y su gente merecen sin duda más
extensa visita, buen paseo y pausada charla sobre algún poyo. Por lo pronto, la travesía por sus calles y paisajes me
sirvió para que Aldeacipreste ya sea para mí algo más que un nombre y un punto
indeterminado del mapa ¿Puedes tú decir lo mismo?
Iglesia parroquial de Aldeacipreste |
Potro de herrar, perfectamente conservado |
Unas mujeres se afanaban en limpiar la iglesia |
Ermita junto al cementerio |
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