viernes, 31 de octubre de 2014

“Nuestro capitalismo cultural se sostiene hoy sobre un continuo control de la atención”

En La melancolía del ciborg y Sujetos en la niebla, el filósofo Fernando Broncano, oriundo de Linares de Riofrío, bucea en las narrativas de la identidad que proliferan en el mundo contemporáneo, deteniéndose en las figuras del ciborg y en la del zombie, la primera de las cuales concentra el nudo de prótesis que armanal sujeto actual, y la segunda lo muestra desnudo, disponible para las fantasías apocalípticas de la globalización.
Ambos libros, publicados por la editorial Herder representan una interrogación sobre la cuestión de la identidad en un mundo donde hasta ese concepto opera como valor de cambio o mercancía.
Broncano nació en Linares de Riofrío en 1954. Es docente en la Universidad Carlos III y en la UNAM de Madrid; también en la Universidad del País Vasco; administra un blog y su especialidad es la filosofía de la ciencia.
Esta es la conversación que sostuvo con la revista Argentina Télam Cultura desde Madrid.
T : Si Sujetos en la niebla es un texto que explora las narrativas de la identidad, La melancolía del ciborg, ¿no es otra manera de hacerse esa pregunta?
B : Hay ciertamente un hilo conductor entre los dos libros: las dificultades que presenta la respuesta a la pregunta por la identidad, y cómo ésta es más bien un resultado de un largo trabajo de identificación o autoidentificación, que solamente logramos mediante ciertos andamios. En La melancolía… me fijé fundamentalmente en cierto tipo de artefactos: los objetos que constituyen nuestro medio técnico, que más que herramientas, son prótesis que extienden nuestras capacidades heredadas biológicamente.
De entre ellos, la escritura y las imágenes obtenidas artificialmente son dos claros ejemplos de prótesis sobre las que se constituye nuestra imaginación e identidad. Pues los humanos habitamos en dos realidades, la actual y la posible y son los artefactos los que nos permiten constituir las posibilidades.
En 
Sujeto… me he centrado más en la constitución narrativa de la identidad después de que una gran parte de nuestra cultura haya socavado la idea de sujeto como una especie de ojo que mira el teatro de la conciencia y vive como habitante privilegiado de su mundo privado. Desde el psicoanálisis a la reciente psicología experimental, pasando por toda la filosofía estructuralista, se ha ido disolviendo la presunta autoridad de la primera persona (el yo sé quién soy cervantino). Todo el libro versa sobre la necesidad de narraciones polifónicas en las que se va desenvolviendo la respuesta a la pregunta por lo que somos. Necesitamos las voces en segunda y tercera persona para componer este relato sin el que la identidad no es más que identidad numérica, como el número de pasaporte o el informe médico de nuestro cuerpo. 

T : La figura del ciborg ¿qué cree usted que condensa de la actualidad del capitalismo del espectáculo?
B : El ciborg es la figura de un ser que no es naturaleza ni cultura sino ambas cosas de manera indisoluble. Y una de las formas culturales más importantes es precisamente la cultura de la atención. Nuestro capitalismo cultural se sostiene hoy sobre un continuo control de la atención: a las mil pantallas que nos rodean, a los medios de comunicación. Producimos con la atención como en las formas anteriores se producía con los cuerpos y, más tarde, en la llamada sociedad de consumo, con el empleo productivo del tiempo de ocio. Hoy es la atención la principal fuente de plusvalía, como muestra inmediatamente cuáles son las empresas más importantes, todas ellas dedicadas al negocio de la atención. Nuestra mente es, entonces, ya una mente extendida, en la que los artefactos de atención (pantallas, etcétera) constituyen una parte central en el espacio de imaginación en el que consiste nuestra existencia contemporánea. 
T : El ciborg ¿es la otra cara del zombie? Si fuera así, ¿por qué? ¿Y por qué su melancolía?
B : Es muy interesante esta pregunta, porque los zombies se han convertido en una figura omnipresente en la cultura de masas más reciente, como lo fueron los ciborgs en los años 80 del siglo pasado (RoboCop, etcétera.). Los zombies serían, hipotéticamente, lo que queda de los seres humanos cuando retiramos de ellos la cultura: puro cuerpo deseante sin ningún contenido. Pero lo interesante es por qué se ha extendido viralmente esta figura. Sospecho que porque, por corrección política, los medios de masas ya no se atreven a elaborar discursos abiertos sobre los sujetos que tradicionalmente se consideraban naturalizados: mujeres, indios, negros, salvajes, etcétera, a los que se podría tratar y maltratar como si fuesen puro cuerpo animal. Los zombies representan en abstracto todos los seres que son dejados fuera de la cultura y sobre los que se puede ejercer violencia sin problemas y escrúpulos de conciencia. Del mismo modo que el coronel Kurtz de El corazón de las tinieblas escribe en su informe a la compañía matadlos a todos, refiriéndose a los negros salvajes de Congo (Joseph Conrad fue testigo del genocidio que se realizó en el Congo Belga por parte de la compañía colonial), así ahora el zombie es tratado como un objeto de violencia. Pero lo interesante de esta figura es que habla menos de estos seres que de los imaginarios post-apocalípticos que se han convertido en el centro de la cultura contemporánea.Todas las obras sobre zombies hablan fundamentalmente de los survival kits, que no son otra cosa que meditaciones sobre el penoso estado de nuestra condición actual: lazos rotos, desconfianza, armas, consumo. 
T : Farmacología, prótesis, drogas, redes sociales, etcétera, ¿no nos han convertido a todos en ciborgs?
B : Bueno, la tesis que defiendo es que la especie humana es un producto de la cultura técnica de especies anteriores. De manera que siempre fuimos ciborgs. Ciertamente el entorno técnico-cultural define actualmente muchos más elementos que en otro tiempo, desde las funciones biológicas, controladas cada vez más mediante técnicas del cuerpo a las funciones mentales, también controladas por técnicas del sujeto. Y, efectivamente, los artefactos que mencionas son parte esencial de nuestra identidad actual. Pero no cabe olvidar que las drogas siempre fueron consustanciales a todas las culturas, y que por ejemplo las religiones (entendidas como artefactos culturales), configuraron de manera determinante las identidades en las culturas del pasado. Las redes son ahora la respuesta a la creciente urbanización total del mundo, que produce inmensas muchedumbres solitarias que necesitan reconstituir de algún modo los afectos perdidos en la modernización. No son un sucedáneo de afectos, sino la nueva forma en la que se reconstruyen los vínculos sociales en la cosmópolis contemporánea.
T : A su vez, esa serie ¿no ha anestesiado los principios básicos de las señales de angustia, peligro inminente, supervivencia, que caracterizaron a la especie durante cientos de años?
B : Aunque parezca lo contrario, las emociones humanas tienen formas culturales y expresiones cambiantes en la historia. Freud trabajó mucho sobre ciertas formas de angustia muy ligadas a la represión sexual de la sociedad burguesa vienesa, y lo mismo cabría decir de casi todas las emociones ligadas a la sensación de alerta y peligro. La angustia contemporánea no está anestesiada sino transformada por las nuevas figuras de la inseguridad que se presentan. No en vano se ha denominado a nuestras sociedades sociedades del riesgo para señalar que los miedos que otrora se tuvieron hacia la naturaleza ahora se trasladan, como en la figura de Frankenstein, hacia nuestros propios productos: la técnica, el terrorismo (otra suerte de técnica), etcétera. Si uno abre un periódico observará de inmediato que sus páginas se dividen en noticias destinadas a producir miedo y angustia y páginas destinadas a producir deseo. Es nuestra cultura. 
T : Finalmente, ¿ha pensado usted cómo era el mundo treinta años atrás, o es inconcebible imaginar siquiera ese espacio de tiempo sin usar los gadgets que hoy ofrece la tecnociencia, incluso -y sobre todo- la pensada para la vigilancia, la industria más próspera en este utopía policial que atravesamos?
B : Claro, la historia se escribe siempre a través de vestigios que tienen una existencia material: ruinas, documentos del pasado. Ahora tenemos una infinidad de vestigios desde que apareció la producción y consumo masivos de imágenes y otras formas de grabación de lo real. Nuestras casas se han llenado de álbumes de fotografías, vídeos. Pero me pregunto si hemos ganado en capacidad de narrar, de reconstruir relatos con los que identificarnos o más bien todo lo contrario, si no perdemos capacidad de análisis del pasado entre la infinidad de documentos y datos que poseemos. De hecho, la forma más extendida de historia popular es el falso documental que ofrece una aparente reconstrucción del pasado en la que probablemente se olvida tanto como se presenta. Yo tiendo a ser benjaminiano: en los restos del pasado, sean edificios o imágenes veo ruinas que hay que interrogar con cuidado, porque ocultan tanto como muestran. Ocultan, por ejemplo, los sueños de lo que quisimos ser, que eran parte de lo que éramos en el pasado.  

SÍGUENOS EN FACEBOOK

No hay comentarios:

Publicar un comentario