Faltaba el cuervo. Lo imaginé al cruzar la
portezuela de reja. También al cruzarla, seguramente por la inoculación
fantasiosa de las películas de Hollywood, imaginé un chirrido de gozne en
desuso. Y si me apuran, poniéndome en lúgubre tesitura, me faltaba hasta el
olor a podredumbre, a muerte y a incienso. Faltaban los árboles pelados de hojas
recortándose contra la neblina del amanecer, a la que se agarran las criaturas
de la noche para dar un poco más de sí. Faltaba una luna llena y algún aullido
de lobo. Aunque, ya se sabe, por estas tierras los lobos hace tiempo que
dejaron de dar el augurio a la parca. Faltaba una campana de difuntos y allende
los brezos algún traqueteo de carroza de princesa que pasa por el lugar
acelerando el trote de dos alazanes negros. Faltaba una sombra que amenaza
formando una mano esquelética. Y alguna voz que salida de la misma pieza invita
con cortesía a pasar al otro lado.
Faltaba una blanca aparición asomada al ventanal gótico
ora pro nobis pecatoribus…
Y en realidad no es para tanto
Solo un cementerio viejo, que apenas guardará si se
apura la oruga a la tierra, algún resto de antiguos habitantes, algún caminante
de Santiago que no llegó a cumplir la promesa y otros tantos deudores del conde
de Salvatierra, señor y “caudillo” de pompas y haciendas por estos lares.
Pero pasear por el viejo cementerio de Fuenterroble
de Salvatierra, escondido bajo la saya gótica de la impresionante iglesia de Santa
María la Blanca, trae recuerdos que no debiera, como un atrezzo de otros tiempos,
o de actuales imaginados en pantallas de colores a tres dimensiones.
Tan solo faltaba, ahora lo recuerdo bien, concederle
unas palabras en algún cuaderno descolorido…
Fotografías de Cuaderno de Entresierras, Ramón Bravo Aliseda y Mis Pueblos
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