El pasado mes de agosto, Cuaderno de Entresierras
atendió una invitación personal de Ángel Pisonero para visitar su taller decarpintería creativa en San Miguel de Valero. Hace tiempo que se pueden seguir
en este Cuaderno las “andanzas” de este artista de la madera, sobre todo a
partir de la experiencias “Maderando” a través de las cuales Ángel ha
encontrado un nuevo sentido a su trabajo, para acercarlo a la gente, haciéndolo
interactivo y dinamizando de esta manera la vida social, cultural y turística
de este rincón a los pies de las Quilamas.
En la visita al taller de Ángel Pisonero, ubicado en
una antigua bodega de vino de la localidad y abierta a visitas turísticas,
pudimos rememorar in situ uno de los hitos que han marcado la vida de este
artesano en los últimos años: la creación del monumento al Rey Rodrigo y la
Reina Quilama.
Símbolo palpable de la Sierra de Quilamas, de la de
Francia y Entresierras, la estatua del último rey godo abrazado por su amante
“salmantina”, extraña a viajeros y turistas que se acercan a San Miguel de
Valero descolgados de otras rutas más promocionadas. Inmensa como un recuerdo
vivo, los visitantes se preguntan qué “pinta” en este lugar del sur de
Salamanca una efigie del monarca que oficialmente perdió la vida en la batalla
del Guadalete, abriendo así la puerta a la invasión musulmana.
La historia así lo cuenta y es acuerdo común de
historiadores y eruditos que en el año 711 las huestes de Muza e Ibn Tarik
cruzaron el Estrecho de Gibraltar, venciendo al gran ejército visigodo junto al
gaditano río Guadalete e iniciando un período de casi ocho siglos de dominación
islámica en la Península. Los libros cuentan la historia, los alumnos la
aprenden y los profesores la enseñan como dogma de fe histórico.
Pero en ocasiones es menester mirar más allá de las
“enseñanzas oficiales” y echar un vistazo a la tradición popular. Porque en los
pueblos de Las Quilamas la historia se cuenta de otra manera. Leyendas nacidas
de lo más recóndito de los tiempos y pertinazmente guardadas por la memoria
colectiva de las gentes de esta tierra narran los últimos días del Rey Rodrigo
de otra manera. En Las Quilamas se asegura que el último rey godo sobrevivió a
la batalla del Guadalete y que herido y escoltado por los últimos miembros de
su guardia real escaparon hacia el norte huyendo de las espadas moras. Dicen
que en Valero, en la cima del cerro que llaman el “Castillo Viejo de Valero” el
rey preservaba una fortaleza para refugio de malos tiempos. Y que fue en este
“Castillo”, cuyos restos pueden visitarse aún, donde el Rey se refugió de la
desgracia. Allí huyó con el tesoro más preciado de su corona, su amante, la
princesa Quilama, que algunos aseguran ser la hija del gobernador de Ceuta, don
Julián, personaje real y cristiano que por despecho abrió la puerta de la
Hispania Goda al ejército musulmán.
Cuentan las gentes de las Quilamas que durante un
tiempo el Rey Rodrigo vivió oculto junto a su amante Quilama en el Castillo
Viejo de Valero pero que finalmente rodeados y sitiados por los soldados de
Muza hubo de escapar por pasadizos secretos en busca de ayuda. Pero la fortuna
ya estaba escrita para Rodrigo, que fue atrapado y ajusticiado en “Segoyuela de
los Cornejos”, pueblecito a los pies de las Quilamas en linde de la dehesa
charra y que hoy en día se conoce como Tejeda y Segoyuela. En Tejeda, para más realce,
aseguran que Don Rodrigo murió a causa de las heridas de guerra en un pajar del
pueblo.
Pero volvamos más atrás. Cerca del Pico Cervero, en
Navarredonda de la Rinconada, existe una cueva, al parecer de factura
artificial, que llaman la Cueva de la Mora. Se asegura que por allí
escapó, túnel mediante, el Rey Rodrigo del asedio al Castillo de Valero y que
desde allí se despidieron los amantes, sabedores de que nunca más volverían a
verse. Una vez a solas, la princesa Quilama aguardó en la Cueva al regreso del
Rey, pero al conocer su muerte, o presa de la incertidumbre, o quizás para no
verse presa de los moros y ser nuevamente llevada a Ceuta y “arrojada” a los
pies de su padre, se quitó la vida. Otros simplemente cuentan que murió de
pena. Y dicen que de la Cueva de la Reina Quilama aún escapan lamentos del
espíritu eterno de la princesa que sigue esperando el regreso del Rey.

Pero volvamos a ese cruel día, el momento de la
despedida final entre ambos amantes, imaginémonos como pudo producirse la
escena… un rey hierático intentando mantener la compostura mientras una
princesa, presa del dolor, se abraza a su cintura en un adiós que durará para
siempre… Difícil resulta imaginarlos…
La forja de la Leyenda

El Ayuntamiento acepta las proposiciones de Ángel y
da un cortísimo plazo de dos meses para inaugurar la obra. Seguramente no
imaginaban los empleados públicos lo que Ángel Pisonero había ideado desde el
fondo de su bodega reconvertida en taller de carpintería. Casi de inmediato, en
colaboración con la pintora y ceramista Vicen Hernández Castro, se presenta un
boceto en miniatura que entusiasma a los responsables del Ayuntamiento. Casi al
mismo tiempo, los artesanos inician la búsqueda de material reciclado para
crear la obra. Una vez reunidas las piezas a utilizar comienzan a realizarse
probaturas y ensamblajes hasta dar con la combinación perfecta. Pero… ¿cómo
representar a Rodrigo y Quilama? Y así brilla la idea en la mente creadora. Recordemos
ese momento ya descrito, en que los amantes se funden en el último abrazo antes
de la despedida, ¿por qué no plasmarlo como tal?

Durante varios días el artesano coloca y ensambla las piezas una a una ante la atónita mirada de sus vecinos. Mientras Vicen Hernández, para dar cercanía a los personajes, prepara en cerámica los rostros inmutables de los “nuevos vecinos”. Y así poco a poco va apareciendo la Leyenda frente a las Quilamas: la corona, el cinto, la espada, el escudo… las vestimentas, las manos, los rostros…
Una obra sin parangón en la provincia de Salamanca (y nos atreveríamos a decir que de toda Castilla y León) pues quien se planta frente a ella entiende al momento que está frente al espejo de los antepasados, que está contemplando un instante de tiempo del que somos herederos, mil veces imaginado al calor de una lumbre pero nunca palpado con las manos o la mirada… una obra atemporal que refleja el alma de esta tierra, de la lucha por sobrevivir y hacerse eternos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario