sábado, 7 de septiembre de 2013

Forjadores de leyendas en San Miguel de Valero

El pasado mes de agosto, Cuaderno de Entresierras atendió una invitación personal de Ángel Pisonero para visitar su taller decarpintería creativa en San Miguel de Valero. Hace tiempo que se pueden seguir en este Cuaderno las “andanzas” de este artista de la madera, sobre todo a partir de la experiencias “Maderando” a través de las cuales Ángel ha encontrado un nuevo sentido a su trabajo, para acercarlo a la gente, haciéndolo interactivo y dinamizando de esta manera la vida social, cultural y turística de este rincón a los pies de las Quilamas.
En la visita al taller de Ángel Pisonero, ubicado en una antigua bodega de vino de la localidad y abierta a visitas turísticas, pudimos rememorar in situ uno de los hitos que han marcado la vida de este artesano en los últimos años: la creación del monumento al Rey Rodrigo y la Reina Quilama.

Símbolo palpable de la Sierra de Quilamas, de la de Francia y Entresierras, la estatua del último rey godo abrazado por su amante “salmantina”, extraña a viajeros y turistas que se acercan a San Miguel de Valero descolgados de otras rutas más promocionadas. Inmensa como un recuerdo vivo, los visitantes se preguntan qué “pinta” en este lugar del sur de Salamanca una efigie del monarca que oficialmente perdió la vida en la batalla del Guadalete, abriendo así la puerta a la invasión musulmana.

La historia así lo cuenta y es acuerdo común de historiadores y eruditos que en el año 711 las huestes de Muza e Ibn Tarik cruzaron el Estrecho de Gibraltar, venciendo al gran ejército visigodo junto al gaditano río Guadalete e iniciando un período de casi ocho siglos de dominación islámica en la Península. Los libros cuentan la historia, los alumnos la aprenden y los profesores la enseñan como dogma de fe histórico.

 Pero en ocasiones es menester mirar más allá de las “enseñanzas oficiales” y echar un vistazo a la tradición popular. Porque en los pueblos de Las Quilamas la historia se cuenta de otra manera. Leyendas nacidas de lo más recóndito de los tiempos y pertinazmente guardadas por la memoria colectiva de las gentes de esta tierra narran los últimos días del Rey Rodrigo de otra manera. En Las Quilamas se asegura que el último rey godo sobrevivió a la batalla del Guadalete y que herido y escoltado por los últimos miembros de su guardia real escaparon hacia el norte huyendo de las espadas moras. Dicen que en Valero, en la cima del cerro que llaman el “Castillo Viejo de Valero” el rey preservaba una fortaleza para refugio de malos tiempos. Y que fue en este “Castillo”, cuyos restos pueden visitarse aún, donde el Rey se refugió de la desgracia. Allí huyó con el tesoro más preciado de su corona, su amante, la princesa Quilama, que algunos aseguran ser la hija del gobernador de Ceuta, don Julián, personaje real y cristiano que por despecho abrió la puerta de la Hispania Goda al ejército musulmán.

Cuentan las gentes de las Quilamas que durante un tiempo el Rey Rodrigo vivió oculto junto a su amante Quilama en el Castillo Viejo de Valero pero que finalmente rodeados y sitiados por los soldados de Muza hubo de escapar por pasadizos secretos en busca de ayuda. Pero la fortuna ya estaba escrita para Rodrigo, que fue atrapado y ajusticiado en “Segoyuela de los Cornejos”, pueblecito a los pies de las Quilamas en linde de la dehesa charra y que hoy en día se conoce como Tejeda y Segoyuela. En Tejeda, para más realce, aseguran que Don Rodrigo murió a causa de las heridas de guerra en un pajar del pueblo.
Pero volvamos más atrás. Cerca del Pico Cervero, en Navarredonda de la Rinconada, existe una cueva, al parecer de factura artificial, que llaman la Cueva de la Mora. Se asegura que por allí escapó, túnel mediante, el Rey Rodrigo del asedio al Castillo de Valero y que desde allí se despidieron los amantes, sabedores de que nunca más volverían a verse. Una vez a solas, la princesa Quilama aguardó en la Cueva al regreso del Rey, pero al conocer su muerte, o presa de la incertidumbre, o quizás para no verse presa de los moros y ser nuevamente llevada a Ceuta y “arrojada” a los pies de su padre, se quitó la vida. Otros simplemente cuentan que murió de pena. Y dicen que de la Cueva de la Reina Quilama aún escapan lamentos del espíritu eterno de la princesa que sigue esperando el regreso del Rey.

Esta historia “no oficial” se da por verdaderamente cierta, valga la redundancia, en todos los pueblos de la Comarca. A tal punto que ni el paso de los siglos ni la modernidad ni la despoblación creciente han conseguido borrarla de la mente colectiva.

Pero volvamos a ese cruel día, el momento de la despedida final entre ambos amantes, imaginémonos como pudo producirse la escena… un rey hierático intentando mantener la compostura mientras una princesa, presa del dolor, se abraza a su cintura en un adiós que durará para siempre… Difícil resulta imaginarlos…

La forja de la Leyenda

En el año 2008 el Ayuntamiento de San Miguel de Valero encarga al artesano local Ángel Pisonero la realización de un monumento de libre creación que represente la historia y tradiciones de San Miguel, como parte de un proyecto de “land-art” dentro del sendero que une el pueblo con el paraje de “El Hueco” y otros de gran valor paisajístico. El Consistorio propone un trabajo en madera sobre la Leyenda de Rodrigo y Quilama y Ángel acepta de inmediato, aunque el artista propone que se realice en hierro, cerámica y granito, lo que la hará perdurable al aire libre. Porque además, desde el primer momento, el artesano sanmigueleño tiene clara la ubicación de la efigie, en la parte alta del pueblo frente al paisaje majestuoso de las Quilamas y a la vista del Castillo Viejo de Valero. La estatua, de este modo, queda en un lugar privilegiado pero “escondida” a primera vista de un visitante que pase por San Miguel a vuelapluma.

El Ayuntamiento acepta las proposiciones de Ángel y da un cortísimo plazo de dos meses para inaugurar la obra. Seguramente no imaginaban los empleados públicos lo que Ángel Pisonero había ideado desde el fondo de su bodega reconvertida en taller de carpintería. Casi de inmediato, en colaboración con la pintora y ceramista Vicen Hernández Castro, se presenta un boceto en miniatura que entusiasma a los responsables del Ayuntamiento. Casi al mismo tiempo, los artesanos inician la búsqueda de material reciclado para crear la obra. Una vez reunidas las piezas a utilizar comienzan a realizarse probaturas y ensamblajes hasta dar con la combinación perfecta. Pero… ¿cómo representar a Rodrigo y Quilama? Y así brilla la idea en la mente creadora. Recordemos ese momento ya descrito, en que los amantes se funden en el último abrazo antes de la despedida, ¿por qué no plasmarlo como tal?

Si difícil resulta imaginar la escena, como decíamos, más difícil debió resultar forjarla sobre hierro. Durante días y noches el taller de Ángel se afana en montar la escultura, que poco a poco va tomando proporciones hercúleas hasta que es finalizada en las entrañas del taller. Satisfechos y orgullosos, las piezas vuelven a desmontarse para ser llevada a su emplazamiento exterior. 

Durante varios días el artesano coloca y ensambla las piezas una a una ante la atónita mirada de sus vecinos. Mientras Vicen Hernández, para dar cercanía a los personajes, prepara en cerámica los rostros inmutables de los “nuevos vecinos”. Y así poco a poco va apareciendo la Leyenda frente a las Quilamas: la corona, el cinto, la espada, el escudo… las vestimentas, las manos, los rostros… 

Una obra sin parangón en la provincia de Salamanca (y nos atreveríamos a decir que de toda Castilla y León) pues quien se planta frente a ella entiende al momento que está frente al espejo de los antepasados, que está contemplando un instante de tiempo del que somos herederos, mil veces imaginado al calor de una lumbre pero nunca palpado con las manos o la mirada… una obra atemporal que refleja el alma de esta tierra, de la lucha por sobrevivir y hacerse eternos. 

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