jueves, 11 de febrero de 2016

"Celso Lagar salió de Ciudad Rodrigo para olvidarla"

ENTRESIERRASrd | "Desarraigo y sufrimiento: El espíritu maldito de la Escuela de París (Modigliani y Celso Lagar)", por Pablo Castellano
'Guerra Civil', obra de Celso Lagar
Terrazas  atestadas de jóvenes artistas y viejos maestros en las plazas. Un espeso humo que sale del interior de los bares. Ruido incesante y vasos por los suelos, aún con los restos de vino. Un joven pintor italiano recitando versos mientras se tambalea y un joven español, mirobrigense, sentado y ensimismado, contemplando el espectáculo. 
Este es el París anterior a la Gran Guerra del 14, el París de Montmartre. Por esa época la cuna del arte estaba plagada de todo tipo de artistas, tanto franceses como emigrantes del resto del mundo. Allí se encontraban artistas tanto ya consagrados del comienzo de las vanguardias históricas, por ejemplo Pablo Picasso y Juan Gris; como marginados y en ciernes, y este es el caso de los pintores que ahora nos ocupan: Amedeo Modigliani y Celso Lagar.
De esta manera describe Narciso Alba la visión de París que, según él, tenían los jóvenes artistas que allí emigraban para conocer las nuevas manifestaciones artísticas de primera mano, dando origen a una nueva vida: “¡París! ¡Montmartre! ¡Montparnasse! ¡El Sena! ¡La Coupole! ¡Pigalle!...Pero no todos los que llegaban a París alcanzaban también la gloria, y, a veces, el esfuerzo quedaba agriamente marcado en el cuerpo y en el espíritu de los artistas. Pero decir París era alimentar la esperanza y acariciar el triunfo”.  Estas palabras bien pueden aplicarse a la miserable vida de esfuerzo, grandes derrotas y escasos triunfos que allí tuvieron los integrantes de la denominada Escuela de París.
'Hebuterne', obra de Modigliani
Para hablar de la relación vida y obra que hace de estos hombres unos artistas malditos, es preciso aclarar primero a qué se llama Escuela de París, sin entrar a juzgar si esta etiqueta es válida o no lo es. Se trata de un grupo de jóvenes artistas que fueron llegando en diferentes momentos a París. Allí, inmersos en el continuo flujo de movimientos artísticos y la rapidez con la que se sucedían, decidieron mantenerse al margen. Es por esta razón por la que cuando se hace referencia a la Escuela de París se habla de artistas individualistas, alejados de las modas, definiendo la vida bohemia que ha servido para reflejarlos como estereotipo. Miembros reconocidos de esta Escuela son Chaime Soutine, Fuojita, Marc Chagall, Moïse Kisling y Maurice Utrillo, entre otros muchos. Pero es importante destacar la fuerte presencia de pintores españoles en ella, que fueron llegando en diferentes oleadas. Sobre estas continuas llegadas de artistas españoles a la Escuela de París existen varias clasificaciones temporales, de las que destacaré dos de ellas:
En primer lugar, Julián Gállego, perteneciente a la propia Escuela en los años 60, diferencia cuatro etapas: una en 1900; otra la que denomina de “Entreguerras”; la del exilio republicano; y una última, la de posguerra, allá por los 50, sobre la que dice que se dio “cuando nuestras fronteras s entreabrieron y por la apertura se precipitó una multitud, entre las que me cuento”.
En segundo lugar, encontramos la clasificación que hace Mercedes Guillén. En ella, ordena las diferentes oleadas en tres: una que abarca los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX; otra que va desde el año 18 hasta el 39; y una última que llega desde el año 39 hasta su fin. Quizá esta clasificación sea menos exacta al situar en un mismo grupo a artistas que acudieron por diferentes motivos, es decir, aquellos que pudieron acudir por placer y otros exiliados por la Guerra Civil. Es decir, engloba en una misma salida a aquellos que lo hicieron por su propia voluntad y a aquellos que lo hicieron por obligación.
Estos artistas que dieron lugar a la Escuela de París son a menudo denominados como artistas malditos. Para intentar encontrar las causas de por qué se les identifica con esta etiqueta, recurriré a dos artistas que tuvieron tanto una vida trágica como una obra muy productiva. La obra y la vida de El Príncipe Modigliani y de El último maldito de Montparnasse están caracterizadas por dos elementos que quedaron plasmados en sus obras: el desarraigo y el sufrimiento.
Desarraigo
Mientras que Modigliani abandonó Italia para instalarse en París en 1906, el mirobrigense lo hizo a finales de marzo de 1911 después de pasar una temporada en Barcelona. Ambos artistas tomaron con el tiempo una visión diferente de sus tierras natales.
 Modigliani siempre sintió nostalgia por su tierra, admirando especialmente a Miguel Ángel, Rafael y Boticcelli. Modigliani defendía la innovación pero sin cortar las raíces del pasado, en concreto, de la tradición pictórica italiana. En una ocasión, cuando a Modigliani le ofrecieron participar por primera vez en una gran exposición, pasó días y noches de trabajo constante esculpiendo siete cariátides en bloques de los adoquines que arrancaba de la calle. El número no es casual, sino que lo que quería era simbolizar con sus siete esculturas las Siete Colinas de Roma. Con ello, mantendría vivo de alguna manera el recuerdo del país en el que creció a pesar de estar en la distancia. Esta nostalgia estuvo presente siempre en su vida de una u otra manera.
En su obra, el artista italiano rompía en cierto modo con el pasado, pero quizá sea un error afirmar que intentara cortar tajantemente con él. En el caso de las cariátides, Modigliani vuelve al primitivismo redescubierto por aquel entonces en París, época en la que se puso de moda y era sinónimo de innovación. Pero recurrir a esos elementos no conllevaba una ruptura directa con su tierra, pues siempre había elementos en su obra que mantenían presente la cultura italiana. Encontramos referencias a Italia en varios aspectos de su obra. En primer lugar, en la ya citada anécdota de las Siete Colinas de Roma; en segundo lugar, la búsqueda de un ideal de belleza clásica; en tercer lugar, los ojos de los retratos que realizó que recuerdan a los ojos que encontramos en las representaciones del arte etrusco; en cuarto lugar, el estilo manierista de los numerosos retratos y desnudos que creó.
En definitiva, Modigliani fue un hombre que acudió a Francia para forjarse como artista en el bullicio de París y, por lo tanto, para innovar. Pero a pesar de ello el Príncipe de Montmartre no pretendió olvidar nunca el lugar en el que comenzó a dar sus primeros pasos como artista.
Modigliani pintado por Celso Lagar
En cambio, en el caso de Celso Lagar encontramos la visión opuesta a la que tenía su amigo italiano con la tierra natal. Lagar salió de Ciudad Rodrigo para olvidarla. Es de gran interés ver que la prensa de su ciudad en aquellos tiempos, a su salida, reprochaba haber malgastado dinero público para permitir al joven artista, hijo de un reconocido ebanista, irse rumbo a París. Los mirobrigenses temían que la inversión en Lagar no fuese fructífera. No tenían muchas esperanzas en su talento. De esta manera, Lagar emprendió solitario su camino. Esta soledad con la que salió de las tierras castellanas quedaría plasmada en su obra posterior, en esos momentos en los que empezó a ser reconocido por la crítica francesa y su pueblo comenzó a aplaudirle sin recibir respuesta. La soledad de Celso Lagar la encontramos especialmente en las numerosas obras pictóricas en las que representan escenas circenses, aunque está presente en toda su obra. Por poner un ejemplo fuera de sus típicas imágenes circenses, encontramos un cuadro titulado Madre e hijo, en el que aparece un niño mirando a su madre, que le aparta la mirada. Puede ser esta una referencia a la relación con su familia o, yendo más lejos, con la propia Ciudad Rodrigo. Aquél niño que se vio ignorado por su madre y decidió abandonarla para emprender su camino de manera solitaria. Pero acudiendo a sus máximas representaciones de la soledad, es preciso recurrir, como dije anteriormente, a los cuadros que en numerosas ocasiones pintó sobre escenas circenses.
Lagar acudía a los circos ambulantes de París para retratar su vida fuera del espectáculo, quería mostrar la vida solitaria y marginal de los trapecistas, equilibristas y malabaristas. Quería representar, en definitiva, “la soledad del arlequín”. En el cuadro Circo y caravanas, Lagar muestra la desolación y la soledad de los miembros del circo mediante colores fríos, la indiferencia de los rostros, los árboles totalmente despoblados de hojas, y la gran distancia que hay entre las caravanas y un fondo lejano en el que se aprecian varias casas y una iglesia. Otro ejemplo que puede ser útil para mostrar el desarraigo y la soledad de Lagar es la obra La parade, en la que aparece un único escenario de madera en el que la mirada del espectador recae directamente en la sonrisa artificial de un payaso que saluda, y la tristeza que muestran los rostros de los demás miembros del espectáculo (un payaso cabizbajo, que parece que llega al llanto, una bailarina que mira cansada al suelo, otra que no se atreve a mirar al público, parece que por desprecio). Llama la atención en este cuadro el contraste que hay entre el rojo vivo del payaso que se encuentra en el centro y los colores oscuros de los demás personajes que componen el cuadro; además de la diferencia de las dimensiones que hay entre la figura del payaso y todas las demás. Es destacable, en último lugar, la diferencia que hay entre los pocos rostros que se aprecian del público, todos ellos con sonrisas irritantes, y la tristeza, la soledad y los espacios que parecen infinitos entre los artistas del circo.
En resumen, Lagar corta de raíz con su pueblo y con su país, no volviendo la vista atrás salvo cuando en sus últimos días es llevado a Sevilla con su hermana y con una hija de ésta. Los mirobrigenses, después de alabarle cuando comenzó a adquirir reconocimiento a ver si el pintor volvía la vista atrás, se vieron decepcionados al no ver ninguna referencia a los paisajes castellanos, y las que algunos expertos sacan, que son pocas, resultan en ocasiones un poco forzadas. Se trata de un hombre que se fue solo y regresó solo, teniendo solamente la compañía de la que fue su mujer, la escultora Hortense Bergué. Esta soledad fue una constante en toda la obra de Lagar, tanto en sus retratos, como en sus paisajes y en sus escenas circenses.
Sufrimiento
La nostalgia no es el único elemento presente en la obra de estos autores, sino que hay otro que adquirió mayor importancia: el sufrimiento. Tanto Modigliani como Lagar, “hermanos de miles de horas de charla, vino y pobreza”  (como diría el último), tenían unas vidas marcadas por la enfermedad y el desenfreno. Esta agonía permanente de ambos artistas iba ligada a cada acontecimiento de sus vidas. Ahora bien, esta existencia dolorosa y condenada al fracaso no influyó de la misma manera en el ánimo de los dos pintores, pues mientras al primero cada golpe recibido le llenaba de fuerza y vigor; el pintor español perdía vitalidad de manera progresiva. Este sufrimiento, ya fuese producido por causas externas (como la pobreza, el desamor o el odio), o por motivos internos (como la propia elección del consumo de drogas), afectaba de manera muy clara tanto a la propia obra del autor como al proceso creativo.
En el caso de Modigliani, cabe destacar el papel que las experiencias dolorosas tenían sobre su modo de trabajar. Toda experiencia negativa era motivo de inspiración para el pintor italiano. La fuerza de artista como Dios creador no se hacía posible sin las situaciones destructoras que mellaban su alma. Podía tratarse de sucesos externos que de alguna manera le afectaban, como el amor. Esto era bien sabido por sus mercaderes, y por ejemplo la familia Zborowski actuó en consecuencia alejándole de su pareja Jeanne Hebuterne para que el vacío producido por la ausencia de ésta llevase al incesante trabajo del pintor. En otra ocasión, anterior a ésta en el tiempo, una periodista inglesa, Beatriz Haring, fue manipulada por Paul Alexandre para provocar tan desamor y frustración en el pintor italiano que le llevara a una incansable producción de obras. Estas situaciones, ya fuesen fruto del destino o provocadas por los mercaderes interesados en el trabajo de Modigliani, provocaban en él un alejamiento tal del mundo que le llevaba a la conclusión de que solamente se tenía a sí mismo, y que por lo tanto él era el único que podría administrarse los medios necesarios para alcanzar la Verdad que se había impuesto como meta en la vida. Pero bien puede ser simplemente que el pintor italiano buscase en el trabajo constante una distracción de los infortunios de su vida. Las salidas nocturnas y el trabajo incansable era una constante en la vida de Modigliani después de cada experiencia desastrosa. Podía prescindir del sueño o del alimento, pero nunca de su botella de grapa en las plazas de Montmartre y de la producción de obras artísticas.
Pero el sufrimiento no solamente llegaba de manos ajenas, sino que él mismo era consciente de que si el sufrimiento formaba parte de su inspiración artística, quizá si se provocaba daños su trabajo sería más constante. En palabras de Gonzalo Milán del Pozo: Modigliani “sabía que el sacrificio era la base de su éxito y que sólo a través de ese sufrimiento lograría sacar a la luz sus conceptos artísticos”.  Esto explica el motivo por el cual coinciden las épocas de mayor producción del pintor con los períodos de recaída en sus problemas pulmonares y en las incontrolables ingestiones de alcohol. Y es que en los estudios de Modigliani mientras pintaba, nunca faltaban ni el humo de los cigarros que consumía sin parar ni las botellas de vino que lanzaba contra el suelo después de consumirlas. Esta especie de ritual era un factor necesario para la fusión que en cada sesión de trabajo se llevaba a cabo entre la modelo y el pintor. Aunque bien es cierto que en más de una ocasión este ritual provocase en la modelo ganas de salir despavorida del estudio.
El caso de Celso Lagar es bastante diferente. Mientras en su compañero de juergas las vivencias dolorosas daban más fuerzas al pintor, en Lagar cada experiencia de esta naturaleza le fue debilitando más y más hasta llevarle a ser encerrado en un psiquiátrico después de numerosas depresiones. Y es que, mientras Modigliani era un hombre sociable, extrovertido y de un temperamento alegre a pesar de las desventuras; el pintor mirobrigense era un hombre extremadamente solitario, pesimista y parco en palabras. Sobre su ánimo dijo Jean Paul Crespelle en una ocasión que era “un pintor modesto y acomplejado cuya vida llena de sinsabores le llevó a terminar sus días en Santa Ana, entre los locos”. 
Las experiencias dolorosas mermaban la vitalidad en Lagar. Esto le llevaba a errar sin fuerzas hasta caer en las zonas alejadas de la ciudad donde observaba a los integrantes del circo fuera del espectáculo, empatizando así con sus sentimientos de soledad y frustración. Mientras el proceso creativo de Modigliani se basaba en la euforia y el trabajo sin descanso hasta caer extenuado; Celso Lagar se apagaba retratando aquella miseria con la que se identificaba.
Pero el rasgo más destacado en el proceso creativo de Lagar era su desmedida sensibilidad. Esto le llevaba a ser sumamente vulnerable ante los acontecimientos que intercedían en su vida, lo que entendiendo que la vida del pintor español estuvo llena de desdicha, le produjo un dolor permanente y numerosas depresiones. Se dice de Lagar que “pintó siempre con el sentimiento a flor de piel” . Esta sensibilidad era comprendida por el  mirobrigense como el primer elemento más importante del “arte bello”. Pero este sentimiento del artista no podía hacer nada por sí solo, sino que en segundo lugar, después del sentimiento, el color y la forma eran los rasgos fundamentales del arte bello. Esta idea fue la que le llevó a hablar de un –ismo que nunca llegó a desarrollar del todo: el planismo. Sobre esta sensibilidad de Lagar encontramos varias muestras. Dice Narciso Alba que Lagar vertía en sus cuadros “lo más auténtico de su sentir como pintor y como hombre” , y según Torreolla, el mirobrigense era un hombre que se dejaba llevar por su “humanísimo sentimiento, suavemente melancólico, ante el espectáculo del mundo y de la vida”.
De estas citas se desprende la idea de que Lagar era un artista errante, un hombre solitario cuyo pesimismo respecto al mundo, en oposición a la euforia de sus compañeros alcohólicos de Montparnasse, le llevaba a dirigir una mirada gris sobre todo lo que le rodeaba.
Encontramos, por lo tanto, que a dos artistas que reaccionaban ante el sufrimiento que le causaban las desdichas de la vida de manera muy diferente. Y así mientras en Modigliani provocó un sentimiento de inmortalidad que le llevaría a autodestruirse sin ser consciente de la finitud y de la limitación de su vida, a Celso Lagar le hizo consciente de su pequeñez ante un vasto mundo.



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1 comentario:

  1. Excelente artículo, muy innovador e interesante en el contexto habitual de esta revista. El único pero que le pondría es la identificación errónea de lo mirobrigense con lo castellano, cuando Ciudad Rodrigo forma parte del llamado antiguo Reino de León, como toda Salamanca, y no de Castilla. Salvo por eso, mi enhorabuena al autor.

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