sábado, 20 de abril de 2019

El templo del domingo


ENTRESIERRASrd | Una mirada a otra de las tradiciones más arraigadas en nuestros pueblos, la del “juego pelota” o frontón

Seguramente, en sus inicios, no habría juego de mayor ingeniería que el “juego pelota”, que es como llaman por estos lares al frontón, lugar de culto y tradición, punto de encuentro (incluso sin partida de por medio), mural de recuerdos de graffitis para los quintos y gimnasio comunal donde alguno llegó a hacer carrera de “galgo”.

Porque el “juego pelota” es afición más de mozos que de niños, como si el mismo juego, a base de manotazos, no quisiera mancillar las pieles infantiles, y porque, bien se sabe quienes jugaron a tal, el frontón requiere “de echarle fuerza y ganas”.
El frontón tenía su cita de entretenimiento deportivo los domingos, como fiesta de guardar, cuando los mozos por no pasarse toda la tarde en el bar a pintas y locas, “echaban una partida”, quizás, y no fueron pocas las ocasiones, por jugarse a pelotazos el pago del chato o medio de vino.
Que en esto, de toda la vida ha sido y será ley que quien pierde paga.
Y no todos los pueblos disponían de frontón. Hoy sí, a lomos de subvenciones y épocas boyantes, hasta la aldea más pequeña, disfruta de su frontis, a una o dos paredes, dependiendo de la geografía urbana. Pero antaño el frontón era cosa de pueblos ricos, formando parte de su Santísima Trinidad, a saber: Iglesia, Ayuntamiento y Frontón. Y si no alcanzaba para frontón independiente, se aprovechaba pintando la línea a la pared de la iglesia u otro hastial que fuera murete fuerte para soportar la embestida.
La pelota también tenía su aquel, fabricada a mano, en la artesanía casera de las cosas que duran, a base de neumático de coche (tesoro era encontrarse semejante material entonces), pero si se rebuscaba bien, donde el campo del tractor del tío Laure, se encontraba alguna “mieja de rueda”.
Se cortaba en tiras con la tijera, para después con paciencia y bien apretada ir formando la bola, o el ovillo que así se llamaba. Luego se iba envolviendo con esparadrapo, pegamento universal, que dejaba la bola votante y más lisa que cosida a tela.
Así se jugaba. Sencillamente.

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