ENTRESIERRASrd | Extracto
del libro 'La Alberca. Monumento Nacional', de José María Requejo editado por
primera vez en 1964
Carretera adelante, entre encinares
chatos y pitones de toros, hasta perderse en los castaños recogidos de la
Sierra de Francia. Aquí, junto a unas aguas blancas que redondean aristas a las
piedras, puede tirarse uno boca al cielo, cruzar las manos en el pecho, cerrar
los ojos.
Un hombre, ciertamente joven, tirado
sobre el santo suelo, cierra los ojos y se queda a soñar. Quiere encontrar -y
encuentra- poesía y amor en un pueblo poético y dormido, que se hace violencia,
aunque sin alboroto, por salvar su dignidad antigua en la pobreza que le ha
traído el tiempo. Uno sueña las lindas y lánguidas historias que vive cada día,
más hermosas antaño, cuando no preocupaba derrochar alegría y pólvora en las
Fiestas de Agosto.
Sabe uno que no encontrará mozas
vestidas de serranas en la calle, ni muchachos con faja, ni novias con el traje
de vistas. Barre el tiempo. Se han apagado muchas velas, ha muerto mucha vida.
Pero aún tiene tragedia el escenario; son curiosas o profundas las escenas.
Si alguien desea un nombre donde
poder vivir, dormir sin prisa, morir, si quiere, honestamente, que apunte para
el paladar de la memoria este nombre de aguas varadas, que son las que
florecen, LA ALBERCA.
Fotografía : Juegos en la Plaza de La Alberca. Luis
Cortés (1960)
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