ENTRESIERRASrd | Una
mirada a las siempre incomprendidas gallinas desde el buen juicio y homenaje de
Ricardo Pedro García Martín
El tiempo pasó y el progreso llegó, trayendo a
los pueblos los servicios de limpieza de sus calles y rincones. Como en las
ciudades. Pero cuando yo era un niño, mi pueblo, Cabezuela de Salvatierra, ya
disponía de un servicio endémico y gratuito, encargado de mantener la limpieza
de sus calles.
No estaba asfaltado ni tenía desagües, circulaba
por sus calles todo el ganado de la cabaña que había en el pueblo, dejando a su
paso gran cantidad de excrementos, atrayendo moscas, mosquitos y otros
insectos. Era necesaria su esterilización y limpieza, para evitar la
transmisión de enfermedades en personas y animales.
De forma directa, la naturaleza realizaba los
principales trabajos, a los que ayudada voluntariamente un animal doméstico,
haciéndolo de forma incansable, permanente y gratuita, contribuyendo durante
toda la semana, domingos y festivos incluidos, a eliminar los excrementos.
Tan generoso animal fue, por supuesto, la
gallina.
La injusticia humana
Con independencia de los servicios culinarios
que ha venido brindando al hombre, con sus huevos y carne, la gallina realizaba
trabajos sociales de gran importancia. El ser humano se lo compensaba con
ingratitud, adjudicándole calificativos como "cobarde como una
gallina", "más fina que las gallinas" o "más puta que las
gallinas".
Examinados los niveles en los que están
enumeradas las prostitutas para ser consideradas como tales, ocho de nueve es
imprescindible cobrar, y en uno hacerlo por necesidad, circunstancias que no
concurren en la decente y noble gallina. Aclarada la situación y defendida la
honorabilidad de la gallina, sigo con mi relato, relacionado con tan resignado
animal.
En mi infancia, hace muchos años, la gallina con
sus distintas razas y colores, formaban parte del paisaje de las calles de
Cabezuela de Salvatierra. Independientes de otras explotaciones ganaderas,
pitas había en todas las viviendas, en número suficiente para suministrar
proteínas a las familias.
Deambulaban por las calles, viviendo libremente,
se alimentaban de hierbas, insectos, escarbando y picoteando los excrementos de
otros animales. Sus dueños las ayudaban con algo de pienso, recordándoles donde
tenían que ir a poner los huevos.
Con sus picos y patas diseminaban los
excrementos, facilitando al sol su trabajo de esterilización. Secos y
esterilizados, el viento los atesoraba en los rincones, siendo la lluvia la
comisionada de transportarlos a los arroyos, que finalmente distribuía por sus
márgenes, sirviendo de abono.
Sentencia de cocido
La vida de las gallinas estaba conectada con su
edad y sexo. Los pollos solo uno de cada gallinero, llegaba a saborear
plenamente la vida durante algún tiempo, los otros eran plato de buen yantar en
fiestas y celebraciones.
Cuando las gallinas cumplían con alegría la
exigencia de poner huevos y criar pollos, su vida no tenía límite. La tristeza
estaba sentenciada a formar parte del cocido del día siguiente.
Todo tenía su justificación, cuando las hembras
dejaban de poner huevos, no criaban pollos o estaban tristes, su destino estaba
escrito. Con ello se interrumpía la pérdida de carne de las pitas, a la vez que
se controlaba las epidemias, sin uso de medicamentos y protegiendo la especie.
En los numerosos gallineros del pueblo, solo
había juventud y alegría, siendo el pueblo a media mañana, un solo gallinero.
Comenzaba el día con el cántico matutino del gallo, correspondido por todos sus
colegas, sustituyendo a los no existente relojes de los dueños.
Sirva esta historia de gratitud a la gallina,
por los servicios prestados, desde que es huevo, hasta que sus viejos huesos
pasan a incorporarse al cocido, o al caldo para las parturientas, no olvidando
el valioso cometido que desempeñó en mi pueblo, como ayudante de barrendero y
el recuerdo de aquellos ricos huevos moles, que mi madre me hacía.
Moraleja.- Si a viejo quieres llegar, como las
gallinas, con alegría la vida has de llevar.
© Ricardo Pedro
García Martín
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