ENTRESIERRASrd | Una
mirada a los duros segadores que hicieron vida y faena en los campos de
Salamanca
Llega el calor. Las espigas de trigo se ponen
doradas. Hasta los campos de Peñaranda se van los segadores, cuarenta días con
sus cuarenta noches.
Mi abuelo Felipe prepara su equipaje, hoz,
dediles, trapos para las albarcas y apenas una ropa para el remudo.
Marcha camino a Guijuelo a coger el tren hasta
Alba, su sobrino Manolo y él. No había ocasión, tantos años después, que no se
juntaran y recordara aquellas vivencias de segador y rapaz.
Cuarenta días separados de familia, trabajando
de sol a sol. Dormir en el pajar era un lujo.
Pasados los cuarenta días, recogían los atavíos,
cobraban los cuartos y caminito y alforjas hasta Alba.
Bendito Bar La Perdiz. Un descanso. Esperando al
tren de vuelta a Guijuelo. Si ese bar hablase las penas y sosiegos de esos
segadores, lugar de un momento de recreo, de peces fritos cuyo sabor va
repitiendo la historia…
Por fin en casa. Con esos cuartos que harán más
llevadero el año. Traen la talega, los coletos llenos de mierda y sudor (no hay
palabra que suavice o sustituya), sus mujeres con la tajuela al cuadril y el
barreño a la cabeza, caminito de las pozas "del guarro" (no habrá
nombre más explícito) para poner en remojo la ropa.
Abuelo… tú que pasaste tantas penas, tu difícil
vida. Esa cara redondita y colorada, la sonrisa como si nada pasara, tus
palabras de paz y sosiego. Esa soledad interior que solo la explican las penas
pasadas.
Allá donde estés, en el cielo, segando quizás,
recordando quizás la cruda vida, sabiendo seguro tus nietas te adoraban, tus
biznietos te recuerdan…
CASILDA MERINO
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