ENTRESIERRASrd | Un
precioso recuerdo desde el pueblo de Cereceda y la vida sencilla de una
Salamanca rural y apegada a la tierra
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REVISTA PATALOSO-ATANASIO SÁNCHEZ Cuando llegaba el anochecer, uno de los
trabajos que teníamos los niños y niñas del pueblo de Cereceda era
"esperar las cabras". Era un trabajo de temporada, de cuando aprieta
el frío por estos parajes y los animales debían volver a dormir a los corrales.
Apretaba el cierzo mientras se marchaba el sol
por el campo de Yeltes y nosotros salíamos a disfrutar del momento. Las cabras
podían regresar al pueblo por la Esquina, el barrio situado a la entrada por la
carretera de la Peña el Gato. Entonces las esperábamos junto a la caseta del
transformador de la luz.
Pero las cabras podían llegar al pueblo por la
carretera del cementerio y nuestra espera la hacíamos junto a la casa de
Helena.
Cuando yo quise completar el Viacrucis desde la
iglesia hasta el cementerio, mi tía Luisa me dijo que en la esquina de la casa
de Helena había un cruz, cuando aquel solar era un huerto, y que allí esperaban
la llegada de las cabras que "habían salido para arriba". Luego
solían dirigirse casi todas hacia la plaza, y allí cada uno de nosotros
debíamos dirigir las nuestras hacia el corral.
Este trabajo era obligatorio porque cada cabra
debía dormir en su corral. Había que echarles de comer, "amamantar"
los chivos, las crías pequeñas que habían quedado en sus "chiviteros"
durante el día, y ordeñarlas.
Era una labor más sencilla si se hacía en la Plaza
que si había que buscarlas por los corrales ajenos, pues en esos corrales no
había luz. El farol en la mano era una forma peligrosa de "alumbrarse"
en corrales con "tenaos" o
"tenás " llenas de paja y de heno, y con las hojas y los
helechos secos que servían de cama a los animales.
Todos los vecinos querían saber si "todas sus cabras" habían venido
con la "cabriá". Si una cabra no había regresado, solía ser porque se
había quedado "a parir" y era necesario recuperar las crías antes de
que el frío o los lobos diesen cuenta de ellas.
- Ya están las cabras en el corral - decíamos en
casa.
- ¿Han venido todas?
- Todas, sí.
La alegría y la tranquilidad llegaban a la
familia cuando la respuesta era afirmativa.
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