ENTRESIERRASrd | La
mirada de hoy va para uno de esos oficios ya perdidos que, lejos de la
ignominia y el desdén, son santo y seña de una tierra que no sería la misma sin
ellos: los porqueros
Existen oficios ingratos, o al menos con fama de
ser de tercera categoría, que no por desdichados son menos importantes.
Si entre las profesiones ganaderas, nos dieran a
elegir entre ser "yegüero", "cabrero", "vaquero"
o "porquero" sería este último el que, en última instancia y por
obligación, elegiríamos para vida propia o la de nuestros hijos.
Será que el propio nombre trae
"suciedad", o que al que cuida los puercos se le tiene por "baja
ralea". Aunque nada más lejos de la realidad. Porque el propio puerco, que
instintivamente relacionamos con un animal "sucio y maloliente", ha
sido el alma y corazón de estas tierras. Ha quitado hambres, ha puesto sabor al
invierno y ha vestido empeines. Hasta ha guardado, en malos pergaminos eso sí,
la historia de nuestros ancestros. Si cuidar del cerdo, que tiene alcurnia
hasta en el santoral de San Antón (bien se sabe estos días), es sinónimo de
ignominia "que baje Dios y lo vea". Y nos juzgue, me permito añadir.
Yo conozco a Tomasín 'El Porquero', que nada ya
tiene que ver con el oficio que desempeñaron sus padres y abuelos en uno de los
pueblos de Entresierras. Los motes son, salvando las distancias, como una
lápida en herencia que va pasando de generación en generación. El padre de
Tomasín, también por nombre Tomás (otra herencia, la del nombre, que algún día
trataremos), trabajó en el campo toda la vida.
Cada mañana recibía los marranos, salía con
ellos a la dehesa donde los animales hozaban y engullían todo lo que
encontraban. El 'Porquero' cuidaba de tan alta ganadería con ahínco: cuidaba de
que no se extraviaran y los vareaba s para que no comieran malas hierbas. "Los
cerdos son golosos por naturaleza. Comen lo que se les eche e incluso lo que no
deben. Tienen inclinación a ir a lo que no se les manda".
A tal punto cierto que cuando las mujeres
bajaban a lavar la colada a las pozos o al río, los cerdos (listos y tunantes)
marchaban tras ellas a degustar el rico jabón de sosa. También escondían muy
mucho el 'cacho pan' con que las mujeritas se regalaban en este almuerzo
lavandero. Porque los cerdos tienen muy buen olfato. Bien lo saben los amantes
de las trufas. Que si no hay perro rastreador que ponga el hocico a tierra, un
cerdo bien podría traer a mientes una rehala.
También el 'porquero' velaba por las buenas
siestas de los marranos. Bien lo dice el refrán "que te has echado una
siesta como un cerdo". Y mientras los animales dormitaban su buena vida,
Tomás aprovechaba para dar avío a su merienda.
Por la tarde, al regresar a casa, con los cerdos
a buen recaudo y cada en 'cá su dueño', con el deber cumplido y los buches
llenos, llegaba la calma y el recuento. Eran tiempos difíciles porque el pienso
era alimento de lujo y las ganaderías engordaban lo que el campo dejaba. Y
allí, en la dehesa, se les dejaba hacer y deshacer. Porque el cerdo es animal
curioso y destrozón.
"El hambre le puede. No creo que haya
animal más dado al yantar. Si los dejabas por el pueblo, con las casas abiertas
de par en par, costumbre también perdida con los nuevos tiempos, los puercos llegaban
a entrar en los domicilios a buscar la miga o la sobra".
Mientras tanto, los cerdos, también de
generación en generación, han ido viviendo la vida de la tierra que no es otra
que la de correr los campos y fabricarse los buenos jamones a la carrera. Para
dar envite al invierno, a la matanza y a los sobrados. Aunque en esto no
quisieran ser tan curiosos.
Ahora, cuando oigo al Tomasín 'El Porquero',
hijo de Tomás 'El Porquero' y nieto de Tomás 'El Porquero' (ya se sabe… la
herencia), cuando oigo renegar a este nuevo Tomás del mote familiar que le fue
dado con sudor y orgullo, me viene a la memoria esta historia.
Porque el nuevo Tomás 'El Porquero', ingeniero
informático y empleado de una multinacional, nada quiere saber de ese
sobrenombre con que le atizan cuando vuelve al pueblo. Y bueno es que sepa que
mientras él varea microchips de última generación sus genes siguen mirando a la
dehesa y al lavadero, procurando que esos otros hijos no se coman el jabón de
sosa.
A mi juicio, no podría haber mayor orgullo
genealógico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario