ENTRESIERRASrd | Luis
Sánchez ha convertido el castillo de Puente del Congosto en una fortaleza en la
que protege la cultura tradicional de la comarca
A veces el Mr. Marshall de las almenas no
termina de llegar. No le llegó a Luis Sánchez cuando hace más de treinta años
su familia le encargó la venta del castillo de Puente del Congosto, en el Alto
Tormes.
“Vinieron a verlo algunas personas y no hubo valientes
que se atrevieran", explica al diario El País. "Y como era herencia familiar, me dio un poco de amor
propio y dije: venga, lo compro yo, ¿qué le vamos a hacer?”. Lo que hizo fue
una obra que se ha prologando casi cuatro décadas. “¿Quién me iba a decir que
mi afición a la historia iba a acabar así? Viviéndola en primera persona”.
Luis Sánchez ha convertido el castillo de Puente
del Congosto en una fortaleza en la que protege la cultura tradicional de la
comarca. Con un pequeño museo de oficios perdidos. Todo meticulosamente
rotulado. Porque Luis cree que hay que guardar las cosas y las palabras. “Ya
nadie recuerda los nombres de todas las piezas de un arado romano”. Y explica
el significado de medir con el mismo rasero cogiendo esa pieza de madera y pasándola
por encima de una fanega “como se hacía entonces”.
Recorre su fortaleza repitiendo los nombres de
cada elemento constructivo. Esos que ha ido recuperando durante décadas con la
complicidad de toda la familia. Cuando sus hijos eran pequeños la complicidad
se traducía en castañetear de dientes y constipados. Dormían en una mole de
piedra sin puertas ni ventanas, abrigándose como podían. Después reconstruyeron
los dormitorios. Y poco a poco, todo lo demás.
“Nosotros no tenemos duelo ni
reticencia ninguna. Si hay que ponerse a fregar, fregamos. Si hay que barrer,
se barre. Yo estaba barriendo ahora mismo”. Y su hijo Carlos, un economista que
se ha especializado en la historia de la zona, arregla un interruptor para que
nada falle en la boda que se va a celebrar en el patio de armas el siguiente
fin de semana. El mismo Luis se encarama en un tejado para enderezar la veleta.
“Anda que esto cómo está”.
“Con las bodas sacamos algún dinerillo, no
mucho, pero va cubriendo poco a poco los gastos. No lo queremos arrendar a una
cadena hotelera, porque sería muy duro tener que pedir permiso para dormir
aquí”. A este octogenario de energía sin fin se le oscurece el gesto solo de
pensarlo. “Pero esto es un gasto muy grande y nadie nos paga nada”. LEER ARTÍCULO COMPLETO
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