lunes, 4 de septiembre de 2017

Los Señores del Castillo

ENTRESIERRASrd | Luis Sánchez ha convertido el castillo de Puente del Congosto en una fortaleza en la que protege la cultura tradicional de la comarca
A veces el Mr. Marshall de las almenas no termina de llegar. No le llegó a Luis Sánchez cuando hace más de treinta años su familia le encargó la venta del castillo de Puente del Congosto, en el Alto Tormes.

“Vinieron a verlo algunas personas y no hubo valientes que se atrevieran", explica al diario El País. "Y como era herencia familiar, me dio un poco de amor propio y dije: venga, lo compro yo, ¿qué le vamos a hacer?”. Lo que hizo fue una obra que se ha prologando casi cuatro décadas. “¿Quién me iba a decir que mi afición a la historia iba a acabar así? Viviéndola en primera persona”.
Luis Sánchez ha convertido el castillo de Puente del Congosto en una fortaleza en la que protege la cultura tradicional de la comarca. Con un pequeño museo de oficios perdidos. Todo meticulosamente rotulado. Porque Luis cree que hay que guardar las cosas y las palabras. “Ya nadie recuerda los nombres de todas las piezas de un arado romano”. Y explica el significado de medir con el mismo rasero cogiendo esa pieza de madera y pasándola por encima de una fanega “como se hacía entonces”.
Recorre su fortaleza repitiendo los nombres de cada elemento constructivo. Esos que ha ido recuperando durante décadas con la complicidad de toda la familia. Cuando sus hijos eran pequeños la complicidad se traducía en castañetear de dientes y constipados. Dormían en una mole de piedra sin puertas ni ventanas, abrigándose como podían. Después reconstruyeron los dormitorios. Y poco a poco, todo lo demás. 
“Nosotros no tenemos duelo ni reticencia ninguna. Si hay que ponerse a fregar, fregamos. Si hay que barrer, se barre. Yo estaba barriendo ahora mismo”. Y su hijo Carlos, un economista que se ha especializado en la historia de la zona, arregla un interruptor para que nada falle en la boda que se va a celebrar en el patio de armas el siguiente fin de semana. El mismo Luis se encarama en un tejado para enderezar la veleta. “Anda que esto cómo está”.
“Con las bodas sacamos algún dinerillo, no mucho, pero va cubriendo poco a poco los gastos. No lo queremos arrendar a una cadena hotelera, porque sería muy duro tener que pedir permiso para dormir aquí”. A este octogenario de energía sin fin se le oscurece el gesto solo de pensarlo. “Pero esto es un gasto muy grande y nadie nos paga nada”. LEER ARTÍCULO COMPLETO

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