Sí. También para esto el cajón de la sabiduría
popular tiene un traje. Con aquello, bien dicho, de que algunos crían la fama
mientras otros cardan la lana. Trabajo de día. De tarde y noche. De sol y lumbre,
de candil. Los dedos siempre moviéndose, casi pensando solos, porque en esto de
la artesanía, lo saben los que manufacturan, llega un momento en que la mano
tiene vida propia y se independiza del pensamiento.
La lana tenía su viaje digno de aventura. De la
esquila, como resto de oveja, al río a ser lavada y apañada al calor del verano
que secará el alma primera de la hebra. Luego, ya en invierno, que es cuando
tocaban los oficios de paciencia, se preparaba con cariño: unos días se
escarmelaba , otros se cogía la tuerca y el huso y poco a poco se iban haciendo
esos buenos ovillos de lana, que dieron cuerpo a los cuerpos de esta tierra.
Porque no hay mejor cura para el frío que la buena
lana de oveja, desde el calcetín para darle calma al sabañón al jersey de la
pinta.
Así se vestía. Sencillamente.
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