Estoy convencido de que casos como el que voy a
relatar ocurren y ocurrirán en muchos rincones de nuestra provincia y por
extensión de otras provincias del mosaico España. Sucedió el Domingo de Resurrección (entenderán la ironía), cuando una mujer de 76 años tuvo una
crisis respiratoria. Su desgracia, aparte de la física angustiosa, radicó en
vivir a 69 kilómetros
del hospital más cercano. La mujerita, como dicen por aquí, había estado
ingresada cuatro días antes en el hospital de Salamanca; en “los hospitales”
habría que decir porque después de una corta estancia en el “Clínico”, debido a
la falta de espacio, fue enviada a los Montalvos. Entiéndase “para hacer sitio”.
Allí consiguieron estabilizarla en parte y, con lo puesto, es decir, con una
bombona de oxígeno volvieron a enviarla, alta médica mediante, a su pueblecito
a 69 kms. Era evidente, a ojos vista, que era un alta precipitada y sin mucho más
juicio que el de la urgencia por “ahorrar espacio” e imaginaremos que ahorrar
pecunio público. El Domingo de Resurrección, fue la
de la idem para la señora Avelina pues apenas duró tres horas en su domicilio. Esa
misma noche, rodeada del conciliábulo familiar, sufrió otra recaída y hubo de
ser llevada nuevamente hasta Salamanca, en un absurdo periplo de 300 kms que
había durado 4 días. El asunto hubiese quedado en anécdota, y de facto quedó en
tal por suerte, si no hubiese estado a punto de fallecer en esa ambulancia
durante el segundo trayecto al hospital más cercano. Insistimos 69 kms y no
redondeamos para que no nos acusen de fariseismo. Los hijos de la susodicha
llegaron al hospital con el corazón en un puño y un ay en la boca. La mujer
continúa a día de hoy ingresada en un hospital salmantino intentando
recuperarse del susto.
Podríamos lanzar aquí una parábola crística sobre
los “reajustes” en la sanidad pública pero a veces la realidad es más cruda que
la más poética de las metáforas. Y podríamos ceñirnos, como parece que hacen
los entes que nos gobiernan, a sacar la calculadora y cuadrar balances porque
seguro que fue más costoso los viajes de ida y vuelta en la ambulancia del
Sacyl y las vueltas a lo giroscopio de un hospital a otro que dejar a la buena
mujer en su cama de la tercera planta y darle el cuidado merecido. Bombonas de
oxígeno caseras para los que quieran ascender el Everest; aquí solo puede
oxigenarse con un poco de dignidad.
Eso sí, seguro estoy, llegados a este punto, que esos
entes pensantes que hablan sentados en sus poltronas públicas (y afiliados a la
sanidad privada) tienen los testículos tan cuadrados que hasta les deben
cuadrar los números. No estaría de más mandarles a cada uno una bombona de oxígeno
público, por aquello del riego cerebral.
Y lo decimos en primera persona, que son los
ejemplos que cunden como deben. Pues la señora Avelina, centro de las cuitas de
esta columna, es mi tía y siempre es bueno hablar con propiedad. Y la familia,
seguramente, sea nuestra propiedad más valiosa.
Dicho queda para la sorda multitud reinante.
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