martes, 16 de abril de 2013

Los mulos de carga


Es la frase de moda, coletilla imperiosa de los tiempos que corren, aquella en que cualquier encuentro fortuito con el amigo y/o conocido se inicia con la pregunta de posta ¿Cómo va la cosa? Y la respuesta, siempre la misma, aliñada con mohín de disgusto. “Ahí vamos. Tirando”.
Suele quedar ahí la cosa, porque los interlocutores, ya hartos de la misma perorata un día tras otro, suelen dejar el hilo sin pespuntar, o a lo sumo, añadirle esa otra coletilla, más cruel por lo que de conformismo esconde el asunto, cuando se acaba la historia diciendo “Mejor no quejarse que habrá otros que estén peor”.
Maldita la gracia del refranero castellano, recio y ácido como ninguno, que siempre trae a colación cualquier desgracia ajena para paliar la propia. Porque en ese “vamos tirando” voy viendo poco a poco en nuestros rostros la transmutación de nuestros lozanos rostros de los noventa en la testuz severa y amortiguada del mulo del tío Pascual, que pasta en la dehesa de la Puente sin pensar demasiado. Porque el mulo del tío Pascual, ya jubilado del jaez y el yugo a suerte de tractor John Deere, vive mejor que nosotros. Para él al menos llovió marzo sus cuitas y anda ancho y lozano por la verde dehesa henchida de pastos. Sin pensar en el mañana.
 Mientras nosotros buscamos la nuestra, la pasta digo, que ha desaparecido a golpe de mano y peineta. Pero vamos tirando y no podemos quejarnos porque otros están peor que nosotros. Mal de muchos consuelo de tontos, dice también el chascarrillo. Pues seguramente es ese mismo mal consuelo el que nos han interpuesto desde las altas esferas para encauzar nuestro pensamiento por el camino correcto. O al menos por el camino que para “ellos” es el correcto.
Decía el gran José Luis Sampedro, fallecido la semana pasada, que la queja amarga del ciudadano es aceptada por el sistema que nos gobierna porque se convierte en coartada de una libertad de expresión que en realidad no existe. Pues la libertad de expresión existe pero no así la libertad de acción.
Pero al final, remangados a golpes de la dura realidad, poco más nos queda que la botella medio llena de amargura y por mucho que cunda la desesperanza mejor será decir basta que seguir rumiando los pastos de la dehesa.
Somos los mulos de carga de los recortes, perdón, de los “reajustes”, y nunca vivimos por encima de nuestras posibilidades. A lo sumo queremos forraje fresco y que el yugo apriete menos en el cogote. Y de vez en cuando una caricia en la testud para que cuando nos pregunten “cómo vamos” y digamos “tirando” al menos tengamos la certeza de que todo mal es pasajero y que al final del camino nos aguarda la dehesa de la puente con su verde abundancia de este marzo que llovió lo que no está escrito.






Fotografías : Aldeavieja de Tormes

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