Es la frase de moda, coletilla imperiosa de los tiempos
que corren, aquella en que cualquier encuentro fortuito con el amigo y/o
conocido se inicia con la pregunta de posta ¿Cómo va la cosa? Y la respuesta,
siempre la misma, aliñada con mohín de disgusto. “Ahí vamos. Tirando”.
Suele
quedar ahí la cosa, porque los interlocutores, ya hartos de la misma perorata
un día tras otro, suelen dejar el hilo sin pespuntar, o a lo sumo, añadirle esa
otra coletilla, más cruel por lo que de conformismo esconde el asunto, cuando
se acaba la historia diciendo “Mejor no quejarse que habrá otros que estén
peor”.
Maldita la
gracia del refranero castellano, recio y ácido como ninguno, que siempre trae a
colación cualquier desgracia ajena para paliar la propia. Porque en ese “vamos
tirando” voy viendo poco a poco en nuestros rostros la transmutación de
nuestros lozanos rostros de los noventa en la testuz severa y amortiguada del
mulo del tío Pascual, que pasta en la dehesa de la Puente sin pensar demasiado. Porque el mulo
del tío Pascual, ya jubilado del jaez y el yugo a suerte de tractor John Deere,
vive mejor que nosotros. Para él al menos llovió marzo sus cuitas y anda ancho
y lozano por la verde dehesa henchida de pastos. Sin pensar en el mañana.
Mientras
nosotros buscamos la nuestra, la pasta digo, que ha desaparecido a golpe de
mano y peineta. Pero vamos tirando y no podemos quejarnos porque otros están
peor que nosotros. Mal de muchos consuelo de tontos, dice también el
chascarrillo. Pues seguramente es ese mismo mal consuelo el que nos han interpuesto
desde las altas esferas para encauzar nuestro pensamiento por el camino
correcto. O al menos por el camino que para “ellos” es el correcto.
Decía el
gran José Luis Sampedro, fallecido la semana pasada, que la queja amarga del
ciudadano es aceptada por el sistema que nos gobierna porque se convierte en
coartada de una libertad de expresión que en realidad no existe. Pues la
libertad de expresión existe pero no así la libertad de acción.
Pero al
final, remangados a golpes de la dura realidad, poco más nos queda que la
botella medio llena de amargura y por mucho que cunda la desesperanza mejor
será decir basta que seguir rumiando los pastos de la dehesa.
Somos los
mulos de carga de los recortes, perdón, de los “reajustes”, y nunca vivimos por
encima de nuestras posibilidades. A lo sumo queremos forraje fresco y que el
yugo apriete menos en el cogote. Y de vez en cuando una caricia en la testud
para que cuando nos pregunten “cómo vamos” y digamos “tirando” al menos
tengamos la certeza de que todo mal es pasajero y que al final del camino nos
aguarda la dehesa de la puente con su verde abundancia de este marzo que llovió
lo que no está escrito.
Fotografías : Aldeavieja de Tormes
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