Entrevista en Diario ABC |
Sólo un señor con
inconfundible aire de Calderón de la Barca y sentido analógico del tiempo se
hubiera atrevido a montar hoy día una librería anticuaria en Córdoba. Cualquier
tarde de cualquier día del año lo puede usted encontrar en su Laberinto perdido
entre letras o tertuliando apaciblemente con los incontables amigos que se
acercan a perder el tiempo arreglando el mundo.
-En plena
revolución digital del tercer milenio, viene usted y monta una librería
anticuaria. ¿Suicidio o provocación?
-Por el suicidio
no estoy. Y la provocación no me interesa: ya paso de esa historia. Lo del
papel y el mundo digital es un falso dilema. Lo del soporte es lo de menos.
Su aventura con
el libro es la historia de su vida. Daniel Rodríguez Cibrián (Campillo de
Salvatierra, Salamanca, 1952) tenía un abuelo que había vivido en Nueva York y,
con sólo once años, le mandaba libros de Nietzsche, Dostoievski y los
nihilistas rusos.
-¿Literatura
infantil?
-Hablamos del año
1962 y Castilla era un piélago cultural. No había libros y el mundo era tan
gris que siempre veíamos una salida. No como ahora que no vemos la salida. Pero
antes, en la realidad, siempre había puertas.
-¿Los libros eran
una puerta?
-Eran una de las
puertas
-¿Y esta
enfermedad de comprar libros?
-No. Yo no tengo
esa enfermedad de comprar. Yo puedo tener pasiones, pero no de comprar. A
través de los libros se accedía a otros mundos y eso no deja de ser magia.
-¿Este mundo no
le gusta?
-No tengo
problemas con este mundo ni necesidad de refugiarme. Tengo una sensación de
disfrute continuo y la lectura es la pérdida de tiempo máxima que se conoce. El
disfrute mayor, claro.
-Pero empezó a
juntar libros.
-No. Es que no sé
por qué me han acompañado siempre los libros. Es algo que se me pega.
Por razones de
vaya usted a saber, Daniel R. Cibrián se resiste a contar el origen de este
colosal océano de más de 120.000 libros que navegan entre la librería y varios
almacenes de su propiedad. Ya con 19 años trabajó de mozo en la librería
Cervantes, de Salamanca, y en 1985 aterrizó en Córdoba con una plaza de
bibliotecario en la Universidad. Lo suyo con Andalucía fue un flechazo en toda
regla. Hizo la mili en Cádiz y en cuanto contempló el Valle del Guadalquivir
supo que su vida tenía que dirigirse, tarde o temprano, hacia las tierras del
sur. «Me sorprendió tanto que fue un impacto, un descubrimiento desde la
sensualidad y la emotividad», sostiene.
-¿Una librería es
hoy un acto de resistencia?
-No lo veo así.
Uno lo hace para él mismo. Alguien se sorprendería de los libros que vendemos.
-¿Esto es un negocio?
-Esto debe ser un
negocio. Si no, no tiene sentido. Otra cosa es que sea un negocio que no dé
dinero.
-Entonces no es
un negocio.
-Bueno, dentro de
los límites que te permitan pagar los gastos de funcionamiento. Esto no está
para ganar mucho dinero.
-Sebastián de la
Obra, bibliotecario y amigo suyo, dijo que esto es un laberinto para salvarse.
¿De qué?
-No sé. Se lo
tendría que decir Sebastián. Yo tengo una sensación de disfrute continuamente.
Estoy en mi casa y es mi gente que me viene a ver. Esto es una historia de
apasionados.
-Usted es un
apasionado.
-Sí.
-¿Solamente de
libros?
-No, de muchas
cosas. Intento vivir una pasión continua.
-¿Sin pasión se
puede vivir?
-Hay gente que
vive sin pasión. Pero la gente vive vidas anodinas.
-Tiene 120.000
libros. ¿Por el tamaño se conoce al librero?
-No tiene nada
que ver. Yo ni siquiera soy un librero: soy aprendiz. Sé mucho de libros,
naturalmente, pero nosotros no hemos despegado todavía.
-¿De qué?
-Tenemos un fondo
muy importante, que ni siquiera está en catálogo.
-¿Lo suyo qué es:
cultura o coleccionismo?
-No tengo
coleccionismo, si no no desharía las colecciones. Y lo de la cultura es curioso
aquí. Los de la Capitalidad Cultural, cuando ha desaparecido aquello de las
comidas y las copas, han desaparecido todos, ¿no?
-¿Sin libros no
hay cultura?
-Hombre, es
difícil. Ya lo decía Umberto Eco que, junto con la bicicleta y la cuchara, es
la tecnología más avanzada. El libro es una expresión del pensamiento.
-Pero el libro
puede morir mañana.-Sí, de hecho se intenta. No será la primera ni la última
vez.
-De muerte
natural, queremos decir.
-El libro como
objeto no lo creo. Los que estáis en las nuevas tecnologías decís: «Tengo
136.000 libros en mi “ebook”». Eso no sirve para nada. Tú necesitarás el que
estás leyendo. Lo demás te sobra.
-¿Tiene internet
en el móvil?
-No, no, no.-Lo
dice como ofendido.-Yo puedo ser objetor de determinadas cosas.
Inauguración de El Laberinto |
-¿Es objetor de
internet?
-No, al
contrario. Lo que no estoy dispuesto es a dedicarle todo el tiempo. No me
predispone a mí la vida internet. Eso lo controlo yo.
-¿Todo está en
los libros?
-Sí. De hecho hay
poca cosa nueva. Si uno dice «voy a descansar un poquito con Borges», con sólo
su universo ya te has llenado. Pero sois un poco apocalípticos. La poesía es
imposible leerla en soporte electrónico.
-Dentro de mil
años veremos.
-Lo de los libros
es una cosa de contenido. El soporte da igual. Ahora lo que interesa es vender
carcasas de todo. Un libro es una continuación de mí mismo, pero ¿un iPad?
Además se lee como una fuente de luz. La lectura es silencio y concentración.
No se olvide. La literatura volverá al soporte que más se acerque a su esencia.
No al mogollón.
-Manuel Ruiz
Luque nos dijo en una entrevista: «Por el olor se puede saber la vida de un
libro». ¿Exageraba?
-Bueno, los que
llevamos tiempo en esto decimos saber de qué trata un libro por el peso. Es un
defecto de los libreros, que entramos en una casa y mirando de reojo sabemos la
catadura intelectual del señor.
-¿Usted se fía de
alguien que no lee?
-Es difícil. Yo
soy bibliotecario. Le contaré una anécdota: mis niños fueron al instituto y el
director nos enseñó la instalación y dice: «Ésta es la biblioteca». Eran las
seis de la tarde y no estaba abierta. Sorprendente, ¿no? Y dijo el director:
«Bueno, al fin y al cabo, es la biblioteca». Ya se sabe en Córdoba qué sucede
con los libros.
-¿Qué sucede?
-¿Cuántas
librerías hay? ¿Cómo es posible que una ciudad universitaria tenga el aprecio
que tiene por los libros?
-¿Qué libro le
cambió la vida?
-El Quijote me
está cambiando la vida. Cada vez lo leo de diferente manera.
-¿A qué huele un
«ebook»?
-¿Inodoro,
incoloro, insípido?
-¿Qué hará cuando
venda todo este tesoro de papel?
-Habrá más. Esto
no se acaba nunca. Me permite estar en los libros.
-Si yo le digo
internauta, ¿usted qué me dice?
-Me encanta. El
sueño del bibliotecario es la biblioteca universal.
-Marisa Calero,
catedrática de Lingüística, declaró: «Hay que reivindicar la calma». ¿Y usted?
-El silencio.
-¿A dónde le
lleva el silencio?
-A la
concentración. A la naturalidad. Una biblioteca es el sitio donde el tiempo
perdido es el más recuperado. Y para eso necesitamos silencio.
-¿Nos falta
silencio?
-En este mundo no
existe el silencio. Es un ruido constante. Los que estáis en internet es un
jaleo, un sinvivir. Tenéis que estar al día de todo.
-¿Usted huye de
eso?
-Intento
controlar mi tiempo y hacer las cosas que me gustan.
-¿Y las hace?
-Sí. Siempre me
salgo con la mía. He tenido esa gran suerte.
-¿Por voluntad,
por disciplina, por tenacidad?
-Hay una parte de
tenacidad, no tanto de lograr resultados. Eso de hacer camino lo he entendido
perfectamente.
-¿Qué es hacer
camino?
-Lo de Machado,
se hace camino al andar, lo entendí muy bien de pequeño.
-Pero esto de la
librería es una cosa muy sedentaria.
-¿Cómo
sedentaria? Esto es de un trajín increíble. Es un laberinto y cualquier autor
te asalta. Cada libro es un mundo y sólo acercarte da pavor.
-¿Qué libro tiene
entre manos?
-Tengo muchos
abiertos, siempre Borges, por ejemplo. Ahora me interesa Antonio Jaén, Chejov o
el sentido de la picaresca en Cervantes. La realidad me va llevando. Es un
flujo continuo, en que uno se sumerge y luego sale a la superficie.
-¿Tenemos
arreglo?
-No. Y nosotros,
los indígenas de aquí, menos. Nos gustaría ser otra cosa pero no lo somos.
-¿Qué nos
gustaría ser?
-Nos gustaría
parecernos a otros pero no podemos dejar de ser nosotros mismos. Y estamos
condenados a disfrutar de esto.
Cineasta antes que bibliotecario
En El Laberinto
sólo hay una parte ínfima de la interminable biblioteca de Daniel Rodríguez.
Aquí se pueden encontrar libros del siglo XVI, de Santo Tomás de Aquino, de
Luis Vives, de los poetas italianos. Ésta, la de los libros, es una de sus
pasiones. Antes de librero fue cineasta, o aprendiz de cineasta, y director
teatral, otro de sus delirios indomables. Estudió cinematografía en Madrid,
primero, y en Salamanca, después, y colaboró con Fernando Rey, José María
Forqué, Vicente Aranda o Camús, hasta que la industria del cine lo apeó de la aventura
-Huyó usted de la
industria.
-En ese momento
sí. Uno es de principios radicales.
-De eso no se ha
curado.
-No. Ha ido a
peor. Del cine se desenganchó, pero no del teatro, que aún sigue moviendo agua
en su molino.
«Lo del teatro fue especial y
maravilloso. Conocí a Martínez Recuerda, un hombre estupendo, y a grandes
escritores de aquel momento», subraya. Aquí fue director del teatro
universitario durante 14 años y hoy sigue siendo bibliotecario de la UCO. En la
institución académica vive ajeno a toda parafernalia y protocolo, centrado en
lo suyo, los anaqueles, y es objetor, cómo no, de todo lo que se cuece en la
zona noble. Lleva un año exacto perdido en El Laberinto, su librería anticuaria
de la Ribera. Pero su aventura vital entre las letras viene de antes. De mucho
antes. «Por los libros se accede a otros mundos. Y eso no deja de ser magia»,
proclama
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