sábado, 24 de agosto de 2013

La madre de la pintora

Detrás de esa foto hay una de esas historias que no vienen en los libros y que retrata mejor que éstos la vida de un país. Se ve a dos novios el día de su boda. Una palabra en el coche nupcial: Alquiler. El novio se llamaba Avelino Jaén, nacido en Mercadillo (Ávila). La novia, Agustina Sánchez, nacida en Salvatierra de Tormes (Salamanca). Dos pueblos -y dos provincias- separados por el río Tormes. Dos novios predestinados a encontrarse. A Agustina la tuvieron que llevar a caballo al pueblo de Avelino para que una mujer le diera la leche que no le podía dar su madre. Tuvo un novio que lo mataron en la guerra y Avelino, que ya había dejado su oficio de pastor de ovejas mesetarias para probar fortuna en los ultramarinos de ese Eldorado que era Sevilla, empezó a cortejarla por carta. 

Boda castellana y vida sevillana. La historia se ofrecía a contarla Antonia Jaén, pintora, ceramista, hija de Avelino y Agustina, a todos los que pasaban por el escaparate de Marcelo Culasso en la calle Feria y veían el retrato de una señora, la madre de la pintora, una foto de los novios y una selección de fotos familiares en blanco y negro junto a la máquina antediluviana que las hizo. 

Si Sevilla era el paraíso soñado de aquellos novios castellanos, la Castilla que dejaban se iba a convertir en el parnaso de su nutrida prole. "Tuvieron ocho niños, vivos nacimos seis y ahora vivimos cuatro", dice Antonia. "Para mis hermanos la época más dorada de su vida eran los veranos en Salamanca, en La Maya, donde mi abuelo Diego tenía una bodega. Tenía gallinas, huertas, el río detrás, los primos, una maravilla". 
   
De Mercadillo y de Salvatierra de Tormes al Pozo Santo, donde Avelino Jaén se abrió paso como tendero con un negocio que uno de sus hijos convertiría en peña flamenca. "En el Pozo Santo nacimos todos menos Agustina, Tini, la única que nació en Salvatierra de Tormes, en una casa que en el viaje de despedida que hice con mi madre y dos hermanos se había convertido en un pantano". Vive sola en una torre de la calle Santa Rufina y evoca aquella vida comunal. "La casa del Pozo Santo daba a las calles Amparo y Lepanto y tenía cinco puertas. Vivíamos los seis hermanos, mis padres, cuatro primos, teníamos estudiantes y había una muchacha para bregar con tantos". El retrato no es su especialidad, pero el de su madre ha tenido tan buena acogida que se arrepiente de no haber puesto el cartel Se hacen retratos. Fue una obra crespuscular. "Los veranos me la llevaba a la casa que mi hermana Tini tiene en La Antilla. Ya estaba mayor, se había roto la cadera. Yo la arreglaba, la ponía fresquita y la sentaba en el sillón que aparece en el cuadro. Mi madre era muy presumida, del pueblo recordaba los trajes que se ponía y hacía para los bailes, los tacones de aguja, y le pregunté: Mamá, ¿quieres que te pinte unas perlas?Cuando se vio con el collar, le salió la sonrisa". 

Antonia Jaén tuvo estudio en el mítico patio de San Laureano, enseñó cerámica en una escuela-taller de Utrera y en cursos de formación ocupacional en Tomares. Estuvo cinco años pintando desnudos en Bellas Artes y ocho años trabajando en el módulo de Pintura de la Plaza de España. "Seis meses de formación y año y medio de empleo con gente que llegaban sin tener ni idea, sólo preocupados por la marca de ropa". Quedó su magisterio en la azulejería de los bancos provinciales de la plaza de Aníbal González -"los rifamos y no me tocaron ni Ávila ni Salamanca"- y en los puentes. "La cerámica, que sólo he practicado para las clases o por encargo, me ha dado una mano hábil, rápida y muy gestual para la pintura; me ha sido muy útil para ese tipo de pintura espontánea que yo hago, que parece hecha al óleo y es acrílico". 

De Santa Rufina irá mañana a Santa Justa para pasar unos días en la playa de Almería. Participa en la colectiva de la galería Félix Gómez de cedés pintados. Las paredes de su casa las ilustran un hipocampo y un amonite, secuelas de una exposición de peces que hizo en Menorca. "Las colas de los peces eran hierros encontrados en el mercadillo del Jueves. Me interesan mucho los fósiles y esas herramientas de labranza en desuso eran fósiles". 

Marcelo Culasso cambió el escaparate. Sustituyó la escena nupcial de Avelino y Agustina por una versión de El grito de Munch. El pastor de Mercadillo, pueblo abulense del que procede la familia Martín de la cadena de supermercados Mas, y la salmantina con dos madres, la que le dio la vida, la que le dio la leche, se fueron de luna de miel después de aquella estampa de Cifesa. Agustina tiene en la foto hechuras de Evita, paisana de Marcelo, el anfitrión de este anónimo sevillano convertido en episodio nacional por el cariño de una hija.


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