
Artículo de José Antonio Bonilla - La Gaceta de Salamanca
Una nube inmensa, negra y espesa hizo presa en el término municipal de Molinillo, en la tarde y noche del día 1 de agosto de 1951. Sobre él descargó rayos y pedrisco, convirtiéndolo en tabla rasa. Este suceso es uno de los recuerdos más vivos de mi infancia. En la plaza del Moral, Edu, el hijo de la tía Juana, "chisca" el cohete contra las tormentas, como éste tenía una aleta rota se convirtió en un buscapiés, el siguiente, sí fue derecho a la nube, pero ya era demasiado tarde. Todo el mundo corrió a buscar refugio.
La noche la pasó mi familia en la habitación más sólida de la casa, sobrecogidos por los truenos, los relámpagos no los veíamos. El granizo rompía las tejas y el agua caía por las paredes. La noche se hizo eterna. El amanecer fue desolador: los árboles sin hojas, con las ramas quebradas, y el campo sin una brizna de verdura. Los pájaros y conejos muertos era un triste espectáculo; las cabras, en verano duermen en el monte, y así aprovechar la fresca de la mañana para comer; muchas tuvieron que ser sacrificadas, en sus pieles estiradas se veían los golpes mortales de los granizos, para indicar el tamaño éstos, desde entonces, se mostraba el puño cerrado.
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