miércoles, 1 de junio de 2016

El Museo de la Casa Chacinera de Candelario

Candelario es historia.
La golpea el agua suavemente cayendo por las regaderas, santa y límpida seña de una historia que en tiempos no tan remotos hablaba en lengua de sangre y tradición. Alguien dijo una vez que las piedras son la memoria de la historia y que en última instancia la piedra es el pensamiento del mismo Dios.
Candelario huele a historia. Es una paradoja porque donde debiera oler a pimentón, a grasa, a tanino… y a muerte, y a sangre de puerco que corría por las calles “más que en Chicago” según dictó don Miguel (de Unamuno claro), donde debiera oler a chacina, y a sudor de costalero, y a vino de taberna, allí huele a historia, que es una manera paradójica de homenajear lo que ya no es.
Pero Candelario sigue siendo “choricera”, porque sus gentes lo siguen siendo, porque en estos asuntos de la tierra chica y de los sentimientos no manda la realidad sino el alma. Y el alma de Candelario, que es de piedra y agua, pensamiento y espíritu de Dios como se dijo, se dice corita y choricera. Y con eso basta.

El Museo de la Casa Chacinera de Candelario

La piedra será la memoria de Dios pero la historia la escriben los hombres. Y la recuerdan. Así lo hacen en el Museo de la Casa Chacinera de Candelario, donde el tiempo no solo se ha detenido sino que se va creando paso a paso, voz a voz, y el visitante pasa de un siglo a otro, se penetra cien años el alma y hasta la vista ve zarandajas donde solo hay sombras.
La Casa Chacinera es un ente vivo porque sus habitantes aun lo están. Serán otros rostros, otras voces y otras manos, los aperos serán de pega, o habrán olvidado el tacto de la chicha, o el áspero de la banasta, pero el espíritu se mantiene porque, como dijimos, el alma de Candelario está hecho de piedra y agua.
Y de carne, claro está, en casa chacinera no puede obviarse la evidencia, el buen embutido, manjar de reyes y regalías, que el tío Pedro sacaba de las entrañas del hogar a base órdenes y contraórdenes y buen hacer y buen saber y oído avizor para cerrar ventanas y contraventanas a las notas del sereno que avisaba de la llegada del “hostigo”, ese viento que fue ideado en alguna sierra como esta, mitad aire mitad agua.
Mariana y Francisco, los criados de la Casa Chacinera del Tío Pedro, hacen y deshacen, hablan, se entredicen y rellenan el tiempo con chicha y chascarillos a partes iguales, pintándose a sí mismos al óleo y brocha fina, y acompañando al visitante de una estancia a otra, tropezando unos y otros en ocasiones con el quehacer de cada cual, el uno faenar la chacina, los otros mirar y aprender, no como turistas sino como aprendices.

El Tío Pedro, recto y recio, capellán de fábrica de embutidos, bien sabe que en el paladar de la visita está el futuro del negocio, y por ende, de la encomienda, y por eso, el secadero, final de la visita, es tentadero de sabores, de chorizo del bueno, de Candelario.
El Museo Etnográfico “La Casa Chacinera” de Candelario está situado en la Calle Perales. Se pueden concertar las visitas teatralizadas en los teléfonos 695563491 (museo), 923413011 (Ayuntamiento) y 923413420 (Oficina de Turismo).


Desde este Cuaderno queremos agradecer a Antonia Sánchez Pavón (guía del museo) y a los actores Miguel Ángel Fernández, Ana Muñoz y Rubén Barruelo por mantener vivo, con su ingenio y oficio interpretativo, el viejo oficio del chacinero para que lo conozcan las futuras generaciones y no se pierda borrado de la piedra, azotado por el agua, regadera abajo.

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