ENTRESIERRASrd | Esta
madrugada tendrá lugar la procesión más multitudinaria de la provincia con
miles de romeros que caminarán hacia el santuario de Las Veguillas
Sé que es algo habitual en esta España en la que
aún subyacen viejos ritos y creencias pero me viene el recuerdo al hilo de esta
introducción. Durante años, los de mi fervorosa juventud, he viajado camino de
Salamanca con una imagen policromada y plastificada aferrada con pegamiento
“imedio” al cristal de un viejo Simca 1200. No es que le tuviéramos especial
apego religioso, ni mucho menos, pero es uno de esos asuntos en los que, por
cabal juicio y evidente falta de entendederas, es mejor no entrometerse.
Porque
en definitiva era fe de mi abuela Lorenza, apegada a este “cristón” en lejanía,
y con esas creencias no se juega. Dicen. Seguramente fue por ella, por la
inquebrantable tozudez de mi abuela, que la pegatina de parabrisas del Cristo
de Cabrera fue lo que heredó del Simca el Renault 9 TSX y éste a su vez la legó
al Ford Escort, como un hilo conductor de lo que eran nuestras vidas, imberbes
entonces, de los procelosos y taumatúrgicos años 80. Seguramente la “bendita”
estampita, traída de una de las tiendas de recuerdos (souvenirs lo dieron en
llamar) abiertas al romero junto a la ermita salmantina, ya sea pasto de
desgüace y reciclado.
Lo curioso del asunto es que ese cristo frontal
dibujado sobre una escueta ermita, de forma redondeada, que siempre hizo compañía
a la pegatina del ADA (Ayuda del Automovolista) es casi la única referencia que
tuve durante años del tantas veces mencionado Cristo de Cabrera de Las
Veguillas, pues hasta hace bien poco, y por empeño de un domingo de hastío, no
llegué a visitar el lugar en que confluyen buena parte de los desvelos y
esperanzas de mi familia.
EN LO
ÁSPERO DEL BARDAL
El Santísimo Cristo de Cabrera se encuentra en
una ermita a casi 3 kilómetros del pueblo de Las Veguillas, en Salamanca.
Alejado del mundanal ruido, hierático e imponente, bajo su hornacina dorada, es
una de las imágenes más veneradas de la provincia desde tiempos inmemoriales.
En su honor y visita se realiza la que quizás sea la romería más tradicional de
Salamanca y una de las tradiciones más profundamente arraigadas en nuestra
tierra.
El Cristo es románico, tallado sobre un tronco y
policromado. La imagen pertenece a la tradición de los Cristos castellanos, de
origen popular, con toda probabilidad obra de algún artesano local, al que
Unamuno describe como 'Cristo campesino'. Es imposible dar una fecha exacta de
su talla, un crucificado que, a tenor de sus reminiscencias románicas e
imperfección de sus formas, varios autores como el catedrático de la
Universidad de Salamanca Luis Rodríguez Miguel datan en el siglo XI, aunque
comenzara a rendírsele culto varios siglos después.
La impresión que ofrece la imagen es inmensa,
pues son dos metros de los pies a la cabeza y otros dos metros de un extremo a
otro de las manos.
"Santo Cristo de Cabrera,
a tu ermita he de llegar
aunque destroce mis plantas
en lo áspero del bardal".
ENTRE LA
HISTORIA Y LA LEYENDA
Existe una sola realidad sobre la que nadie
puede dudar: la misma imagen del Cristo de Cabrera, crucificado en esa dehesa
de Las Veguillas, custodiado por encinas y robles, también descalzos como las
Carmelitas que se adosaron a su diestro costado para ofrecerle su devota
compañía. Lo demás, como tantas veces, se pierde entre la historia y la
leyenda.
Cuenta la leyenda que junto a la Sierra de Dueña,
entre encinas y robles, entre ganado bravo, cercas y charcas, un pastor
encontró en el hueco de una encina la imagen de un Cristo (no estaría de más,
por su interés botánico, encontrar tal ejemplar de encina capaz de albergar en
un “hueco de su tronco” semejante estatua). Lo dicho: que la talla era de tal
proporción que el pastorcillo no pudo sacarla, por lo que decidió llamar a unos
labradores de la zona para poder transportarla hasta Llen (este lugar, hoy día
anejo al término municipal de Las Veguillas, era antaño principal núcleo de
población de la zona incluso con un palacio).
Tras ser colocada en un carro con bueyes, al
pasar por la dehesa de Cabrera, los animales se detuvieron en seco. No pudieron
avanzar más. Cual pesados berruecos, los animales de carga permanecían
“misteriosamente” anclados a la tierra a pesar de los incansables esfuerzos de
los campesinos por moverlos. Hastiados de baldíos intentos, la fatiga despejó
sus mentes para comprender que el Cristo no deseaba otra cosa que permanecer allí
por el resto de la eternidad. Así surgió la ermita de Cabrera para rendirle
culto.
La historia la difundieron el cierzo y el sur
como un reguero de pólvora. Tal es así que durante décadas un ermitaño
permaneció junto al santuario, recibiendo limosnas de hasta 180 reales, una
vivienda que a la vez era hospedería de peregrinos que, intrigados por la
milagrosa imagen, acudían en masa sin cesar. Su fama trascendió fronteras y el
Cristo de Cabrera comenzó a recibir innumerables visitas en busca de una ayuda
celestial para aquellos problemas a los que el hombre no halla solución en la
racionalidad terrenal. Miles de personas buscaban amparo en esta majestuosa
talla de vastas proporciones y algunos deseos debieron ser concedidos porque el
flujo de peregrinos se multiplicaba cual panes y peces, igual que las alhajas
que en ofrenda se depositaban a sus pies. Las romerías eran cada vez más
tumultuosas, con celebración de capeas de toros en la plaza cercana a la
ermita, llegando en el siglo XVIII a un total de 138 toros, 51 novillos, ocho
vacas y una novilla.
El Cristo de Cabrera ha tenido oportunidades de
sobra para demostrar su querencia por el prado de Las Veguillas. Durante la
Guerra de la Independencia los franceses saquearon el lugar en su huida
despavorida tras la Batalla de Los Arapiles en octubre de 1812. Varios grupos
de soldados napoleónicos robaron provisiones y dinero de la iglesia de Las
Veguillas, y lo mismo hicieron en Cabrera, de donde se llevaron sesenta reales
y treinta maravedíes. Tal exactitud monetaria no deja atisbo a la duda de que
lo que ocurrió aquellos días fue tan verdad como cualquier otra: los franceses,
cuando se marchaban con el botín, repararon en el Cristo, que los espiaba,
seguramente con su mirada románica pero recriminatoria. Imponente. Cuentan los
más viejos del lugar que los soldados intentaron quemar la talla una y mil
veces, pero la madera no ardió. La prendieron de todas las maneras posibles.
Pero nada. La llama se apagaba al instante. Asombrados y atemorizados, los
franceses corrieron como alma que lleva el diablo y no regresaron jamás. Eso
sí, con sus sesenta reales y treinta maravedíes en las talegas.
Todavía hoy se pueden apreciar las huellas de
tamaña tropelía en los pies negros de la imagen
La ermita, una pequeña y sencilla construcción
encalada en blanco, quedó asolada. Pero dos años después, en 1814, se
recompuso, una obra que costó más de 3.500 reales; se retomaron los
acontecimientos taurinos y la romería del Cristo de Cabrera se transformó en lo
que hoy es una de las manifestaciones religiosas más importantes de la
provincia.
Más de un siglo después, en plena Guerra Civil,
se intentó dar traslado a la imagen pero las ruedas de los carros, como antaño,
se hundían en la tierra y los bueyes se negaban a caminar.
Según la creencia popular el Cristo de Cabrera
nunca pudo ser sacado de los alrededores del santuario; los mayores, aún hoy,
narran a la fresca la tozudez de los bueyes contra las malas intenciones de los
hombres. Aún así la iglesia y su entorno no existirían hoy como tales de no ser
por la devoción popular y el tesón de los fieles al Cristo que en ella se
venera.
El lugar, normalmente solitario y que invita al
visitante al recogimiento, se transmuta los días alrededor 18 de junio, fiesta
grande de Cabrera: romeros procedentes de toda la provincia y más allá (se ha
estimado en hasta 20.000 visitantes) que además de ofrecer sus respetos y
devoción al Cristo Crucificado, pueden hacer acopio de manjares en los puestos
de almendras garrapiñadas, cerezas, dulces y también dar pábulo a la fiesta
general al son de los tamborileros charros.
Bajo las encinas y los robles, las diversas familias y grupos de amigos instalan sus mesas y sus sillas al suave fresco de los árboles para, al finalizar los actos religiosos, dar buena cuenta de las viandas. Muchos de ellos aprovechan las frescas horas de la noche para llegar andando hasta la Ermita, y es muy frecuente encontrárselos en el arcén de las carreteras cercanas.
Bajo las encinas y los robles, las diversas familias y grupos de amigos instalan sus mesas y sus sillas al suave fresco de los árboles para, al finalizar los actos religiosos, dar buena cuenta de las viandas. Muchos de ellos aprovechan las frescas horas de la noche para llegar andando hasta la Ermita, y es muy frecuente encontrárselos en el arcén de las carreteras cercanas.
Las peregrinaciones se suceden a lo largo del
año, pero según se acerca la fecha de la festividad, los grupos son cada día
más numerosos, hasta llegar a la noche del 17 de junio, momento en que la
Diócesis de Salamanca organiza una peregrinación multitudinaria.
El día 18 se celebra una misa por la mañana (con
sermón a cargo de un gran orador) para llegar a uno de los momentos más
emocionantes de la romería, cuando el gigantesco Cristo abandona el templo para
procesionar.
A pesar de dos capillitas laterales la ermita es
muy pequeña para albergar al gentío deseoso de celebrar el día del Cristo que
siempre espera en Cabrera.
La veneración a este Cristo tiene su origen en
el siglo XVII, fecha en que comienzan a encontrarse escritos que dan cuenta de
esta devoción. Ya desde 1714 empiezan a contabilizarse testamentos de fieles
forasteros que dejan donativos para que se les digan misas ante el Santo
Cristo. La fiesta principal, la romería del Cristo de Cabrera, desde el siglo
XVIII, tiene lugar el mencionado 18 de junio, sin saber el motivo.
La Cofradía del Santo “Cristo de Cabrera” se
constituyó formalmente el 26 de marzo de 1991, si bien, su andadura comenzó
muchos años atrás, a pesar de no existir referencia concreta sobre el origen de
la misma. Tiene por finalidad el fomento de la vida apostólica entre sus
miembros, promoviendo el culto al Santo Cristo de Cabrera, conservando el
espíritu cristiano en los actos de fraternidad que se realicen, conforme a la
tradición, y en general, permitir y favorecer la convivencia y el culto en las
reuniones de los miembros que la componen, en franca armonía con la Diócesis,
destinando los recursos que se obtengan al cumplimiento y desarrollo de estos
fines y a la realización de obras piadosas o de caridad.

Junto a la Ermita del Cristo de Cabrera se
encuentra el Convento de Clausura de las Reverendas Madres Carmelitas,
guardianes de la imagen, bajo la atenta mirada de su Santa fundadora, la Madre
Maravillas de Jesús, recientemente canonizada.
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