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"Desarraigo y sufrimiento: El espíritu maldito de la Escuela de París
(Modigliani y Celso Lagar)", por Pablo Castellano
'Guerra Civil', obra de Celso Lagar |
Terrazas
atestadas de jóvenes artistas y viejos maestros en las plazas. Un espeso
humo que sale del interior de los bares. Ruido incesante y vasos por los
suelos, aún con los restos de vino. Un joven pintor italiano recitando versos
mientras se tambalea y un joven español, mirobrigense, sentado y ensimismado,
contemplando el espectáculo.
Este es el París anterior a la Gran Guerra del 14,
el París de Montmartre. Por esa época la cuna del arte estaba plagada de todo
tipo de artistas, tanto franceses como emigrantes del resto del mundo. Allí se
encontraban artistas tanto ya consagrados del comienzo de las vanguardias
históricas, por ejemplo Pablo Picasso y Juan Gris; como marginados y en
ciernes, y este es el caso de los pintores que ahora nos ocupan: Amedeo
Modigliani y Celso Lagar.
De esta manera describe Narciso Alba la visión
de París que, según él, tenían los jóvenes artistas que allí emigraban para
conocer las nuevas manifestaciones artísticas de primera mano, dando origen a
una nueva vida: “¡París! ¡Montmartre! ¡Montparnasse! ¡El Sena! ¡La Coupole!
¡Pigalle!...Pero no todos los que llegaban a París alcanzaban también la
gloria, y, a veces, el esfuerzo quedaba agriamente marcado en el cuerpo y en el
espíritu de los artistas. Pero decir París era alimentar la esperanza y
acariciar el triunfo”. Estas palabras
bien pueden aplicarse a la miserable vida de esfuerzo, grandes derrotas y
escasos triunfos que allí tuvieron los integrantes de la denominada Escuela de
París.
'Hebuterne', obra de Modigliani |
Para hablar de la relación vida y obra que hace
de estos hombres unos artistas malditos, es preciso aclarar primero a qué se
llama Escuela de París, sin entrar a juzgar si esta etiqueta es válida o no lo
es. Se trata de un grupo de jóvenes artistas que fueron llegando en diferentes
momentos a París. Allí, inmersos en el continuo flujo de movimientos artísticos
y la rapidez con la que se sucedían, decidieron mantenerse al margen. Es por esta
razón por la que cuando se hace referencia a la Escuela de París se habla de
artistas individualistas, alejados de las modas, definiendo la vida bohemia que
ha servido para reflejarlos como estereotipo. Miembros reconocidos de esta
Escuela son Chaime Soutine, Fuojita, Marc Chagall, Moïse Kisling y Maurice
Utrillo, entre otros muchos. Pero es importante destacar la fuerte presencia de
pintores españoles en ella, que fueron llegando en diferentes oleadas. Sobre
estas continuas llegadas de artistas españoles a la Escuela de París existen
varias clasificaciones temporales, de las que destacaré dos de ellas:
En primer lugar, Julián Gállego, perteneciente a
la propia Escuela en los años 60, diferencia cuatro etapas: una en 1900; otra
la que denomina de “Entreguerras”; la del exilio republicano; y una última, la
de posguerra, allá por los 50, sobre la que dice que se dio “cuando nuestras
fronteras s entreabrieron y por la apertura se precipitó una multitud, entre
las que me cuento”.
En segundo lugar, encontramos la clasificación
que hace Mercedes Guillén. En ella, ordena las diferentes oleadas en tres: una
que abarca los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX; otra que va
desde el año 18 hasta el 39; y una última que llega desde el año 39 hasta su fin.
Quizá esta clasificación sea menos exacta al situar en un mismo grupo a
artistas que acudieron por diferentes motivos, es decir, aquellos que pudieron
acudir por placer y otros exiliados por la Guerra Civil. Es decir, engloba en
una misma salida a aquellos que lo hicieron por su propia voluntad y a aquellos
que lo hicieron por obligación.
Estos artistas que dieron lugar a la Escuela de
París son a menudo denominados como artistas malditos. Para intentar encontrar
las causas de por qué se les identifica con esta etiqueta, recurriré a dos
artistas que tuvieron tanto una vida trágica como una obra muy productiva. La
obra y la vida de El Príncipe Modigliani y de El último maldito de Montparnasse
están caracterizadas por dos elementos que quedaron plasmados en sus obras: el
desarraigo y el sufrimiento.
Desarraigo
Mientras que Modigliani abandonó Italia para
instalarse en París en 1906, el mirobrigense lo hizo a finales de marzo de 1911
después de pasar una temporada en Barcelona. Ambos artistas tomaron con el tiempo
una visión diferente de sus tierras natales.
Modigliani siempre sintió nostalgia por su
tierra, admirando especialmente a Miguel Ángel, Rafael y Boticcelli. Modigliani
defendía la innovación pero sin cortar las raíces del pasado, en concreto, de
la tradición pictórica italiana. En una ocasión, cuando a Modigliani le
ofrecieron participar por primera vez en una gran exposición, pasó días y
noches de trabajo constante esculpiendo siete cariátides en bloques de los
adoquines que arrancaba de la calle. El número no es casual, sino que lo que
quería era simbolizar con sus siete esculturas las Siete Colinas de Roma. Con
ello, mantendría vivo de alguna manera el recuerdo del país en el que creció a
pesar de estar en la distancia. Esta nostalgia estuvo presente siempre en su
vida de una u otra manera.
En su obra, el artista italiano rompía en cierto
modo con el pasado, pero quizá sea un error afirmar que intentara cortar
tajantemente con él. En el caso de las cariátides, Modigliani vuelve al
primitivismo redescubierto por aquel entonces en París, época en la que se puso
de moda y era sinónimo de innovación. Pero recurrir a esos elementos no
conllevaba una ruptura directa con su tierra, pues siempre había elementos en
su obra que mantenían presente la cultura italiana. Encontramos referencias a
Italia en varios aspectos de su obra. En primer lugar, en la ya citada anécdota
de las Siete Colinas de Roma; en segundo lugar, la búsqueda de un ideal de
belleza clásica; en tercer lugar, los ojos de los retratos que realizó que
recuerdan a los ojos que encontramos en las representaciones del arte etrusco;
en cuarto lugar, el estilo manierista de los numerosos retratos y desnudos que
creó.
En definitiva, Modigliani fue un hombre que
acudió a Francia para forjarse como artista en el bullicio de París y, por lo
tanto, para innovar. Pero a pesar de ello el Príncipe de Montmartre no
pretendió olvidar nunca el lugar en el que comenzó a dar sus primeros pasos
como artista.
Modigliani pintado por Celso Lagar |
En cambio, en el caso de Celso Lagar encontramos
la visión opuesta a la que tenía su amigo italiano con la tierra natal. Lagar
salió de Ciudad Rodrigo para olvidarla. Es de gran interés ver que la prensa de
su ciudad en aquellos tiempos, a su salida, reprochaba haber malgastado dinero
público para permitir al joven artista, hijo de un reconocido ebanista, irse
rumbo a París. Los mirobrigenses temían que la inversión en Lagar no fuese
fructífera. No tenían muchas esperanzas en su talento. De esta manera, Lagar
emprendió solitario su camino. Esta soledad con la que salió de las tierras
castellanas quedaría plasmada en su obra posterior, en esos momentos en los que
empezó a ser reconocido por la crítica francesa y su pueblo comenzó a
aplaudirle sin recibir respuesta. La soledad de Celso Lagar la encontramos
especialmente en las numerosas obras pictóricas en las que representan escenas
circenses, aunque está presente en toda su obra. Por poner un ejemplo fuera de
sus típicas imágenes circenses, encontramos un cuadro titulado Madre e hijo, en
el que aparece un niño mirando a su madre, que le aparta la mirada. Puede ser
esta una referencia a la relación con su familia o, yendo más lejos, con la
propia Ciudad Rodrigo. Aquél niño que se vio ignorado por su madre y decidió
abandonarla para emprender su camino de manera solitaria. Pero acudiendo a sus
máximas representaciones de la soledad, es preciso recurrir, como dije
anteriormente, a los cuadros que en numerosas ocasiones pintó sobre escenas
circenses.
Lagar acudía a los circos ambulantes de París
para retratar su vida fuera del espectáculo, quería mostrar la vida solitaria y
marginal de los trapecistas, equilibristas y malabaristas. Quería representar,
en definitiva, “la soledad del arlequín”. En el cuadro Circo y caravanas, Lagar
muestra la desolación y la soledad de los miembros del circo mediante colores
fríos, la indiferencia de los rostros, los árboles totalmente despoblados de
hojas, y la gran distancia que hay entre las caravanas y un fondo lejano en el
que se aprecian varias casas y una iglesia. Otro ejemplo que puede ser útil
para mostrar el desarraigo y la soledad de Lagar es la obra La parade, en la
que aparece un único escenario de madera en el que la mirada del espectador
recae directamente en la sonrisa artificial de un payaso que saluda, y la
tristeza que muestran los rostros de los demás miembros del espectáculo (un
payaso cabizbajo, que parece que llega al llanto, una bailarina que mira
cansada al suelo, otra que no se atreve a mirar al público, parece que por
desprecio). Llama la atención en este cuadro el contraste que hay entre el rojo
vivo del payaso que se encuentra en el centro y los colores oscuros de los
demás personajes que componen el cuadro; además de la diferencia de las
dimensiones que hay entre la figura del payaso y todas las demás. Es destacable,
en último lugar, la diferencia que hay entre los pocos rostros que se aprecian
del público, todos ellos con sonrisas irritantes, y la tristeza, la soledad y
los espacios que parecen infinitos entre los artistas del circo.
En resumen, Lagar corta de raíz con su pueblo y
con su país, no volviendo la vista atrás salvo cuando en sus últimos días es
llevado a Sevilla con su hermana y con una hija de ésta. Los mirobrigenses,
después de alabarle cuando comenzó a adquirir reconocimiento a ver si el pintor
volvía la vista atrás, se vieron decepcionados al no ver ninguna referencia a
los paisajes castellanos, y las que algunos expertos sacan, que son pocas,
resultan en ocasiones un poco forzadas. Se trata de un hombre que se fue solo y
regresó solo, teniendo solamente la compañía de la que fue su mujer, la
escultora Hortense Bergué. Esta soledad fue una constante en toda la obra de
Lagar, tanto en sus retratos, como en sus paisajes y en sus escenas circenses.
Sufrimiento
La nostalgia no es el único elemento presente en
la obra de estos autores, sino que hay otro que adquirió mayor importancia: el
sufrimiento. Tanto Modigliani como Lagar, “hermanos de miles de horas de
charla, vino y pobreza” (como diría el
último), tenían unas vidas marcadas por la enfermedad y el desenfreno. Esta
agonía permanente de ambos artistas iba ligada a cada acontecimiento de sus
vidas. Ahora bien, esta existencia dolorosa y condenada al fracaso no influyó
de la misma manera en el ánimo de los dos pintores, pues mientras al primero
cada golpe recibido le llenaba de fuerza y vigor; el pintor español perdía
vitalidad de manera progresiva. Este sufrimiento, ya fuese producido por causas
externas (como la pobreza, el desamor o el odio), o por motivos internos (como
la propia elección del consumo de drogas), afectaba de manera muy clara tanto a
la propia obra del autor como al proceso creativo.
En el caso de Modigliani, cabe destacar el papel
que las experiencias dolorosas tenían sobre su modo de trabajar. Toda
experiencia negativa era motivo de inspiración para el pintor italiano. La
fuerza de artista como Dios creador no se hacía posible sin las situaciones
destructoras que mellaban su alma. Podía tratarse de sucesos externos que de
alguna manera le afectaban, como el amor. Esto era bien sabido por sus
mercaderes, y por ejemplo la familia Zborowski actuó en consecuencia alejándole
de su pareja Jeanne Hebuterne para que el vacío producido por la ausencia de
ésta llevase al incesante trabajo del pintor. En otra ocasión, anterior a ésta
en el tiempo, una periodista inglesa, Beatriz Haring, fue manipulada por Paul
Alexandre para provocar tan desamor y frustración en el pintor italiano que le
llevara a una incansable producción de obras. Estas situaciones, ya fuesen
fruto del destino o provocadas por los mercaderes interesados en el trabajo de
Modigliani, provocaban en él un alejamiento tal del mundo que le llevaba a la
conclusión de que solamente se tenía a sí mismo, y que por lo tanto él era el
único que podría administrarse los medios necesarios para alcanzar la Verdad
que se había impuesto como meta en la vida. Pero bien puede ser simplemente que
el pintor italiano buscase en el trabajo constante una distracción de los
infortunios de su vida. Las salidas nocturnas y el trabajo incansable era una
constante en la vida de Modigliani después de cada experiencia desastrosa.
Podía prescindir del sueño o del alimento, pero nunca de su botella de grapa en
las plazas de Montmartre y de la producción de obras artísticas.
Pero
el sufrimiento no solamente llegaba de manos ajenas, sino que él mismo era
consciente de que si el sufrimiento formaba parte de su inspiración artística,
quizá si se provocaba daños su trabajo sería más constante. En palabras de
Gonzalo Milán del Pozo: Modigliani “sabía que el sacrificio era la base de su
éxito y que sólo a través de ese sufrimiento lograría sacar a la luz sus
conceptos artísticos”. Esto explica el
motivo por el cual coinciden las épocas de mayor producción del pintor con los
períodos de recaída en sus problemas pulmonares y en las incontrolables
ingestiones de alcohol. Y es que en los estudios de Modigliani mientras
pintaba, nunca faltaban ni el humo de los cigarros que consumía sin parar ni
las botellas de vino que lanzaba contra el suelo después de consumirlas. Esta
especie de ritual era un factor necesario para la fusión que en cada sesión de
trabajo se llevaba a cabo entre la modelo y el pintor. Aunque bien es cierto
que en más de una ocasión este ritual provocase en la modelo ganas de salir
despavorida del estudio.
El
caso de Celso Lagar es bastante diferente. Mientras en su compañero de juergas
las vivencias dolorosas daban más fuerzas al pintor, en Lagar cada experiencia
de esta naturaleza le fue debilitando más y más hasta llevarle a ser encerrado
en un psiquiátrico después de numerosas depresiones. Y es que, mientras
Modigliani era un hombre sociable, extrovertido y de un temperamento alegre a
pesar de las desventuras; el pintor mirobrigense era un hombre extremadamente solitario,
pesimista y parco en palabras. Sobre su ánimo dijo Jean Paul Crespelle en una
ocasión que era “un pintor modesto y acomplejado cuya vida llena de sinsabores
le llevó a terminar sus días en Santa Ana, entre los locos”.
Las
experiencias dolorosas mermaban la vitalidad en Lagar. Esto le llevaba a errar
sin fuerzas hasta caer en las zonas alejadas de la ciudad donde observaba a los
integrantes del circo fuera del espectáculo, empatizando así con sus
sentimientos de soledad y frustración. Mientras el proceso creativo de
Modigliani se basaba en la euforia y el trabajo sin descanso hasta caer
extenuado; Celso Lagar se apagaba retratando aquella miseria con la que se
identificaba.
Pero
el rasgo más destacado en el proceso creativo de Lagar era su desmedida
sensibilidad. Esto le llevaba a ser sumamente vulnerable ante los
acontecimientos que intercedían en su vida, lo que entendiendo que la vida del
pintor español estuvo llena de desdicha, le produjo un dolor permanente y
numerosas depresiones. Se dice de Lagar que “pintó siempre con el sentimiento a
flor de piel” . Esta sensibilidad era comprendida por el mirobrigense como el primer elemento más
importante del “arte bello”. Pero este sentimiento del artista no podía hacer
nada por sí solo, sino que en segundo lugar, después del sentimiento, el color
y la forma eran los rasgos fundamentales del arte bello. Esta idea fue la que
le llevó a hablar de un –ismo que nunca llegó a desarrollar del todo: el
planismo. Sobre esta sensibilidad de Lagar encontramos varias muestras. Dice
Narciso Alba que Lagar vertía en sus cuadros “lo más auténtico de su sentir
como pintor y como hombre” , y según Torreolla, el mirobrigense era un hombre
que se dejaba llevar por su “humanísimo sentimiento, suavemente melancólico,
ante el espectáculo del mundo y de la vida”.
De
estas citas se desprende la idea de que Lagar era un artista errante, un hombre
solitario cuyo pesimismo respecto al mundo, en oposición a la euforia de sus
compañeros alcohólicos de Montparnasse, le llevaba a dirigir una mirada gris
sobre todo lo que le rodeaba.
Encontramos,
por lo tanto, que a dos artistas que reaccionaban ante el sufrimiento que le
causaban las desdichas de la vida de manera muy diferente. Y así mientras en
Modigliani provocó un sentimiento de inmortalidad que le llevaría a
autodestruirse sin ser consciente de la finitud y de la limitación de su vida,
a Celso Lagar le hizo consciente de su pequeñez ante un vasto mundo.
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Excelente artículo, muy innovador e interesante en el contexto habitual de esta revista. El único pero que le pondría es la identificación errónea de lo mirobrigense con lo castellano, cuando Ciudad Rodrigo forma parte del llamado antiguo Reino de León, como toda Salamanca, y no de Castilla. Salvo por eso, mi enhorabuena al autor.
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