ENTRESIERRASrd | Es esta
una costumbre ancestral, muy extendida por los pueblos de la Sierra y comarca
de Entresierras de Salamanca, como una forma de defender las posibilidades
procreativas del grupo al perder "a una de sus hembras"
© Pedro Sánchez Gómez El “pijhardo”(con hache
aspirada se pronuncia por aquí) el piso o las pesetas, que así era llamado en
Colmenar y pueblos de la zona, era una especie de ‘impuesto revolucionario’ no
escrito ni estipulado en su cuantía que había de pagar un mozo ‘forastero’ a
los del pueblo si quería entablar relaciones formales con una moza del lugar.
La cantidad a pagar dependía de la ‘pinta’ que se considerara tenía el
pretendiente y si la moza que pretendía era 'de buen ver'.
Cuando se intuía que había pasado un tiempo prudencial para que la relación marchara, generalmente a partir de la tercera visita, se le pedía al interfecto que pagara 'el pijardo', que la mayor parte de las veces era una cantidad en pesetas, una merienda o una ‘forriona’ (fiesta) para los mozos. Si no pagaba lo que la mocedad consideraba que valía la hembra, se le amenazaba con tirarlo al pilón vestido y expulsarlo del pueblo a pedradas. Si lo pagaba, ‘se le autorizaba’ a que continuara con la relación y luego... allá ellos.
Es esta una costumbre ancestral, muy extendida
por los pueblos de la Sierra y comarca de Entresierras de Salamanca, como una
forma de defender las posibilidades procreativas del grupo al perder a una de
sus hembras.
Tan a rajatabla debía llevarse esta costumbre en
Colmenar que, según un documento del siglo XVIII conservado en el Archivo del
Ayuntamiento de El Cerro, se conmina a las autoridades a que eviten y condenen
esta forma de actuar:
“Los malos fechos y costumbres de los hijos de
Colmenar consistentes en exigir un “pecunio” en efectivo o en especie a todo
forastero que pretendiera moza soltera del lugar que, de no pagarlo lo redimía
con un chapuzón en la “Fuente Grande” vestido y expulsado del pueblo a
pedradas”.
La recomendación no debió tomarse en
consideración lo más mínimo, pues la costumbre se mantuvo en pleno auge hasta
el siglo pasado y aún hoy la tradición no ha desaparecido, el problema
fundamental actualmente es la escasez de mozas casaderas que puedan entablar
relaciones con forasteros.
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