ENTRESIERRASrd | El
Boletín Oficial del Estado oficializó este jueves la declaración del sexto
Conjunto monumental de la Sierra de Francia
Villanueva del Conde ya es oficialmente Conjunto
Histórico-Artístico. Aunque ya era conocida la noticia, la normativa obliga y
prescribe que la declaración de un municipio como tal no se hará efectiva hasta
su publicación en el Boletín Oficial del Estado. Y ese es el paso que faltaba y
que la Junta de Castilla y León formalizó en el día de ayer.
De este modo, y tras su anotación pública en el
BOE, la Sierra de Francia ya puede presumir oficialmente de su sexto Conjunto
Histórico-Artístico, algo único en España, convirtiéndose (aunque ya lo era de
hecho) en el territorio con más localidades con este tipo de catalogación en
menos kilómetros cuadrados.
Lo que también se ha público con el anuncio
oficial es la delimitación de la zona afectada por esta declaración, que según
se describe, se acota desde el curso del
arroyo de Fuente Herrero hasta el encuentro con el paraje de la Cuesta del
Horno, desde allí hasta el el encuentro con la carretera a Miranda del Castañar,
cruce con el Camino de la Antigua y siguiéndolo hasta el cruce con el Camino de
la Mata. Desde este punto se continúa hasta el camino de concentración
parcelaria hasta el cruce con el Camino del Cementerio y camino de Villanueva
del Conde a Sequeros hasta el cruce con la carretera SA-220.
ANEXO
BOE SOBRE LA DECLARACIÓN DEL CONJUNTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO
Villanueva del Conde es un pequeño y
singular conjunto situado al suroeste de la provincia de Salamanca, en la
comarca de Sierra de Francia-Quilamas, en las estribaciones de la Sierra de
Francia. Aproximadamente un tercio de su superficie se encuentra comprendida en
el Parque Natural de las Batuecas- Sierra de Francia y en la Reserva de la
Biosfera Sierras de Béjar-Francia, declarada por la Unesco el 27 de octubre de
2006.
Ubicado en una zona de sierra, en la
ladera de una meseta orientada al sol, el acusado contraste entre una
superficie de llanura desprovista de vegetación y un paisaje abrupto de
profundos cañones labrados por la red fluvial, caracterizan este entorno
natural de gran valor paisajístico, de abundantes aguas y tierras fértiles
donde crecen los robles, los castaños, el sotobosque y la jara.
Se enmarca en un paisaje antropizado
caracterizado por la utilización durante siglos de técnicas de aterrazamiento,
práctica agrícola que permite a los agricultores cultivar en las laderas de la
montaña y que conforma un paisaje de gran calidad estética, de
abancaladas y fértiles huertas,
donde crecen gran variedad de cultivos mediterráneos impropios de esta latitud.
Las peculiares características
topográficas y climáticas y el alto grado de antropización del medio, han
condicionado la fisonomía y personalidad única de este conjunto, conformando un
paisaje rural original, en el que la arquitectura tradicional pasa a formar parte
de un mismo y único conjunto plenamente integrado.
Villanueva del Conde conserva un
interesante conjunto arquitectura tradicional, así como edificaciones de
singular interés, entre las que destaca la Iglesia parroquial, bajo la advocación
de San Sebastián y San Fabián, de los siglos XV y XVI y la Ermita del Humilladero,
ubicada a la entrada del pueblo, de comienzos del siglo XVII.
El sistema de construcción ligado a
las actividades productivas ha estado siempre condicionado por el entorno, la
climatología y la disponibilidad de materiales cercanos, como son la madera, la
piedra, el barro y la cal.
La madera, generalmente de castaño,
se utiliza en vigas, pilares, escaleras o entramados; la piedra de granito y
cuarcita, utilizada en los muros de carga, presenta diferentes tamaños y
aparejos, trabadas con barro o morteros de cal; el barro y la cal se utilizan
para los revestimientos, tanto interiores como exteriores. Todavía encontramos
en Villanueva del Conde algunos ejemplos de esgrafiado, técnica que consiste en el raspado
de diferentes colores y texturas, que enriquecía y decoraba las fachadas.
Generalmente las casas presentan
tres plantas y en ocasiones, en el borde del casco, dos. La planta baja está
construida con muros de carga de piedra y las dos superiores en entramado de
madera con forjado de lajas de granito de la zona y posterior encalado. Aparecen
numerosos ejemplos de solanas en la primera y segunda planta, que rematan con
aleros de madera de gran vuelo, conformando interesantes ritmos y visiones recortadas
del cielo.
En su interior, la vivienda presenta
una disposición coherente, atendiendo a una estratégica adaptación a las
condiciones climáticas. Las casas suelen disponer de dos entradas; una grande
que da acceso a la planta baja donde se sitúa la cuadra y otra más pequeña, que
sirve de acceso directo a la vivienda. Todavía se conserva en algunas construcciones
antiguas la entrada principal a cierta altura de la calle, a la que se accede mediante
escalera de madera o mampostería. En la primera planta se disponen los dormitorios,
generalmente interiores, que aprovechan el calor del ganado que desprenden las
cuadras situadas por debajo.
En la segunda planta se situaba la
cocina y una sala con salida al exterior a través de un balcón o solana, casi siempre
orientado al sur o al este. Por encima, encontramos el bajocubierta o sobrado,
conectado directamente con el hogar por medio del «sequero», entramado de
madera situado horizontalmente sobre el forjado de la cocina que, además de
actuar como cámara aislante de la vivienda, permitía el ahumado y secado de los
productos de la matanza.
Como queda expuesto, el conjunto
urbano de Villanueva del Conde presenta la tipología edificatoria típica de la
Sierra de Francia y en este sentido comparte las características constructivas
de la arquitectura popular de las comarcas serranas del sur de Salamanca, que
han singularizado y convertido estos municipios en destacados conjuntos
históricos, muchos de ellos declarados de interés cultural.
Pero, sin duda, el elemento más
destacado y diferenciador de Villanueva del Conde es su estructura urbana. Se
trata de una estructura atípica, configurada como un recinto perfectamente
cerrado, formado por las propias edificaciones que se iban construyendo a lo
largo de la horquilla que hacían los caminos que llevaban a Miranda del
Castañar. De esta primera configuración se fue formando, con sucesivas
construcciones, una manzana cerrada con frente continuo a la calle y un gran
espacio interior de huertas, conocido como «huertitas» y que normalmente se
corresponden con los patios traseros de las casas. Se encuentran delimitadas
por muros de piedra de un metro de altura aproximadamente. El acceso a esta
amplia zona de huertas fortificadas se realiza a través de los llamados «pasajes»
o «callejinas», que conectan la calle perimetral con el interior de la gran manzana
y con otras calles secundarias o con fondos de saco. Esta singular
configuración urbana se ha ido conservando a lo largo de los siglos hasta la
actualidad.
En el entorno de esta manzana
central el crecimiento y disposición de las edificaciones se desarrolla en
función de la topografía. En la zona sur se produce una interesante transición
entre el espacio urbano y el espacio natural de bosques de castaños y robles, a
través de un paisaje gradualmente antropizado, desde un paisaje de huertas y
vides hasta el acondicionamiento de las laderas como terrenos de cultivo,
mediante técnicas de aterrazamiento tradicionales, los denominados bancales.
En la zona norte, donde
topográficamente se conforma una terraza más amplia, se desarrollan dos espacios
públicos muy representativos: la plaza del Obispo, caracterizada por un espacio
porticado y la plaza de las Eras, con la iglesia y el Ayuntamiento.
Esta plaza, organizada en torno a un
gran olmo y cerrada por el este por la Iglesia Parroquial, ha venido siendo
utilizada como plaza de toros desmontable, pudiéndose observar en el suelo de
la plaza, los huecos que se utilizan para la instalación de los postes de
madera que configuran la plaza de toros en las fiestas.
La utilización de materiales del
entorno próximo, la repetición de soluciones constructivas y la armonía de
volúmenes dan como resultado una imagen uniforme y homogénea integrada
perfectamente con el entorno, en cuanto que la formación del territorio se
ajusta en un perfecto equilibrio ecológico a los recursos físicos.
Por ello, la valoración del conjunto
como bien de interés cultural, más allá de la conservación de la tipología
edificatoria típica de la Sierra de Francia o de la singularidad de una
estructura urbana, «emparentada con algunas de las propuestas de ciudad ideal surgidas
del Renacimiento o de los utopistas de hace un siglo» como señala Carlos Flores
en su Tratado de Arquitectura Popular Española, viene determinada por su
consideración como territorio históricamente modificado por la intervención
humana como consecuencia de determinadas dinámicas sociales y económicas,
documento histórico representativo de la vida rural de épocas pasadas y reflejo
de la identidad social y cultural de un pueblo, que ha sabido conservar parte
de su memoria colectiva.
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