ENTRESIERRASrd | Una
mirada a los concertistas de la noche en la comarca de la mano de Ricardo Pedro
García y sus recuerdos siempre hermosos de Cabezuela de Salvatierra
© Ricardo Pedro Marín García Con el testimonio de
mis recuerdos de niño, 32 años cumplidos en el mes de mayo, decidimos pasar
unos días de vacaciones en Cabezuela de Salvatierra, con mis padres José e
Isabel María (EPD).
Iniciadas las vacaciones, pude revivir aquellos
momentos en los que yo tenía la edad de mis hijos, visitando las praderas en
las que en compañía de alguno de mis hermanos o amigos, recogíamos plantas y
hierbas con las que llenábamos los estómagos.
Con cierta nostalgia, en forma de cuento, se lo
narée a mis hijos. Para ellos que habían nacido en la abundancia, no daban
crédito, preguntando a su madre si era cierto. Ella les respondió que lo
ignoraba pero, "si vuestro padre lo dice es verdad", iniciaron sus
juegos con caras de asombro.
Fue una jornada alegre y divertida, llena de
risas y preguntas, centrando el contenido de esta historia, en el insecto que
finalmente fue coprotagonista, “El señor Grillo”.
Cuando los niños vieron las pequeñas y numerosas
galerías en las praderas, quisieron conocer a sus inquilinos. No era fácil, los
tenores descansaban agotados del concierto de la noche anterior.
Los conocimientos adquiridos en aquellas
praderas, me hacían ser un experto en despertar grillos. A mis hijos les enseñé
la práctica más ecuánime.
Armado de una fina y larga paja, como si de una
lanza se tratara, la ahondé en el túnel, tocando el trasero del señor grillo.
Una vez despertado, ataviado con su chaqué negro bordado y gafas de sol, salió
con premura a la puerta de la casa, comprobando quien le había molestado.
Había otro método que obligaba al concertista, a
salir pidiendo auxilio por inundación, llevando a efecto con “el grifo” que en
aquel momento se tenía a mano.
En el momento que salió el grillo, se tapó la
entrada de la galería impidiendo su retira. Al ver los niños al concertista, y
sabiendo las horas en las que daba sus recitales, insistieron en llevarlo a la
casa para escucharle. Accedí a su petición, condicionándolo a que una vez
cumpliera su cometido, fuera devuelto a la pradera.
Finalizada la jornada en el campo, regresamos a
la casa de los abuelos en Cabezuela de Salvatierra, comenzando los preparativos
para el concierto de la noche. De un pedazo de alambre hicimos una jaula, para
proteger al intérprete, metiéndole en ella con lechuga para que comiera,
quedando alojando en la habitación de los niños.
Concluida la cena, los peques marcharon a la
cama, ilusionados con escuchar cantar al grillo. Una de las cláusulas del
contrato para que el divo comenzara el concierto, era guardar silencio.
Desde un principio los niños quedaron
sorprendidos, guardando profundo silencio para no perder detalle, disfrutando a
lo grande al escuchar cantar por primera vez al tenor. Mi mujer y yo
disfrutamos al verlos a ellos, y mis padres al vernos a todos felices.
Como todos los niños, no justipreciaban las
cosas, lo más ínfimo les hacía ser afortunados. Sirva esta historia para
reafirmar el dicho “no es más rico el que más tiene, sino quien menos necesita”
Lecciones como esta nos da la vida, al disfrutar
de ella de forma sana y natural sin gastos superfluos, pues fue suficiente el
simple canto de un insecto, para hacer felices a tres generaciones.
Moraleja.- Felices seréis, si a los niños
comprendéis.
¿TE GUSTA?
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