ENTRESIERRASrd | De la
pluma de Ricardo Pedro García nos acercamos a los perfumados campos de
manzanilla, antaño labor y recurso económico de la comarca
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Ricardo Pedro García Martín Hace más de sesenta años, a finales del mes de mayo y
principio de junio, como en la actualidad, las verdes y perfumadas praderas de
mi pueblo, Cabezuela de Salvatierra, se cubrían de bonitos, coloridos y
perfumados mantos de flores.
Destacaba por su valor culinario, la flor de la
manzanilla, hallando las jóvenes del pueblo en su recogida, en tiempo de
escasez y falta de trabajo, un aliciente. Era un alegre despertar para las
mocitas, pensar en la ruta a seguir en el nuevo día.
A la gran belleza del campo, la acompañaba los
alegres cánticos de pájaros e insectos, el dulce trinar de las golondrinas, el
cantico del gallo en el corral y el saludo de todos los animales al nuevo día.
A ello se unía la jolgorio y alegría de las cosechadoras de manzanilla.
Las jóvenes se ataviaban para la ocasión, con
sombrero de pajas, pañuelo claro y faldas por debajo de las rodillas,”pues el
pantalón o la minifalda era pecado”. En aquellos tiempos, era un placer vivir y
despertar en Cabezuela de Salvatierra.
Bajo el pretexto de ganar unas pesetas para
comprar algún capricho, con alegría se reunían a diario grupos de chicas, que
en direcciones distintas, recorrían las praderas.
Este trabajo lo realizaban las mujeres jóvenes,
y en medio de canticos y risas desojaban alguna que otra margarita, para saber
si sus novios las querían o no. Las mujeres mayores se dedicaban a las faenas
de la casa y los hombres a la agricultura y ganadería.
Las fincas en su totalidad eran y son privadas,
abiertas a las recolectoras de manzanilla, siempre bien vistas por los dueños.
Su juventud y lozanía llenaban de vida las coloridas praderas, al unísono que
los grupos de cigüeñas y grullas.
Todo ello se hacía bajo la estricta vigilancia
del entonces guarda de la Hermandad de Labradores y Ganaderos, señor José
“malos vinos", mi padre, que situado con prismáticos en lo más alto del
término, “el Cementerio”, observaba y sancionaba cualquier infracción que
pudieran cometer vecinos o forasteros.
El trabajo se hacía de forma manual, cogiendo de
una en una las flores de la manzanilla. Hubo pretensiones de progresar de forma
artesanal, haciendo unos cajones metálicos dentados, que manejados como si de
una guadaña se tratara, en menos tiempo recogía más cantidad de flores de
manzanilla.
Su mayor recolección, suponía un gran retraso en
la selección, pues finalmente en casa había que escoger de una en una las
flores de manzanilla, eso sí, sentados y a la sobra.
En el mes septiembre visitaban el pueblo los
compradores de manzanilla, siendo su precio en aquella fecha de 3 pesetas kg.,
seca y seleccionada, necesitando varios kg verdes para quedarse en uno seco.
Eran miles de kilogramos los que se producían y recolectaban en Cabezuela de
Salvatierra, no llegando sus ingresos más allá de poder comprar unos zapatos o
vestido.
Los campos año tras año en primavera han seguido
con sus mantos de colores, del que siempre ha formado parte la flor de la
manzanilla. Sus bajos precios, no han permitido hacer rentable la explotación
de un recuso del que se disponía y se dispone en Cabezuela en Salvatierra.
Como en otros casos, ha sido la falta de
iniciativa por parte de los lugareños, la que ha permitido que los beneficios
de todo ello, haya recaído en personas ajenas a la localidad. En la actualidad
su explotación prácticamente no existe, limitándose poco más que a la
recolección para el consumo propio.
Las jóvenes recolectoras de manzanilla, han
canjeado su trabajo por la emigración o colaborando con los hombres en sus
faenas ganaderas, siguiendo la manzanilla adornando y perfumando los campos de
Cabezuela de Salvatierra, esperando sea el tiempo quien coseche la flor de la
manzanilla.
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