jueves, 1 de septiembre de 2016

Tiempo de moras

ENTRESIERRASrd | Una mirada a la tradicional recolección de este fruto de finales de verano en la comarca

Es tiempo de moras. Lo es siempre en esta tierra plagada de leyendas e historias de reinas andalusíes que habitan cuevas en nuestros montes. Es tiempo de moras, sí, aunque de otras que tampoco tienen nada que envidiar a aquellas, quizás al contrario, son aquellas, encerradas en sus celdas las que seguramente miran con ojos libertarios a las pequeñas y morenitas que, quitándose el bermellón, ya campean en riberas, a la vera de los caminos, en las cañadas y junto a las fuentes.
Llega el tiempo de recoger las moras. Se han ido cambiando el traje, con el paso de los días, en el vestidor de sus zarzales. Esta es tierra rica en zarzales. Símbolo de pobreza, de sequía y de ruralidad, las zarzas deben tener el adn más charro de la Naturaleza; recias, simples, espinosas… pero con un brote delicioso.
Llega el tiempo de recoger las moras. Es tiempo de recuerdos. Qué días pasaban los jóvenes de esta comarca… puntada a puntada, una a una iban llenando mimbres y cubetas. Alguna caía, de refilón, en el estómago. Pero su destino era la venta. En cada pueblo había alguien que recogía las moras para llevarlas a Linares (de Riofrío). Desde allí, como tantas otras cosas, salían con destino a cooperativas y fábricas de mermeladas.
Era el oficio de "antes de empezar la escuela". Oficio de septiembre.
Cada día salíamos a recorrer el campo, cubo en una mano e ilusión en la otra, en una competición cuasi olímpica por ver quien recogía más moras. Al finalizar la tarde íbamos a llevarlas "donde los señores que recogían las moras". Y allí marchábamos, con la ilusión de ver subir el aguja de la balanza hasta lo más alto. Íbamos anotando los kilos recogidos y al final de la campaña, se pagaba la suma conjunta de la recolección.
El día de cobro, el "cobro de las moras", nos pensábamos los más ricos. Aunque bien se sabe que, en cuestión de economía, los caudales infantiles nunca son suficientes y ya empezábamos a pensar, con algo de rabia: "El año que viene tengo que ir más días al campo, encontrar otros zarzales ocultos que nadie conozca y sacar más dinero".
El dinero era una mera cuestión de supervivencia; al final, por mucho castillos en el aire que nos hiciéramos en nuestras cabezas, aquel primer sueldo servía a la madre sufridora para comprar unas zapatillas nuevas o una camisa nueva para ir a misa los domingos.
En todo caso... benditas moras




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