ENTRESIERRASrd | Una mirada a la tradicional
recolección de este fruto de finales de verano en la comarca
Es tiempo de moras. Lo es siempre en esta tierra plagada de
leyendas e historias de reinas andalusíes que habitan cuevas en nuestros
montes. Es tiempo de moras, sí, aunque de otras que tampoco tienen nada que
envidiar a aquellas, quizás al contrario, son aquellas, encerradas en sus
celdas las que seguramente miran con ojos libertarios a las pequeñas y
morenitas que, quitándose el bermellón, ya campean en riberas, a la vera de los
caminos, en las cañadas y junto a las fuentes.
Llega el tiempo de recoger las moras. Se han ido cambiando el
traje, con el paso de los días, en el vestidor de sus zarzales. Esta es tierra
rica en zarzales. Símbolo de pobreza, de sequía y de ruralidad, las zarzas
deben tener el adn más charro de la Naturaleza; recias, simples, espinosas…
pero con un brote delicioso.
Llega el tiempo de recoger las moras. Es tiempo de recuerdos.
Qué días pasaban los jóvenes de esta comarca… puntada a puntada, una a una iban
llenando mimbres y cubetas. Alguna caía, de refilón, en el estómago. Pero su destino era
la venta. En cada pueblo había alguien que recogía las moras para llevarlas a
Linares (de Riofrío). Desde allí, como tantas otras cosas, salían con destino a
cooperativas y fábricas de mermeladas.
Era el oficio de "antes de empezar la escuela".
Oficio de septiembre.
Cada día salíamos a recorrer el campo, cubo en una mano e
ilusión en la otra, en una competición cuasi olímpica por ver quien recogía más
moras. Al finalizar la tarde íbamos a llevarlas "donde los señores que
recogían las moras". Y allí marchábamos, con la ilusión de ver subir el
aguja de la balanza hasta lo más alto. Íbamos anotando los kilos recogidos y al
final de la campaña, se pagaba la suma conjunta de la recolección.
El día de cobro, el "cobro de las moras", nos
pensábamos los más ricos. Aunque bien se sabe que, en cuestión de economía, los
caudales infantiles nunca son suficientes y ya empezábamos a pensar, con algo
de rabia: "El año que viene tengo que ir más días al campo, encontrar
otros zarzales ocultos que nadie conozca y sacar más dinero".
El dinero era una mera cuestión de supervivencia; al final,
por mucho castillos en el aire que nos hiciéramos en nuestras cabezas, aquel
primer sueldo servía a la madre sufridora para comprar unas zapatillas nuevas o
una camisa nueva para ir a misa los domingos.
En todo caso... benditas moras
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