ENTRESIERRASrd | Una
mirada a la infancia de otros tiempos desde el pueblo de Las Veguillas
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José Hidalgo - Pueblo Las Veguillas El Albercón en décadas anteriores era un lugar
lleno de algas, juncos y diferentes tipos de animales. En aquella época los
inviernos eran muy fríos y a menudo se formaba una capa tan densa de hielo que
durante las Navidades se convertía en una pista de hielo natural. Allí
pasábamos horas felices patinando, jugando y a veces atravesándolo de una
orilla a la otra.
En verano por el contrario se convertía en
piscina. Una tarde un grupo de chicos se estaba bañando. De repente Ricardo
Mateos (hijo de Doña Bernarda) desapareció. La visibilidad desde el interior
era menor debido los juncos. Empezamos a llamarle a voces pero sin resultado.
Después nos trasladamos de un lugar a otro para buscarle, sin resultado alguno.
La preocupación fue creciendo y nos temimos lo peor. "¿Le habrá dado
alguna indigestión? ¿Qué le habrá pasado? ¿Se habrá ahogado?"
Hasta que al fin, al otro lado, vimos unos
brazos moverse detrás de una mata de juncos y oímos una voz que decía: “¡Ehh!
!Que estoy aquí! !Que no pasa nada! ¡Que es una broma!”. Al oírle respiramos
aliviados y la sonrisa volvió de nuevo a aparecer en nuestras caras, aunque
también nos quedamos pensando: “Caramba con Ricardito. Qué bromas tan terribles
se le ocurren”.
Otro día estando en El Albercón alguien comentó
que el Señor Chelo, propietario de una cercana explotación ganadera, había
traído unas vaquillas muy majas al cercado, donde había un embarcadero. La
curiosidad nos empujó al lugar y una vez allí intentamos entrar en el cercado con
la única intención de ver a las reses. Pero cuando íbamos a medio camino
alguien dio la alarma desde fuera. El dueño se acercaba. Esto nos hizo
retroceder a toda velocidad y al salir precipitadamente uno de los pinchos del
alambre del cercado me produjo una herida profunda en la espinilla.
De estas dos anécdotas no solo conservamos el
recuerdo, también conservamos dos cicatrices, y no precisamente causadas por
las vaquillas que ni siquiera vimos; cicatrices que, a pesar del paso del
tiempo, aún permanecen. Sin duda, la infancia marca.
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