ENTRESIERRASrd | Una mirada a las ferias de antaño,
punto de encuentro y negocio de los ganaderos de la comarca
En todas las épocas del año había ferias de ganado. Pero
siempre fueron esperadas las de primavera, por lo que supone (entendemos) el
encuentro con los vecinos de allende los montes tras la soledad del invierno.
Las ferias, como las moscas, se iban multiplicando por los pueblos y cada cual
hacía cuentas y caminos a las más "apuntadas" a sus intereses.
Y allí se iban, los dueños, en solitarios, a la par con el
hijo que va aprendiendo el oficio o incluso en familia si la feria en cuestión
tenía motivo de fiesta que ofrecer. Arreaban el ganado con brío. Algunos iban.
Otros venías desde todos los puntos de la provincia.
Los caminos a las ferias eran largos. Se hacían a pie de
amanecer, sobre el último carámbano, arreando el ganado para coger sitio,
porque en la feria, se sabe, el turno se cuece a primera hora de la mañana. En
otras ocasiones se reunían barrios vecinos del mismo pueblo para entre todos
hacer más llevadero el día. Las mujeres el día anterior preparaban la merienda
"para comer un cacho" y no pasarse la jornada a estómago hueco.
Las ferias eran punto de encuentro para el trato de todo tipo
de ganado, vacas, caballos, ovejas, cerdos y, cómo no, en esta zona donde tan
necesario era para el trabajo del campo, los burros. Los burros eran demanda
habitual de los gitanos, que siempre fueron los mejores en esto de las
chalanerías: les miraban la dentadura, que era guía para conocer la edad del
animal, el pelo, las pezuñas y la correa para comprobar "que obedece al
estirón".
Luego entraba en escena el 'trato'. Se decía entonces (y casi
se dice ahora, perdonen la xenofobia), que "nunca te fíes de un
gitano". Con el trato iban y volvían, masticaban el precio, lo escupían
más allá, departían a media voz con el primo y volvían con una nueva oferta. De
estas recordaremos siempre a Manolo, gitano y cartules, que por cierto, todo
hay que decirlo, tenían más educación que muchos de nosotros. "Sabían
estar". Y con esto se dice todo.
¿Cuánto quieres por el churro? Manda tú. Esto
te doy. Muy poco das tú. Menudo churro bueno te vendo. No será el mejor que
tengas si no no lo venderías.
Así era el trato.
Baja un poco, hombre. Tendrás tú que dar algo
más.
Se arremolinaba el personal alrededor de la partida y hasta
en esto el trato tenía truco. Porque muchas veces el comprador, o el vendedor,
apostaban aliados entre el gentío, que clamaban para empujar al acuerdo cuando
la cantidad se interesaba.
Tendréis que echarlo al medio.
Por eso no vais a dejar el trato, venga.
Y se echaba al medio, claro. El apretón de manos sellaba el
trato y el corro se dispersaba en busca de otros trueques.
Así eran los días de feria.
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