ENTRESIERRASrd | Una
mirada a los espacios públicos de los pueblos que siempre fueron rincón de
reunión y de vecindad
No hay lugar que, con su propia toponimia, exprese
mejor su esencia. El solano. Como el sequero. Explicaciones sobran. Del primero
siempre se dijo que “se pasaban las tardes en el solano”, que era aquel lugar
donde “pega el sol a conciencia” y hace “brigá”.
Lo de “brigá” es algo también muy típico de las
tierras salmantinas, una palabra que, llevada en lenguas a otros rincones de las
Españas, suena a extranjería (algún día hablaremos de estos vocabularios
charros, que bien podrían ser “vocacharros”, como el “templado”, que tiene
connotaciones de ambiente caluroso y por estas tierras viene a ser el que tiene
la barriga bien llena).
Pero volvamos al solano. En el solano se pasaban
las mujeres las tardes, no como los lagartos, al “dulce no hacer nada”
calentado la piel, sino haciendo labor en comunidad, que como se trabaja mejor
porque tiene la lengua qué contar y qué callar.
Se zurcían calcetines, se echaba un remiendo al
pantalón “del su hombre”, y hasta el corte y confecciones de los calzones, que
en aquellos tiempos donde sencillamente se vivía eran ellas, las mujeres, las
que tenían que inventarse hasta la ropa interior.
Y las camisas. Y los jerseys. Estos de lanas
desechas de otro jersey, que aquí se aprovechaba hasta los jirones de la
pobreza.
Las mozas, por eso por ser mozas, con los rayos
del sol se hacían su ajuar así el día de su boda llevaban las sábanas bien
bordadas en el solano.
Los domingos también se salía al solano. Pero
también en esto el espacio público, que también por aquestos lugares llaman
“escortinas”, se dejaba a la fiesta de guardar. Ese ni se cosía ni se hacía
punto. Mientras el hombre se iba a la taberna a echar la partida, se contaban
las nuevas que hubiera habido, si había habido noche de sábado o si el hijo
andaba haciendo cuentas de mili.
Qué buenas tardes de solano.
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