domingo, 11 de noviembre de 2018

De boca en boca


ENTRESIERRASrd | Una mirada a otra de las tradiciones más arraigadas de la comarca: la del vino y sus viajes incansables
Cubiertas de telarañas, en las umbrías de bodegas, sobraos o casillos donde apenas entra la luz, allí, a buen recaudo, se guardaba el vino de pitarra, protegido del sol que tiende a picarlo. Allí, aún olvidado podrá encontrarse en alguna herencia convertido en tesoro enológico (o en vinagre), se criaba el mejor vino de la comarca. Sin conservantes. Naturalmente.

En estas tierras, donde todo parece baldío a la engañosa primera vista, cada familia, allende el Bardal, el Alagón o la Sierra, cada familia tenía su viña. Porque, bien se sabe, no había casa decente donde faltara un buen cántaro de vino, porque el hombre, si se preciaba de tal, tenía que comer siempre con una “pinta vino” (así le orease la cirrosis o la tensión, lo mismo daba). Y si iba al campo, por santa compaña, no faltaba la bota.
Esto del bueno vino también tenía su aquel. Todos tenían un cántaro de 16 litros, y el otro de medio, de 8 litros, buenas garrafas de cristal de color cubierta con mimbre para protegerlo y que, al golpe (que muchos coscorrones se daba), no se rompiera. Así, también se protegía el vino de la luz, que ya se ha insistido a este caldo de Entresierras no debe darle el sol.
Corriente era ver al hombre de la casa con el cantarón o damajuana echada al hombro, para ir a casa del otro a buscar el “cántaro vino”, si el buche ya había dado cuenta del propio. Porque, no está de más repetirlo: un hombre de buen nombre no podía comer sin la pinta de vino.
“En llegando la matanza”, fiesta de religión mayor (que es la darle verdad al estómago), no podía faltar el vino ni el aguardiente. Y si faltaba se aparejaba el burro y una damajuana en cada lado de las alforjas a buscarlo allende lo hubiera, no fuera a echarse el cuchillo al cebón si tener jarra de vino con la que convidar al amigo o familiar.
Y en esto, seguramente porque el protocolo también sabe de identidades, tenía el hombre su trabajo. Porque los cántaros que pasaban por los pueblos iban a hombros de hombres, que no estaba bien visto ver a la mujer cargar con la damajuana.
Así, cuando se iba a comprar el vino el dueño de la cosecha nada más ver llegar a la visita: lanzaba la pregunta: Qué quieres, cántaro o medio cántaro.
El suficiente, se decía, para llevarlo con honra de boca en boca.

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