ENTRESIERRASrd | Una mirada a la botica antigua que curó
de males y espantos a las gentes de nuestros pueblos
“Vamos a poner el
pucherín a la lumbre con agua que se vaya calentado, que fulanito está con
catarro y bien agarrao que lo tiene el condenao”
“En llegando” el
invierno, en casa siempre había alguien que tenía catarro. Entonces, la botica
era un sueño futuro y los males se remedian a base de botiquín natural.
El agua de orégano
“ablandaba” la gripe y por eso se tenía siempre el puchero con una “miaja” de
la santa yerba, arrimado a la lumbre, como soldado en turno de guardia, presto
por si hubiese que echar mano de él para la batalla.
El puchero era sencillo
pero tenía su “aquel”: se ponía a cocer el agua con un poco de orégano, unos
higos secos, cuando esto ya estaba bien cocidito, a ese fuego lento de la
lumbre, se cuela el caldo echando una buena cucharadita de miel, y esto tomado
bien calentito, decía la abuela.... “ala muchacho vete a la cama que con esto
ahora sudas bien y mañana no tienes ná”
Porque en tiempos ha,
eran las abuelas (bien sabe Dios que tal sabiduría les trajo males de hoguera a
algunas en otros siglos) las boticarias, las médicas y, si se apuran, las
cirujanas. La mayoría sin saber leer ni escribir, doctas como nadie, porque la
sabiduría, es bueno recordarlo de vez en vez, no se guarda en el leer o el
escribir sino en el saber.
Y eran médicas, y
modistas, y cocineras y hasta psicólogas. Que tal oficio y tal palabra no se
conocía entonces, y se decía que la tía Leli “sabe escuchar bien”, porque
tienen oídos finos y cabeza con muebles adecuados, como Salomón, para decir la
palabra que conviene. Que no es otra que la que deja a todos conformes.
Y si no, ya se sabe,
agua de orégano que cura los males.
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