ENTRESIERRASrd | Una
mirada especial a la escuela de Cabezuela de Salvatierra, hoy museo etnológico,
desde la pluma siempre afilada de Ricardo Pedro García Martín
Son los museos almacenes de cortesía del pasado,
que irradian cultura y forma de vivir de una época. Algunos poseen memorias
ocultas, que convendría plasmar y no arrinconar en el recuerdo ya marchito de
una época pasada.
Este es el caso de Cabezuela de Salvatierra,
pedanía de Guijuelo, lugar salmantino donde coexisten dos pequeños museos. Son
pequeños, equiparados con los grandiosos de las ciudades, pero grandes para una
población de 69 habitantes.
Uno de ellos es privado, con profusos objetos
que correspondieron en el lejano tiempo al colectivo del pueblo. Su precursor y
propietario D. Esteban Castro, coleccionó cuanto le fue viable durante diversos
años, pormenorizando cada fragmento que lo forma y su uso. Como heredero honorable,
su hijo también llamado D. Esteban Castro, lo cuida y conserva con el mismo
mimo que su progenitor, para su complacencia, de sus amigos, vecinos y cuantos
están interesados en conocer.
Calefacción central
Mi columna se centra en la historia escondida de
la Escuela-Museo, donde se atesoran objetos y material del pasado,
paradójicamente, sin que nada irradie la historia del inmueble, en coherencia
con el educador y escolares de una dilatada etapa.
En la segunda década del siglo XXI, cuando el
día 1 de enero de 2017, entrará en vigor una normativa de la Unión Europa,
relacionada con la distribución de costes de gastos por calefacciones
centrales, me ha venido a la memoria aquel año 1945. Fue en aquel año cuando me
incorporé como alumno a la Escuela de Cabezuela de Salvatierra, hoy museo.
Con humor e ironizando con el pasado,
especificaré mi relato de aquellas fechas, que sin normas ni leyes que lo
regularan, la Escuela de Cabezuela funcionaba a la perfección, con su sistema
de calefacción central, cumpliendo las normas que la Unión Europea ahora
regula.
Y es que todos aportábamos para calentar la
escuela.
Desde el profesor hasta el último educando,
concurríamos a la escuela equipados con nuestra particular calefacción. El
maestro D. Florencio Isidro, llevaba su brasero de picón encendido por el
mismo, y los alumnos con nuestros calentadores repletos de rescoldo.
Era calefacción central, porque la ubicábamos en
el centro de las piernas; voluntaria al llevar las ascuas según la situación
económica de cada familia, unos de leña de encina y otros de cascabullos y
hojarascas. Había quien tenía estufas comercializadas, apropiadas para no
cauterizar el calzado. Otros las hacíamos de manera artesanal, con latas de
sardinas de las llamadas "de kilo", y un pedazo de alambre como
agarradero.
Había momentos que se hacía necesario abrir
puerta y ventanas, por la pestilencia de la mala combustión o zapatillas
quemadas.
"Llamando respeto a lo que era
miedo"
Éramos felices, pero había un constante temor a
comerte errores, pues D. Florencio tenía fama de ser un gran profesor no solo
en el pueblo, sino en toda la comarca, pero el lema de la antigua escuela era,
“las letras con sangre entran”.
Todo ello unido al gran respeto que se le tenía,
hacía que más de uno en ocasiones mojara la ropa interior, no dudando que otros
tuvieron que ir para casa, con las piernas abiertas.
La escuela era mixta y teníamos un solo servicio
para todos, “el callejón”, donde acudía toda la hueste, "haciendo fuerza
el más cobarde y se ca… el más valiente”. El número de visitas al “regio
lugar”, obedecía en ocasiones al estado de animadversión de D. Florencio.
Era el sistema de enseñar de la época, llamando
respeto a lo que era miedo. Pese a todo éramos felices, con sanas envidias, no
habiendo la maldad que existe en la actualidad entre alumnos, ni alumnos hacia
los profesores.
Guardemos en ese museo, para que se pueda leer,
esto que forma parte de su historia, para que las nuevas generaciones lo
examinen y puedan sacar lo bueno del pasado.
Con agradecimiento a esa escuela museo, este mi
relato entre otros formará parte del libro que el también alumno Carlos
Rodríguez Rodríguez y yo, nos hemos propuesto escribir, con historias vividas
en Cabezuela de Salvatierra y que dedicaremos a la escuela museo.
© Ricardo Pedro García Martín
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