ENTRESIERRASrd | La
mirada de hoy va para todos aquellos que vivieron y murieron en la soledad y el
olvido de nuestros pueblos
Frente a la casa de mi abuela vivía la loca
Tomasa. Su vida se reducía a un ventanuco enmarcado en granito, cerrado a cal y
canto o, en días de sol, abierta la contraventana y contrapuesta la oscuridad
con una cortinilla de paño. Los niños, que saben la realidad porque la intuyen
sin acabar de entenderla, evitábamos la ventana de la loca Tomasa a toda costa.
Y eso que su pared, lisa y bien labrada, podría ser el mejor frontón para el
"juego pelota".
Supongo que era cuestión de grabarse a fuego las
continuas advertencias de los mayores. "No juguéis a pelota donde la tía
Tomasa, no la molestéis que se altera". La loca Tomasa tenía accesos de
ira. Se la oía gritar, tras su ventanuco, airarse contra no se sabe qué y
lanzar algún objeto al suelo. También tenía "sus días buenos".
Entonces salía a la calle, con su mandil y su toquilla, de negro, y barría la
calle con su escoba de palo. Seguramente era la imagen más cercana que uno
pudiera tener de una bruja. También encontraba lucidez en algunos días de
guardar; en el alféizar de la ventana colocaba un cirio el día de la Procesión
del Silencio. El mismo que prendía el Día de Difuntos. Porque uno puede estar
loco, pero las cosas del Cielo y los Muertos deben estar guardadas en la zona
más arraigada de nuestro cerebro.
La loca Tomasa no se hablaba con nadie; ni los
hijos, allende donde estuvieran, venían a verla. Entiendo que hace tiempo que
la dieron por perdida.
Su única compañía era un gato, negro claro (de
qué color podría ser), que entraba por la ventana, cual gatera. Suponemos, y no
erraremos, que la loca Tomasa tendría buena mano para la cocina. O sobras en
abundancia para echar al desgraciado animal. O simplemente era la única que no
colocaba el cardo en la ventana, argucia habitual para evitar la visita de los
felinos.
Llegó un momento, en nuestra infantil inocencia,
que pensábamos que la casa de la loca Tomasa sólo tenía aquella ventana, un ojo
vago, casi siempre cerrado, abierto sobre el mejor frontón del pueblo.
Con el tiempo, con las horas de estudio y la
madurez, fuimos entendiendo las cosas. Que la loca Tomasa tan solo fue una
incomprendida, uno de esos "daños colaterales" de la ignorancia que
durante años reinó por nuestros pueblos. Pues seguramente, puestos en
diagnóstico, la loca Tomasa no sería más que una esquizofrénica parafrénica
agudizada por la soledad y la falta de diagnóstico.
Ni siquiera recuerdo cuándo y cómo murió. Seguramente
porque a nadie le importó ni la echó en falta. De ella queda el ventanuco, ya
cerrado para siempre. Vaya para ella, la tía Tomasa, la mirada de este viernes
de San Sebastián.
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