miércoles, 18 de enero de 2017

"Las almendras a la carta"

ENTRESIERRASrd | Una mirada a un arquetipo de las fiestas salmantinas: la almendra garrapiñada
Las fiestas salmantinas, "las de toda la vida", guardan un poso de costumbrismo que impregna cada instante de quienes se acercan a vivirlas de cerca. El turista, o el foráneo, las suele mirar con esa mezcla de sorpresa y profundidad, como quien mira un cuadro del más elevado de los pintores; el charro, el de la "tierra", también guarda esa solemnidad en la memoria aunque, ya en el subconsciente colectivo, se han ido guardando ciertos arquetipos que revuelven los recuerdos en cuanto asoman por la esquina.

El sonido del tamborilero o el de las campanas llamando a fiesta, el color de los trajes tradicionales o también, por qué no, ese inolvidable olor a vaca y cuero, cuando la fiesta se vuelve taurina.
Pero si hay un recuerdo que ya es fuego y memoria, ese el de las almendras.
El de las garrapiñadas, claro.
El almendrero iba montando el horno y la olla para el "garrapiño" mientras la Plaza se iba llenando de ese profundo olor a fiesta.
Teresa y Adrián, "bizcocheros'" de Los Santos
Las almendras garrapiñadas eran una parte bien importante de las fiestas y romerías. "El de las almendras", recaudador de pagas y aguinaldos, con ese cucurucho color salmón en el que iban cayendo los frutos y su caramelo. Sabor a fiesta, por el que no importa guardar colas y minutadas. También las hay en bolsas, transparentes, donde las almendras, puesto en mancomunidad, se han arrimado para hacer piña a tal punto que nunca podrás comer una sola, ya que siempre trae regalo en el costado.
Las almendras es regalo de fiesta. También. Se llevan al enfermo o a la abuela que ya no sale de casa. Se llevan al niño castigado, para cuando levante la guardia. O al emigrante, que allende las ciudades, lejos de los arquetipos, añora el garrapiño.
En otros tiempos, ya lejanos, los almendreros eran famosos y tenían colección de seguidores. Teresa y Adrián, los bizcocheros de Los Santos (porque se dedicaban al bizcocho y su también deliciosa artesanía), que llenaban de dulce fiestas y bodas. O Teresa y Juan, de El Tejado, que con su pequeño escabel de madera y su balanza llevaban sus tesoros garrapiñados por los pueblos de la comarca.
"Como no todo era un juego, las mujeres de los vendedores posaban firmes detrás de su pequeño puesto; el hombre se dedicaba a vender cartones para jugar a las almendras"
Los cartones, de a peseta o de a duro, depende los tiempos, debían coincidir con la carta de la baraja que el vendedor sacaba.
"Si coincidía te había tocado las almendras a las cartas"
Hoy se juega al póker online. Tampoco es mala opción. Suponemos. Pero siempre le faltará el dulce olor del premio garrapiñado.

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