ENTRESIERRASrd | Una
mirada a las tardes al calor de la radio, ingenio que cambió la vida de las
comarcas rurales
La radio tenía su patio de butacas. Puesta en el
aparador, o sobre la mesa-camilla, al calor del brasero, seguramente la radio
era el objeto más caro (que no más valioso) de toda la casa. A su alrededor,
como un imán (sirva todas las acepciones del término), se pegaban las orejas a
escuchar los partes, los seriales o los partidos de fútbol.
La radio era la televisión de antaño. La forma
de conectar con el mundo más allá de ese muro invisible que siempre separó y
aisló estas comarcas rurales. La radio no necesitaba de caminos, o de asfaltos.
Llegaba allá donde el pecunio alcanzaba. Y no alcanzaba. Por eso era un lujo
que no todas las familias se podían permitir.
En cada pueblo, en cada barrio de cada pueblo
más grande, había alguien que podía presumir de una radio Iberia, cuya panza de
parrilla sacaba sonidos enlatados y a la que el dial siempre jugaba a saltar la
ruleta. Se buscaba la emisora, entre ese sonido que nunca se olvida, sssshhhhh,
impacientes, maravillados por el ingenio, sssssshhhh… "Por qué la moviste,
ayer se escuchaba perfectamente".
Los vecinos acudían a la radio como se va a la
feria. En fiestas de guardar. A veces a entrada cobrada de a peseta la función.
En los días fríos de invierno, donde no había otro entretenimiento, se iba a
casa del vecino a escuchar la radio. A saber de las andanzas de aquella Elena
Francis, o escuchar "el parte" para saber qué estaba ocurriendo más
allá del muro invisible, en esa España que miraba todo tecnicismo con recelo.
Hasta los toros se escuchaban, que seguramente
no haya más "sinsentido" que escuchar la narración de una corrida de
toros. Se ponía en marcha entonces la imaginación, y se escuchaban esos olés de
lata y un silencio sepulcral cuando se anunciaba el toque del cuerno en la
carne.
El locutor, de los toros, del parte o de la
radio-fórmula, era una especie de ente sobrenatural y legendario que tenía el
don, y el poder, de traer tanto los aplausos a Julio Robles, los goles de
Amancio o las voces del carro de Manolo Escobar, el minero de Antonio Molina o
la Salamanca de Farina.
Una vez acabada la función, la radio se tapaba
con un paño; de ganchillo, claro, y es esta imagen la que ha perdurado hasta
nuestros días, puesta sobre el aparador, viendo pasar el tiempo, en su caso
coronada con la muñeca vestida de faralaes y el torero.
El primer mazo que golpeó con fuerza para romper
el muro del aislamiento.
ssssshhhhhh
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